el lenguaje del mar °

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Las mañanas siempre eran silenciosas en la casa de Jihoon. Llevaba un largo rato contemplando el techo de su cuarto, con un brazo debajo de su cabeza. La luz suave de la mañana entraba desde las puertas corredizas que daban al pequeño patio, proyectando sombras alargadas sobre el futón y el suelo de madera. Era una de esas casas coreanas anticuadas, con tejados de tejas y paredes de papel, situada en una empinada colina en la isla. Los muebles, aunque antiguos, estaban bien cuidados, con detalles tradicionales que reflejaban la historia de la familia; bueno, la historia de su madre.

Jihoon bostezó, mostrando brevemente sus dientes blancos, y se enderezó en el futón mientras se rascaba el estómago, su expresión aún adormilada. Los crujidos de la casa al moverse resonaban ligeramente, acompañados por el canto distante de los pájaros matutinos.

Después de meterse en un suéter grueso (hacía frío fuera de las sábanas) y clavarse los pies en medias, se adentró en la cocina desde el pasillo. Las ventanas estaban abiertas, dejando entrar una brisa fría que hizo que Jihoon se estremeciera ligeramente. Se acercó a cerrarlas, chasqueando la lengua con irritación.

El frío siempre llegaba antes a la isla.

"¡Mamá! ¿Qué te dije sobre las ventanas? ¡La maldita casa se congelará!" gritó, su rostro torciéndose en una mueca de frustración mientras cerraba las ventanas con fuerza. Luego se frotó los brazos y miró alrededor de la cocina, notando el silencio. Las cortinas de encaje se movían suavemente con la brisa residual. Suspiró al no obtener respuesta y encendió el calentador de agua. Mientras esperaba, rascó la pantorrilla con un pie y caminó por el pasillo en dirección contraria a su cuarto, rascándose la cabeza con una expresión de cansancio.

"Mamá," llamó por el pasillo, su voz resonando suavemente en la casa vacía. Se detuvo antes de llegar a la bifurcación entre los muros, escuchando atentamente. Oyó la voz de su madre, apagada por las paredes, seguida de pasos suaves y puertas siendo deslizadas. Finalmente, ella apareció frente a él en el pasillo.

Su madre, Han Eun-ji, era una mujer alta y esbelta, con una presencia que llenaba la habitación. Su rostro era ovalado y armonioso, con pómulos altos y una piel clara y bien cuidada. Sus ojos, grandes y expresivos, reflejaban una mezcla de calidez y preocupación. A pesar de las líneas finas alrededor de sus ojos y boca, sus facciones conservaban una juventud que desmentía su verdadera edad. Su cabello, de un negro azabache y naturalmente rizado, caía en suaves ondas hasta sus hombros, enmarcando su rostro con gracia.

Jihoon no tenía idea cómo esa mujer terminó siendo su madre.

Han Eun-ji sonreía, mostrando unos dientes blancos y alineados. Cuando sonreía, sus ojos se iluminaban y su rostro se transformaba, irradiando una belleza serena y acogedora. Vestía una blusa sencilla y unos pantalones cómodos, lo que le daba un aire de elegancia despreocupada.

"Lo siento, Jihoon. Tu padre tenía calor," dijo ella con una voz tranquila y melodiosa, mientras ajustaba el suéter sobre sus hombros.

Jihoon la miró brevemente antes de desviar la mirada hacia el suelo. "¿Cómo está?" preguntó, metiendo las manos en los bolsillos y encorvando los hombros ligeramente.

Su madre le pasó los nudillos por la mejilla, con un gesto tierno y lo miró con ojos llenos de preocupación. "Es uno de esos días," dijo en voz baja, su sonrisa desvaneciéndose. El cansancio en su mirada sugería noches de desvelo y preocupación constante.

Él se alejó de su tacto y giró sobre los talones, su expresión endureciéndose. "No has desayunado, ¿cierto? Vamos, prepararé algo," dijo Jihoon caminando hacia la cocina, sus pasos resonando suavemente en el suelo de madera.

Su madre lo alcanzó rápidamente y puso ambas manos en sus hombros, sonriendo ampliamente. "Ah, mi pequeño pececito, ha crecido tanto ya," dijo con un tono juvenil, apoyando sus sienes juntas.

El lenguaje del mar | LookismDonde viven las historias. Descúbrelo ahora