Mictlán
Mictlantecuhtli se disponía a regresar a su mundo después de visitar a su hija en la tierra de los vivos. El tiempo que había pasado sin ir allí había agotado sus energías al punto de sentir la pesadez de su cuerpo, pero resistió hasta que la bebé y sus familiares quedaron profundamente dormidos. Aprovecharía que los suegros no podían verlo, pero las miradas que le lanzaba la mujer que la parió parecían querer desnucar. Quizás lo entendía; su hija la rechazó y prefirió buscar el consuelo de una deidad que salvó sus vidas a cambio de que la criatura que dio a luz se convirtiera en su ñundu.
Al llegar a su palacio, se dirigió a su trono para descansar y recuperar sus fuerzas. Con la cabeza inclinada en el respaldo de aquel asiento de oro, sus brazos descansaban en los apoyabrazos y sus piernas estiradas hacia los lados. Estaba tan agotado que olvidó sus modales al sentarse.
Estaba tan concentrado en descansar que no escuchó los apresurados pasos de la única criatura capaz de hacer esos ruidos con sus largas garras. Las puertas del trono se abrieron de golpe y a la par, logrando que Mictlantecuhtli viajara su mirada hacía su único amigo y sirviente, Tecolot.
Era una criatura que él mismo creó, un búho humanoide con plumaje blanco y puntas de color café claro. Su pico era de un rosa opaco y sus ojos, grandes y expresivos, de un negro profundo al igual que los de su señor. En comparación con su amo, mide 2 metros de altura y posee unas plumas más largas en la cabeza peinadas hacia atrás.
-Mi señor Mictlantecuhtli, ha regresado- Comentó aquel ser, ganándose una respuesta cansada pero aun imponente del Dios de aquel reino.
-Tecolot, ¿Ah habido algún inconveniente en mi ausencia?-
-Ninguna, mi lord. ¿Cómo le fue visitando a los mortales?- Preguntó con curiosidad.
-Al parecer no ir a visitarlos tan seguido mi cuerpo lo resintió y ahora tengo pocas energía para hacer cualquier cosa- Contestó con cansancio.
Hubo un silencio, no incómodo, sino más bien de curiosidad. Mictlantecuhtli notó que su sirviente tenía una pregunta atascada en el cogote pero no encontraba la forma de expresarla. El rey del Mictlán simplemente hizo un gesto con la cabeza para alentar a su sirviente a finalmente compartir esa curiosidad.
-Mi señor... ¿Cómo se encuentra su hija humana? ¿Nació sana?- Finalmente confesó.
La deidad de piel roja se levantó y se dirigió lentamente hacia Tecolot. A pesar de la ligera diferencia de tamaño entre ellos, era evidente al estar frente a frente. Bajo la máscara, se escuchó un bufido que rompió el silencio.
-¡Sí y es muy tierna!- Exclamo alegre mientras juntaba sus manos frente a él, mirando a su amigo muy emocionado.
A pesar de la reputación de Mictlantecuhtli como una deidad aterradora que infundía terror solo con mencionar su nombre, en lo más profundo de su ser guardaba una faceta similar a la de un niño. Esta parte de él solo la mostraba a Tecolot y Mictecacíhuatl, quienes eran los más cercanos a él.
-¿Enserio mi señor?- Imito su acción muy emocionado por su amo y amigo.
-¡Sí! Incluso sus pupilas son del mismo color que mis glóbulos-
-Valla, es sorprendente cómo al hacer ese tipo de pactos, los mortales también pueden adquirir rasgos de las deidades con las que pactan-
-Su madre fue quien acepto el trato, no me imaginé que sacara algo mío- Reflexionó pensativo.
-Debe ser algo normal, es la primera vez que hace ese tipo de tratos mi señor-
-Si tienes razón, y hablando de la madre, ella me miraba como si me fulminara con la mirada- Reveló llevando su mano izquierda a su barbilla y su mano derecha la dejaba descansar en su cadera.
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La Hija de la Muerte
SpiritualLa historia se entorna a Citlalli Tonatiuh, una niña que crece abandonada por su madre debido al miedo que le tenía. A lo largo de su vida en el orfanato, Citlalli se siente sola y desamparada, sin saber que su padre, Mictlantecuhtli, la cuida es se...