Capítulo 8

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Después de que Elliot se marchó repentinamente, Elías quedó sumido en el silencio de la biblioteca, una sensación que se había vuelto familiar desde la llegada del joven de cabello rubio. Apenas había pasado un mes, pero Elliot ya se había convertido en una presencia constante en su mente. Aunque apenas habían pasado unos minutos desde su partida, Elías comenzaba a echarlo de menos. Sabía que Elliot volvería al día siguiente o al siguiente, pero estaba empezando a experimentar sensaciones que consideraba irracionales.

Mientras divagaba en sus pensamientos, Elías se dio cuenta de que estaba volviéndose adicto a la compañía de Elliot, a la sensación de perderse en sus profundos ojos grises. La idea lo desconcertaba, pero no podía negar que disfrutaba de esa conexión especial con él. A pesar de que inicialmente solo había sentido curiosidad por conocer a otro híbrido, aparte de su hermana Camille, ahora se sentía atraído por Elliot de una manera que iba más allá de lo superficial.

"¿Qué me estás haciendo, Elliot?", pensó Elías mientras pasaba una mano por su rostro y dejaba escapar un suspiro. ¿Se estaba enamorando? Aunque había sentido atracción física antes, tanto por mujeres como en ciertas ocasiones por hombres, la forma en que Elliot le revolvía el corazón no era simplemente un sentimiento común de atracción. Era algo más profundo, más intenso. Quizás solo estaba reflexionando demasiado las cosas. Era mejor que regresara a casa; más tarde tenía una reunión y no había visto a Camille desde la mañana.

Las sombras lo envolvieron, y Elías regresó a la mansión de los Ainsworth.

— ¿Elías? — Camille rió — ¿Por qué tienes esa cara?

Elías dio un suspiro, pero sonrió levemente al ver a Camille jugando en la sala con Botitas.

— ¿Qué cara tengo, ratoncita?

— De bobo... — rió.

Elías no pudo evitar reír también y se sentó junto a ella, sintiendo cómo la tensión se desvanecía al ver a su hermana actuando como la niña que era.

— Bueno, Camille... Para ser sincero, me siento algo bobo. — dijo mientras le revolvía el cabello.

Camille le dio un pequeño empujón y frunció el ceño.

— ¡Oye! Claro como tú no eres quien lo peina por las mañanas, te da igual lo difícil que es desenredarlo... — refunfuñó mientras intentaba volver a acomodar su cabello.

— Bueno, tú tampoco eres quien se encarga de peinarlo, ¿verdad? — rió — ¿Acaso no se lo pides a un sirviente sombra?

— Pero soy consciente de lo difícil que es; tú... tú desprestigias el trabajo de las sombras.

Elías rió más fuerte y abrazó a Camille.

— Está bien, no desprestigiaré más a las sombras. Prometido. Son nuestros más devotos sirvientes, después de todo, ¿no es así?

Camille sonrió, satisfecha, y se acurrucó junto a su hermano.

— Hace unos meses ni me dejabas tocar tu cabello, ¿qué es esta inesperada muestra de cariño?

— Mmm... antes no me dabas confianza, ahora sí, eres mi hermano después de todo, aunque seas tan raro.

— ¿Soy raro?

— Bueno... quizás más bobo que raro, con la cara que pones cuando piensas en aquel chico.

— ¿Cómo sabías que...?

— Supongo que ya conozco mejor a mi hermano — dijo, interrumpiéndolo —. Dices que ese chico sigue yendo a la biblioteca, ¿no es así?

— Eres lista.

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