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Al menos se encontraban solos y eso, para Lucerys, ya significaba una amplia ventaja. Sin embargo, una cosa era lo que su mente intentaba procesar para procurar tranquilizarse un poco mientras ambos se dirigían a un comedor apartado y exclusivo dentro de la Fortaleza Roja - una condición indirecta que Lucerys había establecido y que Aemond había aceptado para aquello en los términos más suaves posibles, porque de verdad aún no estaba listo para toparse con Alicent y mucho menos, con Aegon - y otra muy distinta lo que su cuerpo expresaba y quería obedecer. De casualidad, y los pasos de Lucerys eran firmes pese a que le temblaban un poco las rodillas cuando bajaban o subían alguna escalerilla; su mandíbula estaba tan apretada que era incapaz de creer poder hablar en esos momentos y, si a eso le sumaba el sudor frío de sus manos, Lucerys estaba convencido de que no llegaba consciente a tomar asiento en la mesa.

Por error - o por acierto, quizás - levantó la mirada del suelo hasta ese momento concentrado en los peldaños de piedra; sus ojos se toparon con la espalda de Aemond, un par de metros por delante suyo. Como hipnotizado, su mente permaneció temporalmente en blanco mientras se concentraba en el movimiento de vaivén que realizaba su largo cabello sobre su espalda, el aroma suave de las feromonas del Alfa llegando a su nariz en una brisa ligera.

Suave, una mierda. Aemond estaba soltando tantas feromonas que Lucerys llegó a marearse cuando un viento particularmente fuerte golpeó a Aemond y por ende, transportó hacia el Omega toda aquella carga hormonal. Recuperándose, al menos le quedaba el consuelo de saber que el otro se encontraba en las mismas condiciones deplorables que él, aún si fuera por motivos distintos.

La mesa del comedor, por suerte, estaba dispuesta de una manera bastante sencilla; si bien la vajilla, los cubiertos y el mantel eran finos, no había suntuosidad ni alarde en las bandejas, los candelabros ni en la mesa en sí, la cual no era ni muy extensa ni muy pequeña. El primer momento de tensión - porque los otros, ahora, pasaban a un segundo plano - surgió cuando Aemond se movió más rápido que él mientras Lucerys seguía enfocando su atención en la mesa; cuando quiso darse cuenta de lo que sucedía, la sangre abandonó temporalmente su rostro en el momento en el que cruzó miradas con Aemond, quien se hallaba de pie detrás de una de las sillas de madera, las manos presionando los costados del respaldo.

Un vistazo veloz hizo que de la palidez, el rostro del Omega virara al rojo intenso cuando se percató de que el Alfa estaba corriendo el asiento para él; rápidamente y con un bochorno que no estaba pudiendo disimular, Lucerys tomó asiento. Aemond rodeó la mesa y, como si un llamado mudo los hubiese invocado, un par de sirvientes trajeron la comida mientras el Alfa tomaba asiento frente a él, ambos codos apoyados en la mesa con las manos entrelazadas bajo el mentón y su único ojo fijo en Lucerys.

¡¿Por qué lo observaba así?! Por los Dioses, ¿Lucerys había estado en lo correcto al intentar algún tipo de acercamiento con Aemond para "arreglar" un poco su vida desastrosa?

Un tanto sofocado porque la vergüenza comenzaba a entremezclarse con la indignación, Lucerys se dedicó a mirar el trabajo de los dos muchachos que desplegaban la cena y las bebidas; de vez en cuando - en realidad, cuando Lucerys creía que Aemond no estaba mirándolo y deslizaba su mirada hacia el Alfa en forma ocasional pero bastante poco disimulada - descubría con desazón que Aemond no solo seguía observándolo con intensidad, sino que encima ahora sonreía.

¿Qué pensamientos siniestros estarían atravesando aquella mente perversa?

Por desgracia, al ser solamente dos comensales, no había demasiado que acomodar sobre la mesa y los dos sirvientes pronto abandonaron la habitación por una puerta lateral; fingiendo una tranquilidad que no experimentaba, Lucerys se limitó a descender la mirada a su plato, la espalda recta y las manos presionadas bajo el mantel.

Consejo Sangriento [Lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora