El despertar de las sombras

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El sol comenzaba a ocultarse detrás de los majestuosos acantilados de Bandiagara, pintando el cielo con tonos naranja y púrpura. La aldea Dogón, situada en lo alto de estas formaciones rocosas, se preparaba para uno de los eventos más importantes de su cultura: la ceremonia Sigui, una celebración que ocurre una vez cada sesenta años. Mientras los colores del crepúsculo envolvían la tierra, el aire estaba cargado de una mezcla de anticipación y algo más oscuro, algo que parecía acechar justo bajo la superficie.

Yo estaba ahí, en medio de todo, un extranjero en una tierra ancestral, sintiendo una emoción que no había experimentado antes. Había llegado a este lugar remoto por una invitación especial. Como antropólogo, había estudiado diversas culturas africanas, pero nada me había preparado para la profundidad y el misterio que rodeaban a los Dogón. Esta aldea no era solo una comunidad aislada; era un lugar donde lo espiritual y lo terrenal se entrelazaban de maneras que apenas comenzaba a comprender.

Las casas de adobe, alineadas meticulosamente, parecían formar parte del mismo paisaje rocoso. Altares decorados con símbolos tallados a mano y ofrendas de frutas y figuras de madera se alzaban por toda la aldea, testigos de una cultura que veneraba a los ancestros como guardianes y jueces. A mi alrededor, el canto de los griots resonaba, transportando historias de héroes y tragedias, de tiempos antiguos que todavía parecían vivos en este rincón del mundo.

Me encontré con Bamba, el anciano guardián de las tradiciones Dogón, cuyo rostro parecía tallado en la misma piedra que rodeaba la aldea. Las arrugas profundas de su piel hablaban de años de sabiduría y sufrimiento. Vestía una túnica larga de color ocre, adornada con bordados que representaban la cosmología Dogón, y sostenía una vara tallada con símbolos místicos. Sus ojos oscuros y penetrantes parecían mirar más allá de lo visible, como si pudiera ver los hilos que conectaban el pasado con el presente.

—Esta noche comienza el Sigui —dijo Bamba, su voz profunda resonando con la autoridad de generaciones—. Pero hay fuerzas en juego que no deben ser perturbadas.

Sus palabras no fueron meramente una advertencia; llevaban el peso de algo antiguo, algo que había sobrevivido al paso del tiempo. Sentí un escalofrío recorrer mi columna, pero me obligué a apartar la incomodidad. Después de todo, estaba allí para observar, para aprender. ¿Qué podría ser tan peligroso en una ceremonia?

A medida que continuaba caminando, la atmósfera cambió. La tranquilidad del crepúsculo fue sustituida por una inquietud sutil pero persistente. Me encontré con Awa, la hija de Bamba. A diferencia de su padre, su presencia irradiaba vida. Sus ojos vivaces y curiosos reflejaban una inteligencia que destacaba entre los aldeanos. Vestía una túnica azul celeste, decorada con patrones geométricos, y su sonrisa abierta me hizo sentir momentáneamente aliviado.

—Ven, te mostraré dónde se llevará a cabo la ceremonia —me dijo, guiándome con pasos ligeros hacia el corazón de la aldea.

Awa me hablaba con entusiasmo sobre los rituales del Sigui, sus explicaciones detalladas me ayudaban a entender el peso simbólico de cada elemento en la ceremonia. Sin embargo, conforme avanzábamos, una sensación de opresión me invadía lentamente. Era como si las sombras que se extendían con el crepúsculo estuvieran al acecho, observando cada paso que dábamos.

—Esta noche, las almas de nuestros ancestros nos visitan —explicó Awa, señalando un altar decorado con ofrendas—. Es un momento sagrado, pero también peligroso si no se respeta adecuadamente.

Su tono, aunque casual, llevaba un matiz de advertencia que me dejó intranquilo. Intenté racionalizarlo. Tal vez era mi mente jugando trucos, tratando de encontrar peligro en lo desconocido. Pero el nudo en mi estómago no desaparecía.

