Amor

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Se había dado cuenta desde un inicio. Atsushi jamás había sido demasiado discreto y notó casi el momento exacto en el que su mirada cambió a un gesto de deseo. Estaba acostumbrado. Aunque en un principio aquel hecho provocó un escándalo en su interior, al final determinó que podría lidiar al respecto si ambos lo querían. Pero, ¿él también lo deseaba?

La respuesta fue tan confusa, que por primera vez en su vida le tuvo que dar vueltas y vueltas y más vueltas a una cuestión de esa categoría.

Su experiencia con hombres era casi nula. Noches ardientes que amanecían frías y sin compañías. Gestos discretos que jamás regresaban. Los hombres no eran realmente lo suyo. Sin embargo, con Atsushi había algo diferente.

Sí, lo quería. Y esa respuesta fue como un golpe a medianoche en el estómago, ¿eso que significaba? Y ese querer significó por un momento un nuevo concepto nunca antes experimentado.

Le fue difícil definirlo. En realidad ni siquiera llegó a hacerlo concretamente. Se permitió ser negligente y dejó el asunto zanjado con una respuesta demasiado amplia.

Significaba que estaba bien con Atsushi. ¿Por qué? Porque era Atsushi.

Aquello aunque no aclaraba nada en realidad, sí dejó algo en evidencia. Y era que, tal vez, los hombres no habían sido lo suyo, porque antes no había conocido a Atsushi. No estaría mal experimentar un poco, siempre y cuando el albino estuviera totalmente de acuerdo. En esa cuestión debió haber puesto más atención. Si no fuera por la rotunda respuesta que se dio para cerrar el caso, hubiera analizado con mayor profundidad ese intensivo interés porque los dos estuvieran de acuerdo. Nunca antes le había interesado tanto tener un sí absoluto. Generalmente con el primer sí que recibía de confirmación se conformaba, sin indagar en la versdicidad de las palabras recibidas. Pero con Atsushi sentía un profundo interés por confirmarlo hasta el último momento. De tener un absoluto sí. Si esa era una señal de que algo más profundo estaba oscureciendo en su interior la dejó pasar de largo.

No importaba o, más bien, no quería darle vueltas.

Así que, comenzó a coquetearle con descaro. Día tras día, en cada oportunidad que tenía. Coqueteos que de vez en cuando hacían arquear las cejas de los dos otros de la agencia y luego risas contundentes cuando Atsushi le respondía sin entender. Con la mayor inocencia y sinceridad posible. Con sus ojos multicolor abiertos en ingenuidad y confianza.

Nadie le había mirado de la misma manera, pero una vez más decidió no pensar demasiado en ese hecho. El deseo se manifiesta de diferente manera en cada persona. Eso fue lo que se dijo con cierta resignación. Aquello debía ser nuevo para el menor. Incluso para sí era algo nuevo. No es que fuera coqueteándole a cada persona de la agencia, la mayoría no era su tipo.

Aunque se resignó un poco no dejó de lanzarle pequeños coqueteos. Las cosas no cambiaron mucho. Seguía viendo en sus ojos un deseo contenido que quedaba trabado. Era frustrante pero tampoco iba a hacer más. No sabía que le pasaba, nunca había sido un así de indirecto. Siempre era el primero en actuar, aún si sus anteriores intento no funcionaban. Era extraño. Su actitud relucía un recato ajeno a su personalidad. ¿Qué le pasaba?

Aquella noche, después de estar sentado junto a Atsushi y descubrirse incapaz de hacer cualquier cosa, escapó furioso de su lado con la excusa de haber escuchado su canción favorita. Y bailando, escuchando la voz de Kunikida tan lejana con los murmullos de los grillos bailó con una desesperación contenida. No entendía su actitud, no se entendía en lo absoluto. Esa noche era su oportunidad para tocarle la pierna a Atsushi y decirle todo lo que había estado pensando, para decirle que lo había descubierto y que estaba bien, porque él también quería. Pero ¿querer qué?

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