Invitación a mi muerte

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Cinco días antes de la ceremonia

Mi vida transcurría entre papeles y estudios en la universidad, atrapada en la monotonía académica que había comenzado a consumir mi existencia. Cada día se parecía al anterior, y la rutina de revisar documentos y redactar informes había tomado el control de mi vida. Pero todo cambió con la llegada de una carta inesperada, que se deslizó entre mis correos electrónicos y notificaciones, llamando mi atención con una urgencia inusitada.

La carta estaba escrita en un pergamino grueso, su textura rugosa transmitía una sensación de antigüedad. La caligrafía elegante, con sus trazos cuidados, parecía susurrar secretos antiguos. Cuando la abrí, el mensaje fue claro y formal, pero también cargado de un aire de misterio: 

"Estimado Dr. Alex Johnson.

Le invitamos cordialmente a participar en la próxima ceremonia Sigui en la aldea Dogón de Bandiagara, Malí. [...]. Su presencia y conocimientos serán de gran valor para nuestra comunidad y para la comprensión de nuestras tradiciones. Esperamos su pronta confirmación.

Con alegría y respeto,

Moussa"

Mis manos temblaban de emoción mientras sostenía la carta. La oportunidad de presenciar y documentar una ceremonia tan rara y sagrada era un sueño hecho realidad. Durante los días siguientes, me sumergí en una frenética preparación, investigando cada detalle sobre los Dogón y la ceremonia Sigui. La anticipación crecía en mi pecho, alimentada por la curiosidad y el deseo de desentrañar los secretos de esta antigua cultura.

El viaje comenzó con un vuelo largo y agotador desde mi ciudad natal hasta Bamako, la capital de Malí. La primera escala en París me ofreció unas horas para estirar las piernas y reflexionar sobre la aventura que me esperaba. Pero mientras contemplaba el ajetreo de la ciudad europea, no podía evitar que mi mente se llenara de imágenes de la remota aldea Dogón y sus enigmáticas tradiciones.

Desde París, un vuelo directo me llevó a Bamako, donde el calor y la humedad me dieron la bienvenida al continente africano. El aeropuerto de Bamako era bullicioso y vibrante, un contraste abrumador con la monotonía de los aeropuertos occidentales. Colores, sonidos y aromas se mezclaban en una sinfonía caótica que me absorbía completamente.

Allí, en medio de ese bullicio, me esperaba Moussa, un hombre alto y delgado con una sonrisa que intentaba ser acogedora pero que, para mí, parecía esconder una sombra de inquietud. Llevaba un cartel con mi nombre y una mirada que parecía conocer secretos que no estaba dispuesto a compartir de inmediato.

—Bienvenido a Malí, Dr. Johnson —dijo Moussa, su voz cargada de una amabilidad que parecía forzada—. Tenemos un largo viaje por delante. La aldea de Bandiagara está a varias horas de aquí.

Nos subimos a una camioneta robusta y comenzamos nuestro viaje por carretera. El trayecto se convirtió en una odisea a través de paisajes áridos y vastos, salpicados de pequeñas aldeas y mercados improvisados. El terreno se volvía más accidentado a medida que avanzábamos, con la selva envolviéndose a nuestro alrededor, un contraste desconcertante con la árida llanura que habíamos dejado atrás. La selva parecía susurrar secretos en el viento, y cada sonido, cada sombra, me recordaba que me acercaba a un lugar lleno de misterios.

A medida que nos acercábamos a los acantilados de Bandiagara, el terreno se volvió aún más desafiante. Las rocas escarpadas y los caminos estrechos requerían toda la habilidad de Moussa para mantenernos en curso. Finalmente, después de lo que parecieron horas interminables, llegamos a la base de los acantilados. Desde allí, el último tramo del viaje debía hacerse a pie.

Bamba, el anciano guardián de las tradiciones Dogón, nos esperaba al inicio del sendero. Su figura imponente y su rostro surcado de arrugas parecían reflejar toda la historia y la sabiduría de la aldea. Al ver su rostro, sentí una mezcla de respeto y curiosidad.

—Dr. Johnson, es un honor tenerle aquí —dijo Bamba con una inclinación de cabeza que parecía transmitir respeto y una leve preocupación—. La ceremonia Sigui está a punto de comenzar, y su presencia es bienvenida.

Mientras ascendíamos por el sendero empinado hacia la aldea, una sensación de agotamiento y emoción se mezclaba en mi mente. Cada paso me acercaba más a la realización de un sueño, pero también a la confrontación con lo desconocido. La aldea de Bandiagara se reveló ante nosotros como una joya oculta en los acantilados, sus casas de adobe y altares ancestrales brillando bajo la luz del atardecer, como si la aldea misma estuviera esperando nuestra llegada.

Al entrar en la aldea, sentí las miradas de los aldeanos sobre mí, llenas de curiosidad y desconfianza. Esta era una comunidad que rara vez recibía visitas de forasteros, y mi presencia claramente despertaba tanto interés como recelo. Los niños se escondían detrás de las faldas de sus madres, asomando sus pequeñas cabezas para observar al extraño. Los hombres y mujeres interrumpían sus tareas diarias para mirarme pasar, sus conversaciones cayendo en susurros mientras yo avanzaba.

Awa, la hija de Bamba, fue la primera en romper el hielo. Con una sonrisa cálida y abierta, se acercó a mí. Su presencia era un rayo de luz en medio de la tensión que sentía.

—Bienvenido, Alex —dijo en perfecto español—. Entiendo que esto puede ser abrumador, pero estamos muy contentos de tenerle aquí. Déjeme mostrarle su alojamiento.

La casa de adobe que me asignaron era modesta pero acogedora, decorada con artesanías locales y tapices coloridos que hablaban de una cultura rica y vibrante. Awa me explicó que me quedaría allí durante los días previos a la ceremonia y me animó a explorar la aldea y familiarizarme con sus costumbres y habitantes.

Esa noche, mientras el cielo africano se llenaba de estrellas, me recosté en la cama de mi alojamiento, abrumado por la magnitud de la experiencia que me esperaba. Había sido aceptado en un mundo que hasta entonces solo había conocido a través de libros y relatos de segunda mano. La emoción y la anticipación se mezclaban con una leve sensación de inquietud, como si las sombras de los acantilados escondieran secretos que aún estaban por desvelarse.

Los días siguientes fueron un torbellino de descubrimientos y aprendizaje. Awa y Bamba me enseñaron los rituales y símbolos de su cultura, compartiendo historias y leyendas que habían pasado de generación en generación. Aunque los aldeanos inicialmente eran reservados, comenzaron a abrirse y a aceptar mi presencia, invitándome a participar en sus actividades diarias y ceremonias menores. Pero a medida que se acercaba el día del Sigui, la atmósfera en la aldea cambiaba. Había una tensión palpable en el aire, una mezcla de reverencia y temor. Awa me habló de la importancia del Sigui, un rito de paso que conectaba a los vivos con sus ancestros y aseguraba la continuidad de la comunidad. Sin embargo, también mencionó las antiguas leyendas sobre el Sigui-Nyon, el espíritu vengativo del antiguo chamán.

La sensación de que algo estaba por suceder, algo que iba más allá de lo ritual, crecía con cada día que pasaba. Sabía que la ceremonia Sigui no era solo un evento cultural; era una ventana a un mundo de secretos y antiguos poderes, y yo estaba a punto de presenciarlo todo. 

Sigui-NyonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora