En la historia del gran imperio de Kimonai, pocos son los registros exactos que se tienen acerca de los dioses que gobiernan estas tierras. O al menos así era hasta hace varios años. Lo cierto es que, pese a la adoración que el pueblo le ofrece a sus divinidades, hubo un tiempo donde era difícil saber algo acerca de un dios en especifico que no fuera Tsukigami o Taiyokami.
Y mucho antes de esa era de escasez de leyendas, hubo eventos que desencadenaron la destrucción y perdida de los documentos que ya se tenían. Sin embargo, entre los pilares del altiplano celestial se corrió como la pólvora una leyenda infame sobre una persona que llegó a pisar las sagradas tierras del Takamagahara.
Se dice que mucho antes de la era Heiwan vivió un antiguo linaje que hoy está extinto. Una familia dedicada en cuerpo y alma a danzar y cantar para los dioses durante el Nisshoku Matsuri. Los portadores de esta sangre recibían entrenamiento a muy temprana edad, y a diferencia de otras familias que pulían con dedicación sus técnicas de combate, este linaje era diferente.
Aquellos que nacían en el seno de la familia Naruse veían su infancia rodeada de ritos, danzas y canciones. Si la madre de la generación en curso daba a luz a un varón, este era instruido en el arte de la composición de cantos, perfeccionando la voz y letra que sus ancestros le heredaban. Se trataba de un trabajo que en la mayoría de las veces era favorecido por la genética, derivado de la cuidadosa selección de esposas para el hombre de la casa.
Si por el contrario la madre daba a luz a una mujer, esta debía volcar su vida entera en la danza y el entretenimiento. Cuando tuviera la conciencia necesaria y aprendiera a andar, esta niña era instruida por su antecesora con el objetivo de preservar con total fidelidad el baile que el linaje Naruse llevaba siglos enteros intentando perfeccionar.
Adicional a esto, la joven debía permanecer sumisa y entregada a servir a su familia hasta el momento de su muerte, pues se les prohibía concebir descendencia. Los únicos que podían formar lazos con otra sangre eran los varones de la casa, y era única y exclusivamente con otras familias de sangre selecta.
Las leyendas cuentan que el fundador de este linaje tuvo contacto con la diosa lunar. Aquél hombre buscó desesperadamente hacerse de una fortuna invaluable y absurdamente grande. Sus plegarias llegaron a oídos de la diosa lunar, quien en un acto de curiosidad decidió ayudarle y hacerle entrega de aquello que el hombre anhelaba.
Como agradecimiento, aquél Naruse prometió estar presente en todos y cada uno de los Nisshoku Matsuri que se celebraran, incluso si él ya no se encontraba en este mundo. De ese modo, buscó una esposa con quien procrear una familia para mantener su sangre y linaje presentes. Se sumergió en el estudio de la cultura y leyendas de Kimonai, viajando por todo el continente en busca de algo para ofrecerle a la diosa más allá de su mera presencia.
Así llegó al monte Mizu, el pico más alto de todo el continente, y una enorme montaña con varios kilómetros que la conformaban. Allí tuvo contacto con kitsunes, criaturas de cientos de años famosas por su apariencia y la astucia de un zorro. De algún modo, el hombre logró engañar y robar el conocimiento que estos resguardaban en sus territorios; más específicamente, de una danza y una canción.
Durante su viaje, escuchó rumores acerca del Takamagahara, y que era posible unirse al panteón de los dioses incluso siendo de raíces humanas. Él estaba seguro de que, si aquella danza y canción eran perfeccionadas más allá de los limites divinos, podría ascender a los cielos y alcanzar la inmortalidad.
Para su desgracia, jamás pudo hallar una manera de alcanzar dicha divinidad mientras aún vivía. Aquél hombre murió cuando llegó su hora, pero la riqueza que la diosa lunar le entregó permaneció en la tierra, junto con su linaje. Desde ese momento, todas y cada una de las generaciones se enfrascaron en la búsqueda de la perfección de la danza y el canto.
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Balada De Flores Lunares © | Tsuki no hana no barādo | 月の花のバラード
Fantasia«La luna cayó a la tierra. El sol no la buscó; y cuando se encontraron de nuevo, una balada de flores lunares la espada cantó». Tsukigami, la dulce diosa lunar, está enamorada de Taiyokami, el dios solar. La cruda naturaleza de sus seres solo les pe...