Prólogo

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En el corazón del País del Fuego, Konoha se hallaba envuelta en la serenidad de una noche de luna llena. La luna iluminaba suavemente el paisaje, proyectando sombras alargadas sobre las calles desiertas. Los aldeanos, algunos aún despiertos, se movían en silencio, disfrutando de la calma nocturna o realizando sus últimas tareas del día.

La noche en Konoha avanzaba en una calma engañosa mientras en una habitación especial, la atmósfera era de tensión y esperanza. El aroma de las flores que el rubio había comprado flotaba en el aire, lo que había sido su intento de relajar el ambiente en medio del esfuerzo y la angustia. Sin embargo los quejidos por el parto de la pelirroja se adueñaba del ambiente.

Kushina Uzumaki estaba en la cama, su rostro pálido y sudoroso mientras soportaba las intensas contracciones. Cada ola de dolor la hacía arquearse y gemir, su respiración entrecortada por el esfuerzo, al ser una Uzumaki la pelirroja pensó que el parto no le sería tan difícil ni doloroso, sin embargo ahora se arrepentía de aquel ingenuo pensamiento. Por otro lado Minato Namikaze, su esposo y Cuarto Hokage, estaba a su lado, su expresión así como su lenguaje corporal eran una mezcla de preocupación y determinación. Desafortunadamente, aunque su habilidad como ninja era sobresaliente, no había preparación para la intensidad del parto de su amada, mas bien la intensidad de su amada pelirroja, ella gritó.

"Minato... ¡dame tu mano, necesito apretar algo!" gritó Kushina, con su voz cargada de dolor y desesperación.

El rubio accedió a darle su mano valientemente sin saber el error que estaba por cometer, aunque su esposa tenía una manos suaves y femeninas, no por nada tenía el apodo de "El Habanero sangriento" y apenas tomo la mano de su marido comenzó a apretarla con una fuerza solo digna de ella y que no podría ser comparada con nada a lo que Minato se hubiese enfrentado, aunque la tortura en su mano lo hacía querer gritar de dolor igual que su esposa lo había hecho, lo único que hizo fue suspirar disimuladamente mientras le decía a Kushina.

"Tu puedes, tu puedes, estoy aquí para apoyarte," respondió Minato mientras llevaba su otra mano por encima del cabello pelirrojo de su mujer con ternura.

"Vamos Kushina lo estas haciendo bien. Solo unos minutos más."

Las contracciones y quejidos disminuyeron, aquellas palabras de su marido la tranquilizaron y aunque el dolor no bajo en lo absoluto, Kushina dejo de apretar tan fuerte, aquella empatía, bondad y cariñosidad de su esposo fue lo que la enamoró en primer lugar. Minato observaba con ansias a los médicos y comadronas que asistían en el parto, manteniéndose al lado de su esposa con una firmeza que ocultaba su propia ansiedad.

De repente luego de unos segundos, el llanto de un bebé llenó la habitación, un sonido que trajo consigo un inmenso alivio, Kushina finalmente solto sus fuerzas y suspiró. La enfermera ninja, una mujer mayor con expresión serena, levantó a Naruto y con suavidad lo entregó a Minato, quien lo tomó con cuidado y una enorme sonrisa lleno de emoción.

Minato miró al pequeño Naruto envuelto en una manta. Los primeros llantos del bebé se hicieron más suaves mientras el rubio mayor lo contemplaba, sus ojos estaban llenos de lágrimas de felicidad. En ese momento de pronto notó algo inusual. Los ojos del recién nacido, se abrieron al mundo por primera vez, revelando un par de orbes violetas con un diseño en espiral, Minato no podía entender que era esos ojos y antes de que pudiera pensar en algo mas, el bebé lanzo una linda sonrisa a su padre.

"¡Kushina, mira esto!" dijo Minato, su voz temblando de asombro y amor. "Sus ojos... son increíbles."

Kushina, a pesar de su agotamiento, se esforzó por mirar a su hijo. Sus ojos se abrieron de par en par al ver el extraño brillo en los ojos de Naruto. "¡Que lindos ojos...!" murmuró, con su voz llena de asombro y felicidad por ver a su hijo por primera vez.

El Renacer del Rinnegan: El Legado de NarutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora