Caracolas y dientes

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YeoSang pensó que se quedaría hecho un témpano de hielo si seguía sumergido en el mar, pero tenía un objetivo, o dos. Conseguir su alimento, obligado por sus amigos, y elegir las ostras más hermosas de la arena para colocar en su cabello para cuando conozca al Príncipe de las Sirenas, y vea nuevamente al Guardia Real.

La sirena conocía el rumor de la fascinación que tenía SeongHwa por las pequeñas cosas del océano, entre ellas las ostras y caracolas que eran abandonadas por los moluscos, ya sea porque murieron o porque otro animal las comió y dejó atrás la dura coraza que las envolvía.

Comprometido con su tarea, eligió las más hermosas, aquellas que tenían formas extrañas, contorsionadas y puntiagudas en colores naranjas, ocres y blancos perlados. YeoSang ya quería ver cómo le quedarían en su cabello negro, probándolas en un mechón que se mecía con las olas que apenas podía ver porque no era lo suficientemente largo. Sonrió sabiendo que WooYoung tendría un gran trabajo enganzando las pequeñas corazas con alambre para unirlas a sus trenzas.

Miró hacia arriba, hacía la superficie del agua. El día había amanecido gris y con algo de viento, pero el bote de YunHo y San aún seguía cerca del casco del barco, con los hilos de las cañas aún colgando, y sin ningún pez cerca que demuestre interés en la carnada. Claro que esto los marineros no lo veían, solo esperaban pacientemente que algún pez pique para sacarlo rápidamente del agua.

YeoSang se recostó en la arena del fondo del mar, a pesar que sentía el agua helada, de alguna manera era reconfortante. Dejó su canasto de pesca cerca de él, más que las caracolas y las algas, y algún que otro coral, no había conseguido nada mas. Se enrolló con su cola, haciendo un pequeño pozo en la arena donde su cuerpo ovillado pudiera entrar, cerrando los ojos, solo un momento.

El silencio del fondo del mar era hermoso, en penumbras por las nubes. Podía escuchar alguna burbuja que emergía de los corales y las hojas de las algas chocando y meciéndose unas con otras. Por encima, el ruido de las olas era muy diferente a como se escuchaba en la superficie, el sonido era ahogado y lejano. Un cardúmen de pecesitos plateados y curiosos se acercaron a él, dándole besitos en su cuerpo y limpiando las escamas de su cola.

-Gracias- les dijo, antes de apenas moverse y que los peces salieran disparados para cualquier lado, asustados.

Descansando en el fondo del mar, la sirena es despertada por un dolor agudo en la boca de su estomago, se queja de dolor, abrazándose a si mismo, sabe que su enfermedad está empeorando, a pesar de los esfuerzos del resto, y de su propia voluntad.

Al abrir los ojos distinguió una sombra enorme que se dibujó contra la superficie blanca de la arena ondulante del océano, nadando lentamente y en círculos, junto a otros dos.

Tiburones.

El cuerpo de YeoSang se congeló, invadido por el miedo. Sabía que cualquier movimiento brusco podría llamarles la atención y atraer a los depredadores.

Un poco más lejos, YunHo y San aún seguían pescando en el bote. Desde su lugar, YeoSang podía escuchar sus gritos y risas, bromeando entre ellos. Una mano se hundió, salpicando agua de mar al otro, seguramente.

Los tiburones fueron alertados de este sonido, y se dirigieron sigilosamente al barco, empujándo y balanceándo el pequeño bote. YeoSang escuchó que sus amigos lo llamaban y alertaban sobre los tiburones.

-Suban al barco, suban al barco- susurró YeoSang, como si YunHo o San pudieran escucharlo.

Los tiburones pegaron más fuerte su lomo contra la base del bote, haciendo que las cañas de pescar caigan al mar. Vio que les pegaban con los remos, funcionó al principio, alejando un poco a las criaturas, pero luego volvieron con más fuerza, intentando dar vuelta el bote.

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