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Cuando los portones se abrieron lo suficiente para dejar entrever las escalinatas breves que conducían a la primera calle principal de Desembarco del Rey, Lucerys se sorprendió por lo que sus ojos veían cuando no debería haber sido así; lo primero que divisó fue un contingente de Capas Doradas alineados en descenso, sus armaduras y sus yelmos dorados destellando bajo los rayos del sol. Más allá, al final de las escaleras de piedra, un carruaje suntuoso de madera y acero oscuros coronados por caballos frisones aguardaba con las puertecillas abiertas, un miembro de la Guardia Real de pie a un lado, aguardando.

Luego, una vez que sus pasos lo guiaron a los primeros escalones, Lucerys vio a un grupo de habitantes de la ciudad arremolinados en torno a la calle principal, otro cordón de guardias manteniéndolos a raya. Ansioso, comprendió que todas esas personas allí reunidas - no podía calcular el número exacto, pero eran aproximadamente más de un centenar, hasta donde podía ver - estaban aguardando su salida porque en cuanto hicieron acto de presencia, el silencio se hizo notar antes de que alguien de la muchedumbre exclamara "¡ahí están los príncipes!".

Confundido y ansioso, Lucerys presionó aún más la mano de Aemond cuando los vítores no se hicieron esperar; mientras descendía los escalones, el Omega no sabía dónde debía fijar la mirada. En un primer momento, cierta timidez le obligó a agachar la mirada allí por donde pisaba, pero luego su corazón comenzó a golpear intensamente su pecho cuando escuchó a alguien gritar su nombre, y luego a otro, y otro, y el tono con el que le buscaban su atención sonaba amable, alegre. Azorado y conmovido, terminó levantando el rostro y cuando lo hizo, el grupo de personas más cercano al carruaje saludó efusivamente, sonriéndole.

— Deberías saludar.— se hizo oír Aemond entre el griterío, ladeando el rostro en su dirección.— Tenían la ilusión de verte. Por eso vinieron aquí.

Lucerys simplemente miró a Aemond antes de que el Alfa volviera la mirada hacia el frente y prosiguiera el descenso; faltaban pocos escalones, y fue en ese instante que el Omega notó que Aemond lo había vuelto a soltar, la palma de su mano fría y abandonada. Inhalando el aire frío de aquella mañana, Lucerys prosiguió su camino hacia la calle, pero en esa ocasión, levantó inseguro una mano hacia la gente; la reacción fue instantánea: al ver que él les devolvía el saludo, los vítores y clamores aumentaron en volumen en intensidad, así como en fervor.

Sin darse cuenta hasta llegar al lado de Aemond, Lucerys se descubrió sonriéndole a un público que lo recibía con cariño.

Por suerte y pese a la sensación agradable que había experimentado, Lucerys se sintió agradecido de poder zambullirse al interior del carruaje seguido por Aemond. El ruido del exterior quedó parcialmente amortiguado y allí dentro, frente a Aemond, resopló y se permitió desparramarse en el asiento antes de que comenzaran a moverse.

— No esperabas ir a pie hasta Pozo Dragón, ¿no? .— Aemond rió cuando Lucerys rodó los ojos.— La colina de Rhaenys está bastante lejos. Se puede ir caminando, pero nos hubiese costado ingresar. Allá hay todavía más gente.

— ¿Qué? Pero, ¿de dónde salieron? No, ¿sabían que yo iba a ir hasta allá hoy?

— Claro.— fue el momento de Aemond de resoplar.— Daeron se encargó de que se enteraran hasta en Pentos que hoy iba a partir en su dragón con su adorado esposo encinta y que su hermano y su cuñado iban a despedirlos personalmente.

— Por los Dioses.

— Se le da bien tratar con las personas. Es muy popular.

Lucerys habían invocado a los dioses no solamente por las palabras de Aemond; mientras el Alfa hablaba, la mirada de Lucerys se desvió brevemente hacia la ventanilla del carruaje; justo estaba doblando por una cortada que conducía hacia otra vía principal. Su vista fue interrumpida brevemente por los caballos que custodiaban el carruaje con sus caballeros armados a cada lado, pero cuando la calle volvió a ser más ancha, el Omega vio más muchedumbre agolpándose y saludando al carruaje que pasaba a un ritmo pausado.

Consejo Sangriento [Lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora