Microrrelato 21: La golosina asesina

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Temática: Anécdotas de la infancia.

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Nadie se daba cuenta, pero habia un niño en aquella plaza que lo estaba pasando realmente mal.

Quizas el ruido de las risas, las carreras, el juego, los gritos de júbilo, las patadas, los berrinches, los pisotones en el suelo y alguna que otra caída, apocasen el silencio inexplicable en el que estaba sumido aquel niño, y por eso nadie se había percatado de que algo extraño le ocurría.

- Uy! - Gimió.

Aquel niño rondaría los seis años de edad y estaba manteniendo una conversación frente a frente con la muerte, y nadie se daba cuenta.

No habia nada inusual en el, nada que lo hiciera diferente al resto. Tenía el pelo oscuro, la cara blanca y redondeada, gafas de pasta azules y pecas en la nariz. Vestía un pantalón corto de color gris y una camisa blanca, al igual que la mayoría de los niños.

Estaba sentado en la esquina de uno de los largos bancos laterales de la plaza, y sus pequeñas piernas pendían estáticas desde lo alto de su asiento, sin llegar a tocar el suelo.

No se movía, pero sus manos agarraban los bordes de la pernera del pantalón como si estuviera realmente nervioso. Al principio, su cara se mantuvo totalmente inexpresiva, pero al poco las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos. Una a una, fueron mojando su cara y resbalando por su barbilla, hasta alcanzar el cuello de su camisa y darle la sensación de que se ahogaba.

El pobre niño era la viva imagen de alguien que se sabe derrotado, acorralado y sin salida. Le habían colado un caballo de Troya en su mas tierna infancia, y ya no habia vuelta atrás.

Debía haber sido más cuidadoso, haberse informado por sí mismo de los peligros antes de meter en su boca esa chuchería tan pegajosa. De un momento a otro, sus entrañas empezarían a descomponerse y él moriría entre gritos de dolor ensordecedores.

El infortunado tragó saliva y apoyó las manos temblorosas sobre su estómago, temiendo sentir los primeros calambres previos a su entraba directa al limbo.

La advertencia que le había dirigido su amigo delante del puestecillo de golosinas pasó una vez más por su cabeza, asestándole otra estocada.

- Pepe no te tragues el chicle, o se te pegarán las tripas.

Delante suya, la plaza seguía con su particular circo; mientras él, otro niño inocente, caía victima de la trampa del chicle.

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