Rébeiller Prólogue

Prólogo

Valencia, 1919.

Las cicatrices de la Gran Guerra aún marcaban las calles y los corazones de aquellos que habían sobrevivido. En esta ciudad, donde el sol brillaba con una intensidad casi palpable, dos jóvenes caminaban por caminos que entrelazaban lo sobrenatural con lo humano.

Elías, con sus penetrantes ojos azules y una mirada que revelaba más de lo que él desearía, era el heredero de un linaje que inspiraba tanto respeto como temor. Nacido en Londres, había llegado a Valencia cargando con un legado oscuro y aterrador, un legado que a sus dieciocho años apenas comenzaba a comprender y a su vez aprendía a sobrellevar. Las responsabilidades y las expectativas pesaban sobre sus hombros, y él intentaba sobrellevarlas con una dignidad forzada.

A su lado, Elliot, con su cabello rubio que reflejaba la luz del sol como un campo de trigo en verano, luchaba con un conflicto interno diferente pero igualmente desgarrador. Su linaje era un misterio y no encontraba la oportunidad de comprenderlo. Aunque no había nacido en Valencia, la ciudad se había convertido en su hogar. Elliot no quería herir a su madre ni decepcionarla, una madre que lo amaba con una devoción inquebrantable pero que no comprendía completamente su verdadera naturaleza.

Ambos jóvenes compartían más que una amistad; compartían secretos que los aislaban del resto del mundo. En un entorno devastado por la guerra, se preguntaban si encontrarían un momento de paz. ¿Podrían algún día descansar de los fantasmas que los perseguían, tanto en el mundo real como en el de los sueños?

Sus encuentros juntos eran sus momentos de respiro, sus oasis en medio del caos. En un inicio, entre estanterías repletas de libros polvorientos, discutían sobre historias de otros tiempos y otros mundos. Pero, por encima de todo, encontraban consuelo el uno en el otro, aunque siempre terminaban retardando el confesar sus sentimientos uno por el otro.

Elías, con la carga de su linaje oscuro y sangre, y Elliot, con su deseo de no decepcionar a su madre, caminaban una línea delgada entre la responsabilidad y el deseo. En una Valencia que aún temblaba por las secuelas de la guerra, buscaban un espacio donde su sangre, no tan humana como parecía, pudiera encontrar la paz.

Mientras el sol se ponía sobre el horizonte de la ciudad, proyectando largas sombras que bailaban con los últimos rayos de luz, Elías y Elliot se miraron. En ese intercambio silencioso de miradas, sabían que, a pesar de todo, se tenían el uno al otro. Y quizás, solo quizás, eso sería suficiente para enfrentar los desafíos que les guardaban ahora y en el futuro.

En este mundo dos jóvenes, que apenas empezaban a ser adultos, se preparaban para un viaje que pondría a prueba no solo su valor, sino también la fuerza de sus corazones.

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