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¡Buenas!


¡Primero que nada, muchas gracias por el apoyo que le dan al fanfic!


Solo vengo a aclarar una cuestión que generó un poco de confusión: Como habrán notado, el segundo capítulo comienza seis meses ANTES del primero, por lo que lo que Jacaerys escuchó está totalmente sacado de contexto jaja la historia, en sí, comienza en el segundo capítulo. Más adelante se darán cuenta qué fue lo que escuchó Jacaerys aquella noche, y por qué Aegon le restó tanta importancia.


Sin más, aquí el capítulo:

···


— ¿Podrías dejar de huir solo por un mísero momento? ¡Me duele la pierna de perseguirte, sabes!

— ¡Yo no estoy huyendo!

Si bien Aegon tenía ciertas dificultades para trasladarse luego de un período determinado de tiempo producto de las secuelas de sus heridas, los reflejos aún le funcionaban bastante bien, eso si no tenía un par de copas o un par de tónicos de medicamentos para el dolor encima; por eso, cuando Jacaerys volteó hacia él, pese a la distancia prudencial que había entre ellos y al estar cubierto por su propio cuerpo, Aegon supo que el otro ya tenía un proyectil en su mano derecha listo para ser lanzado hacia su cabeza. Agachándose justo a tiempo, en su rostro se dibujó una mueca de dolor por el movimiento brusco al tiempo que oía el estallido del vidrio a sus espaldas.

No necesitó voltear para ver qué había sido porque uno de los fragmentos del jarrón dorado rebotó hasta sus pies.

— ¡Oye, ese jarrón me gustaba bastante!

— Pues mira, puedo tirarte el otro.

Aegon jadeó cuando Jacaerys le dio la espalda; ese maldito juego de jarrones de porcelana bañados en pintura dorada, con florituras y dibujitos de dragones con detalles intrincados, se lo había regalado su madre cuando...¿cuándo había sido?¿cuando lo habían coronado? No, esa no había sido la ocasión. ¿Cuándo se había casado con Helaena? El recuerdo de su hermana muerta lo enardeció y entristeció momentáneamente antes de recordar que tampoco había sido allí.

Cuando Jacaerys tomó el segundo jarrón entre sus manos, Aegon se enderezó bruscamente, pero el dolor pasó a un segundo plano.

Qué imbécil. Eran dos jarrones, por algo eran dos.

Su madre se los había regalado cuando habían nacido sus hijos, Jaehaerys y Jaehaera.

Repentinamente, el dolor surcó el corazón de Aegon cuando recordó que el resultado de aquella maldita guerra lo había dejado sin herederos. Sus dos hijos varones, Jaehaerys y Maelor, en distintas circunstancias, habían perecido a lo largo de aquellos tres años junto con la madre de estos.

Al menos, habían podido salvar a Jaehaera, su hermosa y dulce niña.

El resentimiento hacia el bando de los Negros siempre iba a estar allí presente, el resto de sus días; sin embargo, había decidido no cargar con esa culpa a Jacaerys porque lo tenía constantemente para él, primero porque él no había sido el asesino de sus hijos y segundo, porque tampoco valía la pena cuando el Omega tenía una misión mucho más importante que ser su descargo de ira.

Saliendo del estupor que aquel recuerdo fatídico le hizo sufrir, parpadeó volviendo a la realidad cuando un movimiento frente a él llamó su atención.

Consejo Sangriento [Lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora