Chapter 8

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—Washington D

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Washington D.C.


Bien, el problema que tiene lo del beso es que Checo se ve absolutamente incapaz de dejar de pensar en él. Lo intentó. Max, Mick y sus guardaespaldas ya hacía tiempo que se habían ido cuando él volvió a entrar en el edificio. Ni siquiera el estupor del alcohol ni la tremenda resaca del día siguiente lograron borrar esa imagen de su cerebro.

En las reuniones con su madre intenta prestar atención, pero no consigue mantenerla ni un minuto, y Carlos le tiene prohibido salir del Ala Oeste. Estudia todos los proyectos de ley que van pasando por el Congreso y contempla la posibilidad de hacer rondas para convencer a los Senadores, pero no logra encontrar el entusiasmo necesario para ello.

Inicia el último semestre, acude a clases, se reúne con el secretario de eventos sociales para planificar la cena de graduación, se rodea de apuntes, textos subrayados y lecturas complementarias.

Pero por debajo de todo eso está ese Príncipe inglés besándolo debajo de un tilo del jardín, con el cabello rubio iluminado por la luna, y él siente que se derrite por dentro, y le entran ganas de arrojarse por las escaleras presidenciales.

No se lo ha contado a nadie, ni siquiera a Carola ni a Paola. No tiene ni idea de qué decirles siquiera, si decidiera contárselo. ¿Tiene siquiera permiso, técnicamente, para contar eso a alguien, dado que firmó un acuerdo de confidencialidad? ¿Era esa la razón por la que tenía que firmarlo? ¿Es algo que Max tuvo en mente todo el tiempo? ¿Significa que Max siente algo por él? ¿Por qué iba Max a comportarse durante tanto tiempo como un imbécil aburrido si le gustaba él?

Max no está aportando ninguna idea, ni tampoco ninguna otra cosa. Ya que no ha respondido a ninguno de sus mensajes ní llamadas.

—Bien, ya tuve suficiente —lo sorprende Paola un miércoles por la tarde, tras salir indignada de su habitación y entrar en la salita que hay junto al pasillo común. Lleva puesta su ropa de deporte y se recogió el pelo en una cola de caballo. Checo se apresura a guardarse el teléfono en el bolsillo—. No sé cuál es tu problema, pero llevo dos horas intentando escribir y me resulta imposible concentrarme si te estoy oyendo pasear de un lado a otro, como un león enjaulado. —dice arrojándole una gorra de beisbol—. Voy a salir a correr, y tú vienes conmigo.

Fernando los acompaña hasta el estanque. Paola le propina una patadita a su hermano en el hueco de la rodilla para traerlo de nuevo a la tierra, y él, tras un gruñido y una palabrota, aprieta el paso. Se siente igual que un perro al que hay que sacar a pasear para que queme energía. Sobre todo, cuando Paola le dice:

—Pareces un perro al que hay que sacar a pasear para que queme energía.

—A veces te odio —le contesta el pecoso, y a continuación se ajusta los audífonos y pone una canción de Sade.

Mientras corre, va pensando que lo más estúpido de todo es que él es heterosexual.

Está bastante seguro de ser heterosexual.

Red, White & RedBull | chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora