Capítulo 07

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07. 12 semanas, el tiempo se acaba 

Diana 🤰🏻

La risa de Mich sonó tan alto que me vi obligada a apartar el teléfono de mi oreja. Su reacción no me causó ninguna sorpresa; sin embargo, esperé más mesura de su parte, dada mis circunstancias. Era evidente que mi racionalidad se estaba viendo afectada por mi desorden hormonal, esperaba un poco de compresión de las únicas personas que se encontraban al tanto de mi problema.

—Perdón, pero no puedo creer que te pusieras celosa de Cristal.

Quería contradecirla, pero una parte de mí admitía que ella no estaba del todo equivocada. Apreté los labios con frustración y miré hacia los lados antes de cruzar la calle. Me encontraba en medio de una avenida transitada, con mucho ruido a mi alrededor y un par de bolsas en las manos, lo más prudente era colgar, pero necesitaba de la distracción que me ofrecía mi amiga al teléfono.

—No estaba celosa, solo me pareció extraño que la cargara. De haber visto la escena no la pasarías por alto. La llevaba entre los brazos y Cristal estaba sujeta a su cuello.

—Y ese fue motivo suficiente para que lo invitaras a salir.

—¡No lo invité a salir!

—Diana, le recordaste la cena que le debías por una apuesta perdida. Prácticamente es un: Llévame a cenar, me muero por tener una cita contigo.

—Nunca debí contarte.

Otra fuerte risa amenazó con dañarme los tímpanos. Esta vez mantuve el teléfono en la oreja porque escucharla me alegraba un poco. Me estaba aferrando a cualquier tipo de emoción que mermara la angustia latente que me mantenía en vilo.

—Adoras contarme cualquier cosa porque no te juzgo y siempre veo el lado divertido.

Tenía razón, no tuve ningún argumento para negarlo.

—No le recordé lo de la apuesta por Cristal, fue porque... —Tuve que tomar aire, para animarme a hablar, externarlo me hacía sentir más ridícula—. Me estaba ignorando, siempre es atento conmigo y se muestra interesado y de la nada fue como si yo no existía para él. Su indiferencia golpeó mi autoestima, lo admito. A mi favor diré que no estaba pensando cuando lo hice, y tampoco consideré que William no me diera ni tiempo de buscar una excusa para echarme atrás.

—¿Por qué no te dio tiempo?

—Hui después de nuestra conversación, él me alcanzó, se plantó frente a mí, me quitó mi teléfono de las manos, guardó su propio número y me dijo: Envíame tu dirección, paso por ti mañana a las ocho. Y luego se marchó.

—Maldita sea, un hombre que sabe lo que quiere es tan caliente. Te odio un poco, Diana.

Reírme con ella fue lo más natural del mundo y lo que necesité para sentirme más ligera momentáneamente. Para mi mala suerte la sensación fue efímera, después de un par de pasos y tras ver a una mujer con el vientre hinchado caminando al sentido contrario, fue sustituida por una pesadez que se extendió por todo mi cuerpo y me dificultó la movilidad.

Todo lo que nunca quiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora