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Lucerys tuvo plena consciencia de su ser apenas se estiró con libertad sobre las amplias sábanas, suaves y cálidas. Se encontraba boca abajo abrazado a una almohada igual de suave y mullida y la posición, la comodidad y el sueño lo invitaban a seguir durmiendo plácidamente. Sin embargo, el culpable de su repentino despertar volvió a acariciar su espalda siguiendo un camino displicente sobre su columna, los dedos bajando lánguidamente provocando que sus vellos se erizaran conforme descendían hacia la parte más baja de su cintura.

En algún momento, Aemond se las había ingeniado para trasladarlo desde la posición improvisada en la que habían quedado ambos sobre las frazadas hasta el interior de las sábanas. Lucerys sintió que Aemond lo abrazaba y hasta podría afirmar también que lo cargaba, pero eso tal vez había sido un sueño.

Con esfuerzo, abrió los ojos; aún era de noche, claro estaba. La única iluminación del cuarto seguía siendo la del hogar, el crepitar del fuego sirviendo como un arrullo natural a su descanso. Estirando el cuello y levantando el rostro, vio a Aemond recostado con la espalda apoyada sobre un grupo de almohadas, su brazo derecho extendido hacia él. Su cabello estaba suelto y le caía por los costados del rostro, pero Lucerys alcanzó a apreciar que mantenía los párpados cerrados y la cabeza un poco inclinada hacia abajo, tal y como si se hubiese quedado dormido en esa posición, o al menos así lo hubiese creído Lucerys de no ser por la mano que aún seguía recorriendo su piel con las yemas de los dedos.

— ¿Estás despierto? .— susurró el Omega en voz baja, carraspeando al oírse un poco ronco.

— No.

Aemond apenas separó los labios para hablar y luego, una sutil sonrisa se dejó ver en sus comisuras. Lucerys fue un poco más expresivo y rió, haciendo temblar por unos segundos el colchón. La mano que acariciaba su espalda no se detuvo sino que más bien, se volvió más efusiva al saber que el Omega se hallaba despierto.

Luego, cuando el silencio se instaló entre los dos, Lucerys cayó en cuenta de que era el primer intercambio de palabras que tenían después de haber mantenido relaciones sexuales. El recuerdo, ahora más calmado y en frío, le hizo sonrojar las mejillas al invocar en sus pensamientos las palabras, las sensaciones y el placer que había experimentado. Sin embargo, Lucerys no sabía qué decir o hacer a continuación o si tan siquiera debía mencionar algo respecto a lo que había pasado, porque tal vez le estaba dando una importancia trascendental - que la tenía, después de tantas idas y venidas sumando el hecho de que acababa de perder la virginidad - y para Aemond, no la tenía.

El pensar que quizás para él aquello había representado sólo un triunfo sobre Lucerys y un alivio a nivel físico, lo entristeció y bajó sus expectativas con respecto a la cuestión en sí. Aemond era mayor y probablemente, más experimentado que él en muchos aspectos, por lo que no le hubiese sorprendido que...

— No puedo dejar de pensar en lo que vivimos hace un rato.— la voz y el tono melifluo con el que Aemond había hablado cortó abruptamente las conclusiones fatalistas de Lucerys.— No me deja conciliar el sueño.

Lucerys sopesó sus palabras en busca de falsedades o exageraciones. Aemond aún mantenía los párpados cerrados y su expresión no había variado, tampoco el tono de su voz. Parecía haber hablado en voz alta más para sí mismo que para Lucerys, pero el Omega sabía que tenía intenciones de que lo oyera, al fin y al cabo.

— ¿Qué es lo que no te deja dormir? .— preguntó tímidamente con medio rostro enterrado aún en la almohada.

Aemond se tomó su tiempo para contestar, impacientando a Lucerys. De un momento a otro, el Alfa suspiró hondamente y al fin separó los párpados. Sin embargo, miraba un punto fijo que escapaba de la visión de Lucerys, quien estudiaba el más mínimo cambio en las facciones del mayor. El ir y venir de su mano se detuvo, pero Aemond no la apartó de su espalda, sino que por el contrario, inclinó su torso hacia él, agachándose. El Omega apoyó los codos sobre las sábanas con intención de incorporarse, pero Aemond fue más veloz; los cabellos largos hicieron cosquillas sobre la piel de Lucerys cuando acercó su rostro al suyo, pero lejos del beso que Lucerys esperaba, Aemond apartó los cabellos que cubrían su frente, apoyando después los labios de manera suave, afectuosa.

Consejo Sangriento [Lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora