—Washington D.C.
—¿Que vas a hacer qué?
Sucede un poco antes de lo que ambos esperaban: tan solo transcurrieron dos semanas desde la cena oficial, dos semanas durante las cuales no hizo más que desear volver a tener a Max debajo de él lo más pronto posible y en las que le dijo de todo menos eso en los mensajes que ambos se intercambiaron. Paola no deja de mirarlo como si fuera a arrojarle el teléfono al río Potomac.
—Un partido de polo este fin de semana, con fines benéficos, al que se accede solo mediante invitación —está diciendo Max por teléfono. Es en... —Calla unos instantes, probablemente para consultar el itinerario que debe de haberle entregado Charles—. Greenwich, Connecticut. La entrada cuesta diez mil dólares, pero puedo apuntarte en la lista.
Sergio está a punto de derramar el café en el suelo de la entrada sur. Yuki lo mira con el ceño fruncido.
—Por Dios, qué barbaridad. ¿Para qué vas a recaudar fondos, para comprarles monóculos a los recién nacidos? —Luego tapa el micrófono del teléfono con la mano y pregunta—: ¿Dónde está Carlos? Necesito despejar mi agenda para este fin de semana. —Vuelve a destapar el teléfono—. Oye, voy a intentar hacer un hueco, pero la verdad es que últimamente estoy muy ocupado.
—Lo siento, Carlos pregunta que si este fin de semana quieres anular el acto de recaudación de fondos para acudir a un partido de polo en Connecticut —vocea Paola desde su habitación, con lo cual el castaño casi vuelve a derramar el café que tiene en la mano.
—Escucha —le dice el de pecas—, estoy intentando organizar una estrategia de relaciones públicas geopolíticas.
—Oye, la gente está escribiendo toda clase de comentarios sobre ustedes...
—Ya lo sé, me los envió Carola.
—Yo creo que podrías descansar un poco.
—¡La Corona desea que asista! —miente a toda velocidad. Su hermana no parece convencida, y se despide de el con una mirada que seguramente lo preocuparía si en estos momentos le importara un poco más algo que no fuera la boca de Max.
Y así es como termina acudiendo el sábado al Greenwich Polo Club vestido con su mejor conjunto de J. Crew y preguntándose en qué demonios se está metiendo. La mujer que está delante de él luce un sombrero que lleva encima una paloma entera, disecada. Sus partidos de fútbol en la preparatoria no lo prepararon para esta clase de eventos deportivos.
Ver a Max a caballo no es nada nuevo. Ver a Max vestido de arriba abajo con su atuendo de jugar al polo: el casco, las mangas cortas que le llegan justo a la altura de los biceps, el pantalón blanco y ceñido, metido en unas botas altas de piel, los protectores de las rodillas, llenos de complicados herrajes, los guantes de cuero... todo ello le resulta ya familiar. Ya lo ha visto. Categóricamente, debería ser aburrido; no debería provocarle ninguna reacción visceral, carnal ni romanticona. Pero es que la manera en que Max espolea a su caballo por la pista con la fuerza de sus muslos, la manera en que su trasero rebota contra la silla de montar, la manera en que se estiran y se flexionan los músculos de sus brazos cuando golpea con el taco, la manera en que mira y en que lo lleva todo... es mucho.
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Red, White & RedBull | chestappen
FanfictionSergio Michel Wolff-Pérez, el hijo millennial de la presidenta de Estados Unidos, es un tesoro para el marketing de la Casa Blanca: atractivo, carismático e inteligente. Lo que nadie sabe es que no soporta al príncipe Max, el nieto del rey de Inglat...