La apertura de la ceremonia estaba por comenzar, y los aldeanos comenzaron a congregarse en el claro. Las antorchas, encendidas una a una, crearon un círculo de luz que intentaba contener la oscuridad creciente. Las sombras danzantes que proyectaban las llamas parecían moverse con vida propia, alimentadas por la tensión palpable en el aire. Sentí el impulso de retroceder, pero me obligué a quedarme, a no dejar que el miedo me dominara.

Bamba avanzó hacia el altar central, su figura imponente bañada en la tenue luz de las antorchas. Comenzó a entonar un cántico gutural, una melodía que resonaba en los acantilados como un eco ancestral. Los aldeanos se unieron a su coro, sus voces formando una corriente de sonido que parecía surgir del mismo suelo. Sentí que algo estaba cambiando a mi alrededor, como si el aire se volviera más denso, más cargado de energía.

Mientras el cántico crecía, vi una figura al borde del círculo de luz. Mi corazón dio un vuelco. Era una silueta delgada, encorvada, envuelta en harapos oscuros que flotaban a su alrededor como humo. Tardé un momento en entender lo que estaba viendo, pero cuando mis ojos se ajustaron a la penumbra, sentí cómo el pánico se apoderaba de mí.

La figura llevaba una máscara de madera, grotesca y tallada con expresiones de dolor y rabia, como si cada trazo capturara una agonía eterna. En sus manos sostenía un bastón adornado con pequeños cráneos, que emitían un sonido hueco con cada movimiento. Al principio, pensé que se trataba de un participante en la ceremonia, parte del ritual. Pero había algo en la manera en que se movía, en la oscuridad que lo rodeaba, que me hizo dudar de mi percepción.

—Es el Sigui-Nyon —susurró Awa, su voz apenas audible—. El espíritu del chamán traicionado. Su alma no encontró descanso y regresa cada Sigui para reclamar venganza.

Cada palabra de Awa me atravesó como un cuchillo, haciendo que el mundo a mi alrededor se tambaleara. El terror en sus ojos era real, y comprendí que lo que veía no era parte de un espectáculo. Sentí que mi mente luchaba por mantener la calma, pero no podía negar la creciente sensación de peligro.

El Sigui-Nyon avanzó lentamente hacia el altar, sus movimientos fluían con una gracia inquietante. Bamba continuaba su cántico, pero su voz titubeaba. Los aldeanos, que hasta ese momento habían estado en un estado de reverencia, ahora murmuraban entre ellos con creciente temor.

De repente, el Sigui-Nyon giró su máscara hacia mí. El contacto, aunque no podía ver sus ojos, fue inmediato y visceral. Era como si algo antiguo y oscuro me hubiera marcado, como si hubiera cruzado un umbral sin darme cuenta. Todo a mi alrededor se desvaneció: el cántico, los aldeanos, las antorchas... Solo quedaba esa figura, observándome, reclamándome. Un sudor frío cubrió mi piel y sentí que mis piernas temblaban. El terror me paralizó. ¿Era real lo que estaba viendo o una alucinación?

Antes de que pudiera entender lo que estaba sucediendo, la figura se desvaneció en la oscuridad con una rapidez imposible. El sonido de los cánticos cesó abruptamente, y el silencio que le siguió fue aplastante. La atmósfera había cambiado. Algo peligroso y real había despertado.

Sabía, en lo más profundo de mi ser, que lo que había presenciado no era simplemente parte de la ceremonia. Algo, o alguien, me había visto, y la sensación de que estaba en peligro era innegable. Mientras el Sigui-Nyon desaparecía, sentí que mi vida, y la de todos en la aldea, había quedado al filo de una navaja.

La verdadera amenaza, lo supe en ese momento, apenas comenzaba.

—¿Cómo demonios llegué hasta aquí? —pensé, intentando encontrar una lógica en lo que acababa de presenciar, pero la razón ya no servía de nada. 

Sigui-NyonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora