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— ¿No era que esa maldita Triarquía se había disuelto?

La voz de Aegon resonó dentro del recinto donde se reunía el consejo privado del rey; hasta hacía un mes, lo hacían en el salón de reuniones habituales o en su defecto, en el salón del trono de hierro. Desde hacía un par de semanas, habían mudado las instalaciones - mejor dicho, solamente la ubicación de las reuniones - a la zona más baja del torreón de Maegor y a su vez, las ocasiones en las que se llevaban a cabo dichos encuentros se espació un poco por las inclemencias climáticas. En vez de una mesa central con sillas donde se ubicaban los miembros del consejo, ahora estos se disponían en mullidos sillones donde se hundían entre cojines y pieles, todos dispuestos alrededor de una enorme chimenea.

Aegon no era la excepción. Desparramado en el sillón más amplio y por ende, más imponente, se sentía medianamente a gusto con la gran piel que cubría su cuerpo casi hasta el mentón, sus ojos fijos directamente en el fuego crepitante. El invierno había llegado, y lo había hecho de forma cruenta; los septos y maestres habían coincidido en que era el invierno más gélido desde las buenas épocas del rey Jaehaerys y Aegon tenía que darles la razón. Nunca había sentido tanto frío llegándole incluso hasta los huesos, aunque las bajas temperaturas, junto con la llegada de la nieve, habían disminuido a su vez la humedad y al menos eso le daba un respiro a sus articulaciones un poco oxidadas.

—¿No se había encargado de eso mi abuelo? .— volvió a preguntar cuando no obtuvo ninguna respuesta.

Entre Dorne y las Tierras de la Discordia de Essos, existía una cadena de islas rocosas denominaba los Peldaños de Piedra; históricamente, siempre había sido refugio de fugitivos, piratas y cazadores de naufragio y en sí mismas, no tenían un valor real salvo por el pequeño detalle de que controlaban las rutas marinas del mar Angosto, de modo que muchos navíos mercantes que surcaban por allí eran víctimas de aquellos delincuentes.

Cuando la cuestión no había sido nunca preocupante, llegó el día en que las Ciudades Libres de Lys, Myr y Tyrosh habían decidido hacer causa común contra Volantis; al ganar la guerra, habían fundado lo que hasta ese día se conocía como Triarquía, Reino de las Tres Hijas o más comúnmente, Reino de las Tres Putas. Aún así, el reinado carecía de rey y era presidido por un consejo de treinta y tres magistrados.

En su momento, el rey Viserys había desestimado la peligrosidad de la Triarquía y habían sido Corlys Velaryon junto a Daemon Targaryen quienes le habían puesto un fin, al menos temporal, al desbarajuste que había significado para el comercio marítimo y la amenaza de las aguas de Poniente. Por supuesto, cuando el príncipe Daemon había contraído nupcias con la princesa Rhaenyra y se había instalado en Rocadragón - además de otras circunstancias atenuantes que no venía al caso recordar -, la Triarquía había vuelto a organizarse y Corlys Velaryon, más enfrascado en librar la danza de los dragones, en llorar a su difunta esposa Rhaenys y en conseguir un nuevo heredero a Marcaderiva cuando el conflicto finalizó, había desestimado completamente el nuevo peligro en el mar porque, de hecho, los miembros del consejo privado de las Tres Putas era bastante lento en tomar decisiones y pasar a la acción.

Durante la guerra, Otto Hightower había logrado una alianza transitoria con el Reino de las Tres Putas porque conocía el marcado resentimiento que guardaban contra Daemon, jugada que había sido crucial para el bando de los Verdes pero que había dejado en la ruina a la Triarquía al verse reducida a pocos hombres, pocos navíos y aún menos esperanzas de controlar el paso por los Peldaños de Piedra.

Al menos, hasta ese momento.

— Más o menos, Alteza.— contestó sir Lannister, consejero de la moneda.— En realidad, lo que sir Hightower hizo en su momento fue crear una alianza contra la flota Velaryon. Quedaron muy diezmados después del enfrentamiento en Marcaderiva.

Consejo Sangriento [Lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora