Diana, una joven periodista deportiva que no cree en el amor, se da cuenta de que está embarazada la misma semana que inicia en el empleo de sus sueños. Su panorama se complica cuando descubre que el padre de su bebé, un desconocido con el que tuvo...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¿Listas para conocer a Will?
*Al final del capítulo les dejo contenido multimedia
04. Sin mirar a otro sitio
William 🏍️
La correspondencia amontonada en el asiento a mi lado, cayó sobre la alfombra por culpa de la forma en la que frené. El chirrido de los neumáticos rebotó en el interior del auto, llenando el silencio que me había rodeado. Resoplando, reuní todos los sobres para volver a dejarlos encima del asiento, mientras el idiota por el que di el frenazo, se reía frente a mí, al pie del parachoques.
—Sigues teniendo buenos reflejos.
—¿Era necesario que lo comprobaras?
Gian rodeó el coche para esperarme frente a la puerta, con unas llaves entre las manos que lanzó al aire una y otra vez, como si también quisiera a poner a prueba sus reflejos. A menudo su comportamiento me recordaba a el de los niños que entrenábamos, era irritante, hablador y no podía mantenerse quieto la mayor parte del tiempo. De todos los amigos, de los que me rodeé gran parte de mi vida, era el único que conservaba, de ahí la paciencia que le tenía.
Abrí la puerta, sin embargo, no salí de inmediato, busqué entre mi correspondencia los tres últimos sobres que recibí y bajé con ellos entre las manos. Además de Gian no había nadie más en el lugar, al darme cuenta me relajé un poco.
—¿Qué es toda esa mierda?
—Documentos que no puedo seguir ignorando, según mi abogado.
—¿Más problemas?
—Probablemente sí.
Emprendimos juntos el camino hacia la caseta construida de piedras y madera, que funcionaba como oficina, vestidor y muchas veces como mi habitación. Era grande y cómoda, mi puto lugar favorito. Gian se adelantó para abrir la puerta, y yo opté por ralentizar mis pasos para quedarme un momento más en el porche.
Desde ese punto la vista me relajaba. Las pistas se encontraban en las mejores condiciones, el mérito era de Gian, que solía supervisar obsesivamente que se le diera el mantenimiento adecuado de manera constante. Los saltos, las curvas peraltadas y las roderas bien definidas se apreciaban a la perfección. Haberme asociado con él había sido una de mis mejores decisiones, el tipo estaba empecinado en convertir aquel sitio en el mejor circuito de aprendizaje.
El rancho había sido mi proyecto personal, sin embargo, sus ideas lo convirtieron en una de las mejores escuelas de pilotaje. El terreno contaba con tres circuitos cerrados y uno abierto en el que se practicaba enduro. Teníamos monitores que se encargaban de las personas que llegaban por un poco de entretenimiento, para sentirse pilotos por pocas horas. Él y yo nos ocupábamos de los que llegaban a entrenar para convertirse en profesionales de verdad. En su mayoría, niños, y un par de pilotos que corrían en la categoría reina que buscaban sin cansancio la forma de mejorar.