Ecos de la Noche Antigua

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La noche había caído sobre la aldea, envolviéndola en un manto de oscuridad profunda y silenciosa. El cielo sin luna parecía un vasto lienzo negro, salpicado de estrellas lejanas que apenas ofrecían consuelo. La tranquilidad de la aldea contrastaba con la tensión palpable que sentía en mi pecho.

Desperté de repente, bañado en sudor frío, el corazón acelerado. El sueño había sido más vívido y aterrador que los anteriores. En él, me encontraba en una vasta llanura desolada, un paisaje que se extendía interminablemente hasta el horizonte. Estaba rodeado por figuras indistintas, sus rostros borrosos y cambiantes, cantando en una lengua antigua que resonaba con una energía oscura y primitiva. Los cánticos llenaban mi mente con advertencias y secretos ocultos, como si los espíritus del pasado intentaran comunicarse conmigo.

Sentí un peso creciente en el pecho, una presión que me dificultaba respirar. Las figuras se movían en una danza hipnótica, sus voces creando un crescendo de sonido que hacía vibrar el suelo bajo mis pies. Entonces, una de las siluetas se acercó más, sus ojos brillando con una luz sobrenatural.

—El tiempo se agota, extranjero. Debes encontrar el bastón antes de que sea demasiado tarde —dijo la figura, su voz cargada de urgencia y una amenaza implícita.

Me levanté de la cama con dificultad, intentando no hacer ruido. La aldea dormía en un silencio profundo, roto solo por el crujido ocasional de una rama o el susurro del viento entre las chozas. Mi mente estaba en caos, las imágenes del sueño aún frescas y aterradoras. Decidí salir y caminar por el pueblo, esperando que el aire fresco me ayudara a calmar los pensamientos perturbadores.

El suelo bajo mis pies era fresco y polvoriento, y el aire nocturno estaba cargado con el aroma de la tierra y las plantas silvestres. Mientras recorría los caminos polvorientos, el ambiente parecía envolvente, casi tangible. La oscuridad era una presencia casi física, y me sentía como si estuviera atravesando un mundo de sombras. De repente, un susurro suave me detuvo en seco. Me giré lentamente, buscando la fuente del sonido.

A la luz tenue de una hoguera distante, vi a un griot anciano. Su figura encorvada y sus manos moviéndose con gracia mientras tejía palabras y melodías en el aire me atrajeron. El griot estaba vestido con ropas tradicionales adornadas con cuentas y plumas que parecían contar su propia historia. Sus ojos, brillantes y llenos de sabiduría, se encontraron con los míos, y me hizo un gesto para que me acercara. La tranquilidad en su mirada contrastaba con la intensidad de su voz, que resonaba en la quietud de la noche.

—Esta historia no es para todos —dijo el griot con una voz temblorosa pero firme, cargada de una gravedad que capturó mi atención—. Es la historia del primer Sigui-Nyon y la maldición que cayó sobre nuestra gente.

Me senté junto a él, sintiendo la calidez del fuego y la antigüedad de las palabras que estaba a punto de escuchar. Antes de comenzar su relato, el griot sacó un pequeño frasco de su bolsa de cuero. Con una mirada solemne, me ofreció el contenido del frasco.

—Bebe esto, extranjero —dijo—. Te ayudará a ver con claridad lo que voy a contar.

Sin pensarlo dos veces, tomé el frasco y bebí el líquido amargo. Inmediatamente, sentí una extraña calidez extenderse por mi cuerpo y mi visión comenzó a distorsionarse. Las llamas del fuego parecían crecer y danzar con mayor intensidad, y los sonidos de la noche se amplificaron, envolviéndome en un manto de sensaciones abrumadoras. El griot comenzó a cantar, y sus palabras se transformaron en vívidas alucinaciones que cobraron vida en mi mente. 

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En tiempos antiguos, en la vasta tierra,
Vivía un chamán, Kankou, su nombre era.
Con sabiduría profunda y mirada sincera,
Guiaba a su pueblo con mano certera.

Cada sesenta años, en la ceremonia del Sigui,
Un ritual sagrado, en la noche gris.
La prosperidad traía, la paz prometía,
Pero sombras oscuras su destino tejían.

