cuatro.

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"Ya vete a casa, niño. Puedes terminar mañana después de la escuela", dijo Wang Minho con voz firme, su tono resonando en el aire cargado de humo de la pequeña cocina. La luz de neón azul del callejón se filtraba débilmente a través de la puerta detrás de él, creando sombras irregulares sobre el suelo desgastado.

Jihoon levantó la vista de donde se secaba las manos con su delantal. El delantal, una vez blanco, ahora estaba moteado de manchas de grasa y salpicaduras de salsa, reflejando las largas horas que pasaba detrás de los fogones. La cocina era compacta y llena de utensilios colgados en las paredes, con ollas y sartenes apiladas en los estantes. El aroma persistente de especias y aceite frito impregnaba el aire, mezclándose con el tabaco del cigarrillo de Wang Minho.

Wang Minho era un hombre robusto de mediana edad, con el cabello recortado al ras y una apariencia que recordaba a la de un gangster. Llevaba gafas oscuras sobre una nariz gruesa y marcada por una cicatriz que iba desde la mandíbula derecha hasta la ceja izquierda, una reliquia de sus días pasados. Bloqueaba la entrada secundaria de la cocina que daba a un callejón, su imponente figura llenaba el marco de la puerta.

Jihoon había conocido a Wang Minho gracias a su casero, quien lo presentó como copropietario del edificio en conjunto con el pequeño restobar dónde trabajaba como lavaplatos, desde hace un par de días. Aquella mañana fría camino a la escuela, su casero le había contado sobre Wang, su hermano. Fue entonces cuando le ofrecieron el empleo, reconociendo su necesidad de ganar algo de dinero para ayudar en casa después de la mudanza a Seúl.

A pesar de la primera impresión intimidante, Jihoon pronto descubrió que Wang Minho y su hermano eran personas decentes y amables. Les había impresionado su disposición para darle una oportunidad, a pesar de su falta de experiencia en el campo de la restauración. Jihoon no olvido mencionar su amabilidad a su madre durante sus llamadas.

"Puedo terminar, hyung-nim. No me gustaría causarle problemas a los chicos cuando regresen mañana por la mañana", respondió Jihoon, con una leve inclinación de cabeza.

"No, ve a casa. Mañana tienes escuela, ¿cierto? Debes estar fresco como una lechuga. Puedes terminar mañana, niño", dijo Wang Minho, tomando una pitada de su cigarrillo.

La luz intermitente de un neón azul en el callejón iluminaba su rostro mientras avanzaba hacia Jihoon, pasando a su lado y desordenando los cabellos del joven con una de sus grandes manos callosas.

"Está bien querer trabajar, pero no deberías descuidar tus estudios", agregó antes de dirigirse hacia la puerta que llevaba al bar, dónde voces de bienvenida se escuchaban.

Dentro del restaurante, las mesas y sillas están ordenadas como de costumbre, pero no hay rastro de clientes ni del bullicio habitual de la cocina. En cambio, hay un pequeño grupo de personas reunidas alrededor de una mesa en el centro del restaurante. La mesa está iluminada por una lámpara de mesa tenue, creando sombras cálidas sobre los rostros sonrientes y animados de los amigos reunidos. 'Una reunión entre viejos amistades', había dicho el señor Wang esa tarde cuándo Jihoon arribo.

"Y, niño. No sigas el ejemplo de estos idiotas. Llámame solo Minho o señor Wang"

Jihoon inclinó su cabeza, y la puerta se cerró, acallando las voces detrás de él.

Jihoon se quitó el cabello de la cara y procedió a quitarse el delantal. Wang Minho era una buena persona.

"Ambos venimos de una región pequeña también. Fue difícil cuando nos mudamos a Seúl", recordó el comentario de su casero unos días antes, al descubrir que Jihoon venía de la isla Jeju. Aunque Jihoon creía que su acento no era muy marcado como el de los locales, supuso que había adquirido una leve tonada en los años que llevaba viviendo en Seúl desde entonces. Cualquiera fuera el caso, Jihoon estaba agradecido.

El lenguaje del mar | LookismDonde viven las historias. Descúbrelo ahora