ULRIC EN LA COCINA

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El cuarto cerrado y oscuro me recordaba mucho a las naves industriales o casas ruinosas donde me solían llevar aquellos hombres. Sentía que en cualquier momento alguien corpulento y maloliente abriría la puerta y me empezaría a tocar de manera desagradable. Creo en la hermana Kat, en sus palabras de que esto será mi nuevo comienzo. Para no aburrirme empecé a probarme esa ropa que trajo especialmente para mí. Algunas me hacían sentir importante, ropas limpias y con buen olor. Muy relajante, pero cuando estaba con mi cuarta camiseta y segundo pantalón, alguien abrió la puerta del almacén. Me asustó la silueta de un hombre delgado, pero con una voz muy aguda y parecía hacer muchos gestos con los brazos.

― ¡Oh, por Dios! – exclamó – Tú debes de ser Ulric, del que la señora Ma me habló.

Yo asentí mientras el hombre encendía la luz y entraba en la despensa. Cuando le vi pasar noté aún más sus rasgos afeminados.

― ¿No te aburres de estar aquí metido? Ven y ayúdame con la cena – sonreía mientras se cargaba de alimentos – ¡Oh! Mis modales, perdona. Soy Andreas y me encargo de la cocina. Venga, coge esto y acompáñame – me pasó unas latas.

― Yo no he cocinado nunca – hablé con un hilo de voz.

― No te preocupes, como no tienes nada que hacer, desde ahora serás mi ayudante y te enseñaré a hacer cosas básicas ¿Qué te parece? – me guiñó un ojo.

La cocina era más entretenida de lo que pensé. Andreas me trajo incluso un pequeño taburete para que pudiera llegar a la encimera y encargarme de cortar o pelar alimentos, e incluso me enseñó a usar esos aparatos eléctricos para calentar comida. No recordaba haber hecho ninguna de esas cosas con mi madre, pero Andreas no hacía más que decir que se sentía como una madre enseñando a su hijo. Parecía feliz, y como yo aprendía cosas pues los dos disfrutábamos allí.

De pronto se empezaron a escuchar los gritos de un hombre, pero no llegaba a entender que decían.

― Las habitaciones están insonorizadas, así que debe de proceder del pasillo – comentó mirando hacia la puerta – Me pregunto que estará pasando.

En pocos minutos llegó Mimí acompañada de un hombre.

― Andreas, Ma lo invita a un trago gratis. – dijo mientras guiaba al hombre hasta una mesa y le hacía un gesto a Andreas, pero no llegué a entender que significaba.

― ¡Qué desastre de tugurio! – protestaba mientras pateaba una silla. – ¿Así se tratan a los clientes? – la silla crujía a cada movimiento que hacía – Y encima en la cocina tienen a un marica y a un niño. No sé ni cómo puede ser de alta clase algo así.

― Siento la espera, aquí tiene la bebida – le sirvió Andreas.

― Aparta asqueroso, no quiero que se me pegue nada tuyo – dijo golpeando la mesa.

El vaso tembló, pero Andreas seguía manteniendo la sonrisa de camarero, mientras hacía como si nada y volvía a mi lado a seguir preparando la cena.

― El niño ese que es, hijo de alguna de esas putas – saboreó la bebida.

Yo no me atrevía a hablar y Andreas hacía oídos sordos. Seguí haciendo lo que había empezado. Cortar champiñones era difícil. De pronto, oí un fuerte golpe y para cuando alcé la cabeza el hombre estaba tirado en el suelo y el vaso volcado sobre la mesa.

― Que poco hombre, en nada ha caído. Otros tenían más aguante – decía mientras ladeaba la cabeza apoyando su mano y suspiraba. – Mejor así, me enferma esta clase de gente.

― ¿Qué ha pasado? – pregunté incrédulo mientras bajaba del taburete.

