Cap. 1: Esperando.

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Hola, empecé esta nueva historia... Como ya expliqué en la descripción, intenté dejar bastantes posibilidades para que el que lea pueda ponerse en lugar de protagonista. No se, fijense (? espero que les guste!


Había visto cada partido, había alentado hasta el final, me había ilusionado... y también había sufrido. Mucho. Eran un gran equipo, tenían todas las posibilidades de ganar la copa, y sin embargo se la llevaron los que pusieron plata encima. Lloré con ese resultado, como imagino habrá llorado toda una nación que alentaba a su equipo. Pero bueno, las cosas se habían dado así y no había nada más que hacer, más que leer las declaraciones de los jugadores en las redes sociales y seguir sufriendo. Eso, hasta que ví que al otro día llegaban a Argentina de vuelta.

Me pareció que ir a darles aliento pese a haber perdido iba a ser lo mejor para demostrarles que todavía tenían el apoyo de la gente, así que me preparé para salir a la mañana siguiente, bien temprano, a Ezeiza. Quería ver a mis héroes de cerca. Nunca antes había podido, pero ahora que había cumplido la mayoría de edad mis viejos no iban a frenarme. Además, quería alentar particularmente al diez: siempre lo había amado, desde mucho antes de que fuera el mejor del mundo, y ahora me había roto el alma verlo tan mal y siendo tan criticado. Conocerlo había sido mi sueño desde siempre, y ahora podía llegar a cumplirlo, con suerte, además de alentar a todo el equipo.

Así es que salí para Capital, calculando el tiempo para llegar un par de horas antes que ellos al aeropuerto y así encontrar un buen lugar desde donde recibirlos. Mis viejos me habían discutido un poco, pero no tardaron en entender que no había modo de frenarme y me dejaron ir (hasta dándome más plata, por las dudas, y esas cosas). Cuando llegué a Ezeiza me costó un poco orientarme al principio, pero no mucho, y me sorprendí de ver que ya había gente acumulada para recibir a los jugadores, aun dos horas antes. Estas dos horas pasaron muy lento: entre el aburrimiento y los nervios, se volvieron eternas. Al principio me costó un poco integrarme al grupo, pero después fui tomando confianza y hablando con las otras personas que estaban ahí esperando también, comentando cosas del partido, de sus vidas, del clima y cosas todavía más triviales. Cuando se cumplió la hora había ya bastante más gente que al principio, y todos se desesperaron bastante en cuanto llegó el avión.

Muchos se abalanzaron hacia la puerta, siendo frenados por los patovicas. Por suerte, yo quedé bastante adelante, y logré hacerme lugar para ver bien e intentar que ellos me vean. Se me revolvía el estómago mientras esperaba que salieran, en especial Messi; pero, cuando finalmente salieron, todo se me pasó muy rápido. Todos gritaban, los patovicas tapaban bastante, no fue como esperaba, aunque tendría que haberme imaginado que iba a ser así. De todos modos, no me quedé conforme con eso, me había decidido a cumplir mi sueño de conocerlo, y lo iba a hacer.

Salí rápido y, como tenía bastante plata (no había gastado casi nada), busqué un taxi. Le pedí cordialmente al chofer que siga al micro en el que iba a salir la selección, y él arrancó. No preguntó nada en ningún momento, solamente hizo algunos comentarios del partido, pero nada más. El viaje no fue muy largo de todos modos, no tardamos mucho en llegar. Pagué y salí, viendo que también había bastante gente amontonada en la entrada del hotel, esperando a los jugadores ahí. Empecé a putear por lo bajo, cuando otra idea un poco descabellada se me vino a la mente.

Me saqué la camiseta y la guardé en mi mochila, tratando de parecer que no tenía nada que ver con el amontonamiento de gente. Empecé a darle la vuelta al hotel, hasta que encontré la entrada de servicio y, sin pensarlo dos veces, entré. Suponía que la gente del lugar ya debería conocerse bastante y no me pareció muy coherente disfrazarme de empleada como en las películas, pero por las dudas me guardé un delantal en la mochila, en caso de que tuviese que usarlo más adelante. Tenía pensado fingir que era una persona cualquiera registrada en el hotel, cuando ví que había toda un ala específicamente reservada para la selección y a la cual no se podía entrar libremente, así que decidí analizar bien a los patovicas y demás personal.

Por las dudas, también analicé bien la estructura del edificio, qué ventanas daban a esa parte y otras cosas de ese estilo, casi por una corazonada. Eso terminó siéndome muy útil ya que, en cuanto quise mandarme la primera vez a escondidas, un patovica me encontró y me sacó, sin agredirme por suerte, pero advirtiéndome. Cualquier persona racional se hubiera rendido, pero yo no. Decidí esperar a que oscureciera un poco, para intentar entrar de nuevo: con suerte se olvidarían de mi cara.

Ví que había más patovicas que antes cuando me asomé, así que descarté la opción de intentar lo mismo que antes, tenía que pensar otra cosa. Llamé a mis viejos diciéndoles que me había encontrado con un amigo y que pasaba la noche allá, para que no se preocupen ni me molesten. Entonces, pensando un buen modo de entrar, me acordé del análisis que había hecho, y otra idea irracional vino a mi mente. Fui a la parte externa del ala en la que estaba la selección y, para mi suerte, ví que no daba a la calle si no que daba al garaje del hotel. Además, como si la suerte estuviera de mi lado, había un árbol que daba a una de las ventanas. Sin siquiera pensar en lo que estaba haciendo, empecé a trepar.

Me costó un poco al principio, alcanzar las ramas del árbol, hasta que logré acomodar unas cajas para darme altura, y entonces analicé mis posibilidades: solo había una ventana a la cual podía llegar bien, las otras me eran inaccesibles. Encaré hacia esa ventana, que tenía la luz apagada por suerte. Al llegar, después de muchos sustos y pánico, ví que la ventana correspondía a una habitación mediana, con dos camas individuales. No era muy tarde, así que dudé que hubiese alguien durmiendo, y empecé a intentar entrar.

Una vez que logré abrirla, muy silenciosamente entré y la cerré, pensando en qué hacer ahora, mientras analizaba el lugar. No creí que llegaría hasta ahí, así que ahora me había quedado sin plan y, por primera vez, empecé a pensar en lo que había hecho. No sabía de quién era esa habitación en la que estaba, pero dudaba que fuera justo la de Messi. En eso estaba, pensando muy concentrada, cuando noté que asomaba luz por debajo de la puerta del baño e, instintivamente, me di vuelta como para ir al pasillo. Sin embargo, no llegué a moverme mucho, porque escuché un ruido que inmovilizó: la puerta del baño se abría. Al toque se prendió la luz de la habitación, y escuché una voz atrás mío.

-¿Quién sos? ¿Qué hacés acá?

¿El vegano o el mejor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora