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Calle

Desperté y estaba en mi cama. Genial, había sido un jodido sueño.

—Hola —Pau estaba en la silla del ordenador mirándome—. ¿Cómo te sientes? —extrañada por su pregunta, miré mi cuerpo y noté que no tenía pijama, estaba completamente vestida.

La observé unos segundos y al ver su rostro comencé a asustarme. Miré a mi alrededor y en el piso, al lado de mi cama, estaba la bolsa de lo que compré.

La miré y bajó la cabeza.

—¿Es real? —mi pregunta casi no tenía sentido.

—Está abajo platicando con Lia —me senté rápido en la cama e hice el ademán de pararme, pero Paula se levantó y se acercó rápido, poniendo sus manos en mis hombros—. Calle, ella no te reconoció.

—¿De qué hablas?

—Baja, pero aún no hables como si se conocieran —me soltó con lentitud y, aún algo aturdida, obedecí.

A mitad de las escaleras escuché la risa de Lia en la sala.

—¿Y tu madre no te dijo nada? —mi corazón dio un vuelco; su voz se escuchaba más ronca que hace unos años.

—Ella no lo sabe.

—¿Qué es lo que no sé, Airlia? —me crucé de brazos apenas terminé de bajar y recargué mi cadera en la pared, solo mirando a mi hija.

—Que te amo mucho —sonrió mostrando todos sus dientes.

—¿Se encuentra bien? —se paró y se alejó de Lia. Asentí—. Discúlpeme si le molestó que me acercara a su hija.

Poché

—Háblame de tú, no creo que tengamos mucha diferencia de edad.

—¿Cuántos años tienes? —pregunté ladeando la cabeza.

—Veintitrés, ¿y tú?

—Veinticuatro —sonreí—. De nuevo, una disculpa si te molestó y eso hizo que te desmayaras.

—No fue eso, no he estado comiendo bien, creo —me miró de arriba a abajo y me sentí intimidada, así que dejé de mirarla para mirar cualquier parte de la sala.

—Bien, entonces me voy —sonreí de lado.

—¡No! —saltó Lia a mis piernas—. Dijiste que comeríamos juntas —hizo un puchero mirándome.

—Tu mami necesita descansar y no creo que una extraña en su casa ayude en eso —intenté explicar.

—Pero no eres una extraña —dijo mirando a su madre y ambas se mantuvieron en silencio unos segundos—. Eres mi amiga.

—Y yo no tengo ningún problema con que te quedes, ayudaste a Pau a traerme —supuse.

—De hecho, ella fue quien te trajo —las tres volteamos a mirarla; ella estaba unos escalones más arriba que la mamá de Lia, pero ninguna se había dado cuenta.

—¿Y cómo me trajiste? —abrí la boca intentando acomodar mis ideas.

—¡Como a una princesa! —exclamó Lia.

—Te desmayaste; Lia la llamó cuando veníamos en camino —señalé a Paula y Lia tomó mi mano bajándola, cosa que no entendí.

—Es de mala educación —me dijo.

—¿Por qué?

Se encogió de hombros—. Mamá dice que eso dice la abuela —sonrió y la imité.

—Le pedí a Lia que me dijera lugares que reconocía cerca de su casa y me habló del parque —me encogí de hombros.

Esta vez noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora