Elías notó el nerviosismo en Elliot, y a su vez, recordó que Camille estaba en casa, nada era peor que su hermana menor lo encontrara en aquella situación. No quería burlas de su parte o malos entendidos, así que, con cuidado colocó a Elliot a su lado.
— Deberíamos volver a la biblioteca, después de todo se está haciendo tarde.
Elliot se levantó de golpe, algo nervioso por haber estado tan cerca de Elías hace unos segundos, listo para abrir la puerta y salir de la habitación. Pero antes de que pudiera hacerlo, Elías lo detuvo con un gesto rápido.
— Espera un momento —dijo Elías, sujetando suavemente el brazo de Elliot—. No es buena idea salir ahora.
Elliot frunció el ceño, confundido por la repentina detención.
— ¿Qué sucede? ¿Hay algo mal? —preguntó, mirando a Elías con curiosidad y preocupación.
Elías se apresuró a encontrar una explicación, tratando de disimular su propia incomodidad.
— No, no pasa nada malo. Es solo que... creo que sería mejor evitar cualquier distracción. Podemos seguir hablando en la biblioteca.
Antes de que Elliot pudiera protestar, Elías lo detuvo suavemente para evitar que saliera de la habitación.
— ¿Qué estás haciendo? —exclamó Elliot, sorprendido por esto.
— Solo estamos dando un pequeño paseo de regreso a la biblioteca —explicó Elías con una sonrisa, tratando de calmar los nervios de Elliot—. Confía en mí, te llevaré a salvo.
Elías volvió a tomarlo de la cintura y cubrirle los ojos, para volver a hacerle experimentar la sensación de frío causada por el viaje entre sombras, la verdad era que Elías disfrutaba que Elliot aún se viera obligado a aferrarse ante la sensación de irse volviendo liviano hasta el punto de prácticamente flotar. Era gracioso, aún lo veía como el ratón asustadizo de la biblioteca. Finalmente las sombras se disiparon y aparecieron de vuelta en el lugar que deseaban.
— ¿Es necesario todo eso de... bueno... el tomarme de esa manera? — preguntó Elliot con las mejillas ruborizadas.
— ¿Ah? Claro, no quiero que te caigas, además tú eres quien más se aferraba a mí, ¿no? — respondió Elías con una sonrisa.
— Yo... mejor... mejor me voy, se hace tarde, mi madre me retará — tomó apresuradamente sus cosas para salir del lugar — ¡Nos vemos!
— Adiós...
Elliot salió casi corriendo de la biblioteca, recorriendo las calles de Valencia, ya era mayo. A esa hora de la tarde, los rayos del sol bañaban la ciudad con una cálida luz dorada, iluminando las fachadas de los edificios antiguos y destacando los tonos terracota de las tejas en los tejados. El aire estaba impregnado con el aroma fresco de la brisa marina, que llegaba desde la cercana costa mediterránea.
El bullicio de la ciudad envolvía a Elliot mientras se apresuraba por las calles adoquinadas, esquivando a los transeúntes que iban y venían con sus actividades diarias. A medida que avanzaba, podía escuchar el murmullo constante de la vida urbana: el traqueteo de los carruajes, el repicar de las campanas de la iglesia cercana y el alegre barullo de los vendedores ambulantes que ofrecían sus mercancías en los puestos callejeros.
Se dirigía hacia una pequeña comuna que casi podría considerarse un pueblo aunque siguiera dentro de Valencia, ubicado cerca de la costa. A medida que se acercaba, los edificios comenzaban a dar paso a casas más modestas y pintorescas, con tejados de tejas rojas y fachadas de colores vivos. Las calles se estrechaban y el ambiente se volvía más tranquilo, lejos del bullicio del centro de la ciudad.
Elliot sentía la urgencia de llegar pronto a casa, sabiendo que su madre lo esperaba. Eran más de las 4 de la tarde y si no llegaba a tiempo, sabía que recibiría un regaño. Apresuró el paso, deseando llegar pronto a su hogar antes de que fuera demasiado tarde. La hora de la cena era casi sagrada para su madre.
Elliot llegó a casa con el corazón latiendo con fuerza. Al abrir la puerta, fue recibido por el cálido abrazo de su madre, Eleanor, quien lo miraba con una sonrisa dulce. A pesar de tener un hijo de la edad de Elliot, lucía bastante joven. Su cabello rubio caía en bonitas ondas sobre sus hombros, y tenía unos ojos grises similares a los de su hijo, aunque, a diferencia del pacífico mar encerrado en los ojos de Elliot, los suyos más bien encerraban una tormenta.
— Elliot, querido, cuéntale a mamá, ¿cómo te fue hoy? —preguntó su madre, mientras le quitaba delicadamente el sombrero y lo colgaba en el perchero.
— Todo bien, mamá —respondió Elliot con una sonrisa nerviosa, tratando de ocultar el cansancio en su voz.
Su madre lo observó con una mirada penetrante antes de continuar.
— Me alegro de escuchar eso. Ahora, ve a lavarte las manos, la cena estará lista en unos minutos.
Elliot asintió obedientemente y se dirigió al lavabo, pero no pudo evitar notar la forma en que su madre había pronunciado esas palabras. Siempre tan decidida, y aunque le diera una sonrisa dulce, seguía teniendo un tono de seriedad en su voz. A veces, la actitud de su madre lo hacía sentir como si estuviera siendo moldeado a su imagen y semejanza, o como si ella tuviera un plan perfectamente trazado para su futuro.
Mientras se lavaba las manos, Elliot reflexionaba sobre las expectativas de su madre para él. Siempre había sentido que ella deseaba que fuera un caballero refinado, un "señorito", como solía decir ella, en lugar de seguir sus propios intereses y pasiones. Aunque su madre lo trataba bien, siempre había una leve presión implícita detrás de cada gesto cariñoso o palabra de aliento. Sin embargo, al pensar en esa curiosa palabra "señorito", no podía evitar que la imagen de Elías apareciera en su mente y una pequeña sonrisa se esbozara en sus labios. Puso sus manos en sus mejillas, tratando de evitar que el calor subiera a ellas de nuevo; no debía dejar que apareciera un rubor traicionero.
Terminando de lavarse las manos, Elliot se secó con una toalla y se dirigió a la mesa para cenar, preguntándose qué sería lo siguiente en el plan de su madre para convertirlo en el hombre que ella deseaba que fuera.
— Hijo, luego de la cena quiero que lleves estas naranjas a casa de Miss Beatrice.
— ¿Naranjas?
— Sí, son de una excelente calidad, y seguro le gustará el gesto, y quien sabe seguro su hija Lydia podrá preparar algo delicioso con esto, hablando de Lydia, Elliot, ¿has hablado con ella últimamente? — dijo con una amable sonrisa.
— ¿Lydia? Bueno... a veces la veo cuando camino por el barrio. Nos saludamos, pero no hablamos mucho en realidad... —respondió Elliot, sintiendo un ligero nudo en el estómago. La mención de Lydia o alguna otra joven que fuera del agrado de su madre siempre le traía una sensación extraña, como si hubiera algo más detrás de esas amables interacciones.
La mirada de Eleanor pareció escudriñar un poco más allá de las palabras de Elliot, pero luego asintió con satisfacción.
— Bueno, deberías tratar de hablar más con ella. Es una buena chica, y podría ser una buena influencia para ti.
Elliot asintió, aunque en su interior se preguntaba si la preocupación de su madre por su relación con Lydia tenía alguna otra motivación. Siempre había sido protectora pero a veces se entrometía demasiado en sus relaciones con otras personas. Mientras terminaba su cena, continuó pensando en las posibles intenciones de su madre. Estaba seguro de que ese gesto, aparentemente inocente, de llevar las naranjas a casa de Miss Beatrice tenía otra intención. ¿Estaba su madre tratando de orquestar algún tipo de encuentro entre él y Lydia?
— Lo intentaré mamá y llevaré las naranjas no te preocupes.
Eleanor se limitó a sonreír, satisfecha por la respuesta de su hijo.
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Rébeiller Prólogue
Ficção AdolescenteEn la Valencia de 1919, una ciudad que aún se tambalea por las secuelas de la Gran Guerra, dos jóvenes de dieciocho años, Elías y Elliot, se encuentran en una encrucijada entre el mundo mágico, sobrenatural y humano. Elías, heredero de un oscuro li...