Prólogo

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Hay personas que tienen algo "especial" en ellas. No sabría cómo describirlo, solo sé que eso, sea lo que sea, hace que otros quieran orbitar a su alrededor. Son personas que, con su sola presencia, logran iluminar una habitación, atrayendo la mirada y la atención de todos los que las rodean.

No soy una de esas personas.

De hecho, soy todo lo contrario.

Podría fácilmente perderme en una multitud; la mayor parte del tiempo paso desapercibida, y es algo a lo que me he acostumbrado, en parte porque no tenía otra opción. Así que fingí que estaba bien siendo invisible, que no me importaba que las personas perdieran rápidamente el interés en mí o que, a solo minutos de conocerme, ni siquiera pudieran recordar mi nombre. Fingí y seguí fingiendo. Fue fácil. Estaba bien, hasta que lo conocí a él: William Tanner.

—¿Qué estás haciendo aquí?

No me giro para mirarla y dejo que se acerque a mí. Es raro, porque usualmente son las demás personas quienes se acercan a ella.

Estoy aquí porque necesitaba aire —respondo en mi mente—. Me estaba asfixiando entre tantas mentiras y engaños.

—Ya mismo William dará su discurso. Ven, entremos, hermana —extiende su mano hacia mí, y niego con la cabeza.

No quiero ni puedo regresar ahí.

El elegante salón. Los invitados. La opulencia que derrocha cada decoración. Pero, sobre todo, la sensación de dolor y traición que palpita con fuerza en mi pecho y se expande por el resto de mi cansado cuerpo como un incendio forestal que no deja nada más que cenizas y humo, solo destrucción donde antes había tanta vida y paz.

¿Cómo llegamos hasta aquí? —me pregunto mientras la veo—. ¿Por qué no me di cuenta de lo que estaba sucediendo justo frente a mis ojos?

Tantas preguntas y, en realidad, ya no importan las respuestas.

—¿Luna? ¿Qué sucede?

Reprimo el impulso de encogerme de hombros.

¿Qué sucede? Bueno, nada, solo que te has estado acostando con el hombre que será mi esposo, hermana. Eso es todo.

¿Él te gusta? —me preguntó hace tanto tiempo atrás— ¡Él realmente te gusta! Luna, eso es fantástico, jamás te ha gustado alguien. Estoy tan feliz por ti.

—No puedo regresar ahí.

Me mira y sonríe, pensando que es una broma. Pero no, no lo es, la broma siempre estuvo sobre mí. La broma era sobre mí. Siempre lo fue.

Él no me eligió —pienso con amargura—. Solo se estaba conformando conmigo, fui su premio de consolación.

—¿Luna? ¿Qué estás haciendo aquí?

Los ojos de William van de mi persona a Aurora, mi hermana.

Cierro los ojos con fuerza.

Aurora y Luna; Luz y Oscuridad. Dos caras de la misma moneda, pero ella siempre fue la opción correcta, la ganadora. La elegida y la única. Cada cosa que decide hacer, lo hace a la perfección, es casi su don. No voy a mentir y decir que no la envidiaba, al fin y al cabo, soy humana, por supuesto que sentía envidia de ella, del amor y atención que recibía.

Porque incluso aunque somos gemelas idénticas, no podríamos ser más diferentes.

—William es bueno que te puedas unir a nosotras.

Miro el anillo en mi dedo —ajustado para que quede con los guantes que siempre llevo en mis manos—, el cual él me regaló, y me lo quito con cuidado antes de extenderlo en su dirección, golpeando el anillo contra su pecho. No lo alcanza a sujetar a tiempo, provocando que este caiga y golpee el piso, y, tal vez sea por el dramatismo del momento, pero siento que va acorde con lo que está por venir.

De un átomo a toda una galaxiaWhere stories live. Discover now