― Esta clase de personas son clientes muy problemáticos, así que me los mandan aquí. – dijo mientras abría un cajón cerrado con candado – Les servimos una bebida o alimento con somnífero o drogas – del cajón sacó una ampolleta y una jeringuilla – luego les dejamos por ahí tirados como la basura que son.

Andreas se acercó al hombre, rompió la cabeza de la ampolleta y succionó el contenido con la jeringuilla para inyectárselo en el brazo al dormido cliente.

― No quieras saber lo que es – respondió antes de que tuviera tiempo de preguntar – Bueno, voy a sacar la basura. Vigílame el fuego, que no se me pase el estofado.

Cargó como pudo al hombre y se lo llevó de aquí. Me quedé removiendo la comida mientras esperaba a que volviera.

― Andreas es una máquina para deshacerse de gente molesta – me sorprendió Mimí apareciendo de la nada. – Estas en las nubes – soltó una risa y se puso a mi lado – ¿Te lo pasas bien?

― El almacén era aburrido, con Andreas aprendo a cocinar – dije – ¿Crees que Ma se enfadará porque no estoy escondido en el almacén? – me preocupé por si me echaba fuera.

― Que va, estará aún más contenta si aprendes a cocinar y cocinas para nosotras, ya que no te va a pagar nada y va a conseguir otro cocinero. Nos hacía falta otro. – sacudía su cabeza haciendo sonar sus cascabeles – Voy a volver, que me queda aún trabajo por hacer. Yo de ti, bajaría el fuego o se te va a quemar.

De inmediato reaccioné y lo bajé. Antes de que empezara a hervir. Andreas tardó bastante en volver. Me empezaba a preocupar, ya había acabado las tareas que me pidió y no sabía cómo seguía la receta.

― Eso le enseñará a ese hombre a no meterse con los homosexuales – la voz de Andreas sonaba más gruesa. Carraspeó un poco y volvió a hablar más fino – Perdón por la espera, pero esta clase de hombres se vuelven muy pesados cuando están inconscientes. Aunque vale la pena si les puedes dar su merecido.

― Ya acabé lo que me pediste – señalé.

― Muy bien, veo que eres trabajador. – se colocó el delantal y siguió con los alimentos como si nada hubiera pasado. – Y dime ¿me cuentas alguna cosa de ti? Yo te he contado cosas sobre mis ex.

― Pero yo no tengo nada interesante que contar... – me senté en el taburete.

― Está bien, no te forzaré a nada. Aunque si fueras más mayor a lo mejor... – y desvió la mirada cambiando de tema – Has debido tener una vida difícil como todos los que estamos aquí, a fin de cuentas. ¿Qué te parece si te enseño a hacer chocolate? Así le puedes regalar algunos a Karen, quiero decir la hermana Kat, como agradecimiento por salvarte de las mohosas y repugnantes calles.

Asentí con gran decisión ante la idea de poder hacer algo por la hermana Kat que tanto parecía hacer por mí. Andreas fue hasta una mochila que había y sacó una especie de carpeta con papeles.

― Aquí tienes. – me pasó un papel – Es una receta muy fácil de hacer.

Bajé la vista al papel que tenía algo escrito en él. Andreas sacó los utensilios y me los dejó en la encimera, pero yo seguía mirando al papel con miedo.

― ¿No vas a empezar? – se agachó para ponerse a mi altura – Podría ser que... ¿no sabes leer, nada de nada?

Arrugué un poco el papel mientras asentía. Él me palmeó la cabeza delicadamente.

― Bueno, eso tiene arreglo no te preocupes. – me respondió mientras besaba mi cabeza y cogía el papel – Por esta vez te lo iré leyendo yo, pero poco a poco te enseñaré a leer, al menos las recetas. Seguro que alguna de las chicas te podría dar clase si se lo pidieras. – me sonrió.

― Gracias – froté mis ojos. – Empecemos.

Me sentí más animado y con ganas de hacer la receta. Quería sorprender a todas y sentirme parte de aquellas amables personas.


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Los asesinos de Noir (Finalizada y Publicada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora