14 - Capítulo 11: Bendice a Hojo Sadayo

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Una luz intensa emana desde las yemas de mis dedos en el preciso instante en que toco el hombro de la onryō, obligándome a entrecerrar los ojos y cubrir mi rostro de forma parcial con mi brazo izquierdo. La voz de Suna, Yamamoto, Nakajima y demás ruidos del fondo se desvanecen de a poco, sustituyendo el sonido por una calma diferente a la que se vive en estos momentos.

Dejo de sentir el hombro del fantasma, y para cuando vuelvo a abrir mis parpados me percato de que ya no estoy en la plaza de Yanagawa. De alguna manera, me he metido en los recuerdos que el alma atormentada de esta onryō alberga en su interior.

Algunos monjes y sacerdotes desarrollan la capacidad sobrenatural de mirar a través del alma de una persona, y de vez en cuando, humanos que no tienen nada que ver con este tipo de artes también. Yo he podido gracias al poder divino que me prestaron, y si estoy viendo esto es porque la onryō así lo quiere.

Sacudo mi cabeza, espabilando luego de recuperarme de la intensa luz. Estoy dentro de la habitación de una casa, rodeada de algunos maniquíes con trozos de tela sobre ellos. Aun así, hay algunos que llevan encima kimonos ornamentados con pequeños detalles y telas no muy comunes.

Unos pequeños pétalos de flor Corte Dorada danzan en el aire, flotando como si una corriente de aire los levantara en la habitación. Estos se mueven hacia el exterior de la casa, saliendo por una ventana. Cuando me asomo a través de esta, me percato que en la calle se encuentra una mujer de kimono rojo y un hombre de armadura que lleva consigo un emblema extranjero.

Ambos hablan de forma animada, con un tono coqueto en sus voces. La ciudad luce muy diferente sin la lluvia, contrastando esta escena con la cálida luz solar que emana del astro rey. Pensar en Taiyokami ahora no es lo correcto, y duele, pero es inevitable.

Me concentro en la conversación de la pareja a orillas de la calle, en la planta baja de la casa.

—¿Puedo llamarte Sadayo?—solicita el hombre de armadura.

—Eso me encantaría. Eres un buen amigo, Tanetada—afirma la chica del kimono rojo.

Por una pequeña fracción de segundo, recuerdo la conversación que tuve con Suna en el patio de Nakajima, donde formalizamos nuestra conexión a una amistad. Jugueteo con mis dedos, nerviosa de recordarlo con una sonrisa. Esta escena entre la pareja me recuerda tanto a ese momento que puedo entender el ambiente que ellos tienen.

—Veo que volviste a usar tu kimono rojo—comenta Tanetada, cruzándose de brazos y admirando de arriba abajo a la chica.

—Sí, lo preparé cuando supe que venías. —Sadayo da un par de vueltas para modelarlo— La última vez me dijiste que era muy bonito, así que no quise perder la oportunidad de mostrártelo de nuevo.

—Eres una caja de sorpresas, Sadayo. Lo que tus manos hacen es un arte maravilloso—Tanetada sostiene las manos de la chica.

Veo como sus mejillas se tiñen de rojo, haciendo juego con su kimono. El hombre acomoda la peineta de la chica antes de jugar un poco con su nariz de forma romántica. Sadayo sonríe y lo aparta con una risa nerviosa.

—B-basta, Tanetada. No sé qué pensará la gente si nos ven juntos. Soy solo una costurera, y tú miembro de un importante clan de Shinkoshi. Somos tan opuestos como un dios y un mortal pueden serlo—Sadayo desvía la mirada.

Tanetada no se rinde, y con un ágil movimiento de manos sostiene el mentón de la chica para mirarla a los ojos.

—Si yo fuera un dios, entonces preferiría quedarme con una mortal como tú, Sadayo.

Ella sonríe y cierra sus ojos, embriagándose con las palabras seductoras que aquel hombre le dedica. No puedo evitar pensar que es un poco ingenua y que se deja seducir con facilidad, je.

Balada De Flores Lunares © | Tsuki no hana no barādo | 月の花のバラードDonde viven las historias. Descúbrelo ahora