9. Bienvenidos a Westerly.

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Hayd - All of the stars (0:54 – 1:26)

Mi terapeuta, una mujer de cincuenta años de cabello plateado que parece haber sido pintado, asiente con la cabeza ante la respuesta que le acabo de dar.

Ella preguntó, ¿cómo estás? Y yo respondí que bien. ¿Qué más esperaba ella que diga? Estoy bien. Muy bien.

Miro los cuadros en la pared de la misma manera que lo hice la primera vez que vine aquí preguntándome si ella es realmente buena en su trabajo o cuánto sabía.

—Entonces, si estás bien, ¿qué te trae aquí a terapia? Nuestra sesión no era hasta dos días después.

—Me iré de viaje en unas horas a visitar a la familia de mi prometido.

Espera un momento para ver si voy a dar más información sobre el tema, pero yo no.

—¿Y por qué sería eso un problema? Me dijiste que estás bien.

—Compartimento mis emociones y sentimientos. Si algo malo sucede, solo lo compartimento y lo dejo en un rincón de mi mente —le explico en el mismo tono que utilizo en la sala de juntas—. Es mi forma de seguir adelante. Funciona. Excepto que hay personas nuevas en mi vida, muy diferentes al tipo de personas con las que estoy acostumbrada a socializar y relacionarme, no sé cómo compartimentar... Todo lo que los rodea. Y estaré lejos de casa, en su territorio.

Tomo un respiro profundo y exhalo de forma lenta. Está es justo la parte de la terapia que no me gusta, donde debo decir cosas que mantengo ocultas y que me gustaría que se queden así.

—Soy excepcionalmente buena compartimentando emociones como la ira, el miedo y por supuesto, el dolor para poder seguir y ser la persona que esperan que sea.

—¿Y cuál es el problema? Pareces tener todo resuelto. ¿Verdad? Según tus palabras, solo debes compartimentar y seguir.

—Sí —me encojo de hombros y me recuesto contra el sofá, tratando de contener un resoplido mientras me cruzo de brazos, educándome para no perder la serenidad—. Hago eso y puedo superar los problemas, cualquier crisis. Todo está bien. Perfectamente bien.

Asiente con la cabeza y me mira esperando a que diga algo más y cuando se da cuenta que no lo haré, decide intervenir.

—Eso no explica porque estás aquí, Luna. Pareces tener todo resuelto por tu cuenta. O, ¿hay algo más?

—¿Y si no funciona? ¿Qué pasa si estoy con estás personas y mi método no funciona cerca de ellos? Porque hace un mes y medio, mi nuevo prometido me vio teniendo una crisis, él vio las grietas. No sé cómo. Bajé la guardia y tardé en compartimentar todo, las cosas se pusieron difíciles, me dolía mucho y no podía respirar o guardar ese maldito dolor y él lo vio. No quería que me vea así, no me gusta que nadie me vea es esos momentos.

Golpetea el bloc de notas con el bolígrafo dorado y dibuja una media sonrisa en sus labios.

—¿Y cómo te hizo sentir que él vea esa parte de ti?

—La típica frase de mis terapeutas —me burlo.

—Si lo prefieres, puedo preguntar de otra manera, pero la única forma de saber cómo te sientes es si me lo dices.

Asiento con la cabeza.

—Me sentí débil, no me gusta sentirme de esa manera. Pero había sido una semana difícil y las cosas no han mejorado, mi madre sigue metiéndose en mis asuntos y mi hermano cuestiona cada cosa que hago. Hago lo mejor que puedo.

Mi terapeuta señala mis manos y me detengo sin entender a qué se refiere hasta que veo que estado arañando mi cutícula con tanta fuerza que la he dañado y provocado que sangre un poco.

De un átomo a toda una galaxiaWhere stories live. Discover now