Conspiradores envidiosos, llenos de celos,
Traicionaron al chamán bajo los cielos.
En la noche sagrada, con daga en mano,
Apagaron la luz del guía soberano.

Kankou, herido, en el altar sagrado,
Lanzó su maldición con aliento agotado:
"Que mis traidores y su linaje sufran,
Que de mi espíritu errante jamás descansen."

El Sigui-Nyon nació, un espectro doliente,
Atrapado entre mundos, en un limbo hiriente.
Desgracia y pena a su pueblo trajo,
Cada ceremonia, marcada por el trabajo.

Cosechas fallaban, ríos se secaban,
Y la sombra de la maldición todo ahogaba.
La única esperanza, un bastón tallado,
Con símbolos antiguos, en baobab labrado.

Escondido en secretos, protegido con celo,
Solo el digno hallaría ese consuelo.}
Muchos intentaron, pocos regresaron,
Pero el espíritu de Kankou aún esperaron.

En la aldea, un extranjero, con aura de escepticismo,
Presenció el ritual, sintiendo su abismo.
Sus ojos inquisitivos, su mente en conflicto,
Mientras el griot cantaba, y el fuego era el dictado.

Así canta el griot, su voz es testigo,
De la antigua maldición, del eterno castigo.
Pero también de la esperanza que en alguien reside,
La promesa de liberación, que en algún alma decide. 

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El canto del griot resonó en mi mente, cada palabra transformándose en imágenes vívidas. Vi a Kankou, el poderoso chamán, traicionado y herido, lanzando su maldición con su último aliento. Sentí el dolor y la desesperación de su espíritu atrapado, y comprendí la gravedad de la misión que tenía por delante. La alucinación se desvaneció lentamente, dejándome con una sensación de determinación y temor. El destino de la aldea y el mío estaban irrevocablemente entrelazados en un viaje peligroso y lleno de incertidumbre.

El griot hizo una pausa, sus ojos profundos escudriñando los míos, buscando asegurar que comprendiera la gravedad de su historia. Luego continuó, su voz ahora un susurro conspirativo:

—El espíritu del chamán, conocido como el Sigui-Nyon, está atrapado en un tormento eterno. Pero hay una manera de liberarlo y detener la maldición. Existe un artefacto, un bastón ceremonial, que posee el poder de romper el vínculo entre los mundos. Este bastón, sin embargo, está escondido en un lugar secreto, conocido solo por los ancianos de la aldea. Muchos han intentado encontrarlo, pero pocos han regresado.

Cada palabra del griot se clavó en mi mente con una claridad dolorosa, y entendí que mi destino estaba irrevocablemente ligado al del Sigui-Nyon. La búsqueda del bastón ceremonial no sería fácil, pero sabía que debía intentarlo. Sentí una mezcla de temor y determinación, consciente de que el futuro de la aldea Dogón y quizás el mío propio dependían de mi éxito en esta misión.

Mientras el fuego se apagaba lentamente, me despedí del griot, agradeciéndole por su historia con una reverencia profunda. El aire de la noche se había enfriado, un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras caminaba de regreso a mi alojamiento. La aldea estaba envuelta en un silencio profundo, solo roto por el canto lejano de un búho. Mi mente seguía ardiendo con las revelaciones que había recibido, y el peso de la responsabilidad se asentaba sobre mis hombros. Sabía que enfrentaría peligros y desafíos inimaginables, pero también sabía que la búsqueda del bastón ceremonial era la única forma de liberar al Sigui-Nyon y romper la maldición que había caído sobre esta tierra, una maldición que había traído tanto sufrimiento y desolación.

Con estos pensamientos pesados y resolutos, me preparé para enfrentar el desafío que se avecinaba. Me tumbé en la cama, pero el sueño no vino fácilmente. Mi mente repasaba cada detalle de lo que el griot me había contado, tratando de desentrañar los misterios y advertencias escondidos en sus palabras. La realidad de mi situación me golpeaba con fuerza: mi viaje acababa de comenzar, y cada paso que daba me acercaba más al corazón de un misterio antiguo y oscuro. La noche, aunque fría y silenciosa, se sentía viva con la promesa de lo desconocido. Finalmente, el agotamiento me venció, y el sueño me arrastró hacia un descanso lleno de inquietantes visiones. 

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