No eres mío

La inquebrantable unión

La mañana siguiente fue el tan esperado partido en aquella ciudad londinense. El joven omega despertó emocionado una vez más, nunca había ido a ver un partido de tal nivel. Lo único que lo desilusionó un poco fue que se dio cuenta de que tendría que ir por su cuenta ya que al despertar vio la casa vacía, pero recibió un mensaje de texto del dueño de la casa disculpándose porque se tenía que ir desde muy temprano pero que a modo de disculpa le había dejado el desayuno en el refrigerador. Lainez suspiró resignado a que se tendría que ir en taxi, pero por suerte, el alfa se encargó de mandar el boleto de entrada también.

Una vez llegó al estadio, sintió que el clima era más fresco de lo normal, pero para su fortuna se llevó un ligero suéter. Había llegado temprano, por lo que decidió esperar en el palco de familiares. Diego seguía sin poder creer lo lejos que había llegado Edson en su vida. Literalmente, él lo había conocido cuando apenas era un adolescente que llegaba todos los días a sus entrenamientos en transporte público, para luego verlo hacerse campeón dos veces, tanto en México como en Países Bajos. Nunca imaginó que el alfa con el que compartió equipo y varios años de su vida como pareja, ahora jugaba en la mejor liga del mundo. Aún sin ser nada hoy en día, sentía un enorme orgullo verlo cumplir sus sueños.

Y lo que veía en el campo era justamente eso, la destreza del mediocampista emocionaba a la hinchada del equipo cuando este ganaba un duelo. El omega sonrió y alentó durante los más de noventa minutos jugados. Pero, en definitiva, el momento más emocionante fue cuando en el tiempo añadido hubo un tiro de esquina en el que Álvarez pudo meter el tercer gol del equipo que remató el puntaje final a su favor.

La alteración del público se hizo oír enseguida, sin embargo, lo que en verdad conmocionó al omega fue que el alfa en cuestión le dedicó el gol haciendo la letra D y acto seguido formando un corazón con sus manos. Por lo que Lainez casi se desmayó de la impresión. Sus ojos no creían lo que veían, era como volver al pasado cuando veía todos sus partidos en aquel equipo de Holanda.

Como pudo contuvo sus lágrimas y una vez que sonó el pitido final, fue directo a bajarse de las gradas para verlo más de cerca. Sin embargo, cuando vio que el centrocampista estaba intercambiado su camisa con la del defensa del equipo contrario Lisandro Martinez, decidió mejor ir a esperarlo a la salida de los vestidores. Por suerte tenía acceso a esa zona ya que fue invitado como familiar del jugador, aunque no fuese verdad.

–Felicidades por el partido– exclamó contento el joven omega al ver a Álvarez salir por el pasillo. Una vez que el más alto lo reconoció, le dio un fuerte abrazo por haberlo ido a verlo y esperarlo.

–Gracias Di– agradeció mientras inundaba su cabeza en los cabellos del contrario. A causa de la cercanía, pudo olfatearle una vez más como cuando lo recibió en el aeropuerto, pero esta vez sintió algo más fuerte en su olor corporal.

Aún sin saber que era, seguía pensando en que había algo diferente en su dulce aroma, ya que a pesar de que el omega seguía oliendo a una mezcla de vainilla y miel como de costumbre, había un misterioso toque floral que no reconocía, le recordaba como al jazmín.

–¿Y esto?– señaló el jersey que traía en sus manos.

–Se que no te cae muy bien, pero si quieres puedes quedartela, no es la primera que tengo de él– le dijo el más alto ofreciéndole la playera del defensa contrario.

–No seas exagerado, ya te dije que nunca me cayó mal el Lis, pero... no hubiera estado mal que me dieras una tuya también– dijo el más joven mientras se sonrojaba levemente.

–Me parece bien, te la puedo dar antes de que te vayas, pero prométeme que luego me darás una de las tuyas– dijo el mexiquense dando por hecho que volvería a ver al omega.