Puebla, 1855
Pasaron los meses, y los suegros de Fernanda, tal como se lo habían prometido, cuidaron de ella durante todo su embarazo. A pesar de que había estado luchando contra la depresión, no fue fácil, especialmente considerando lo que le había prometido al Rey del Mictlán. Sinceramente, la castaña se imaginaba cualquier cosa menos eso, y no tenía el valor de confesárselo a sus suegros, ya que no sabía cómo reaccionarían ante esa noticia. ¿Cómo se lo diría? ¿Con qué expresión en el rostro los miraría?
Era un día común en el mes patrio, Fernanda se encontraba sentada en la cama con almohadas en su espalda para mayor comodidad. Estaba bordando una servilleta para pasar el tiempo mientras afuera decoraban las calles con los colores patrios. Estaba tan concentrada en su labor que se sobresaltó al sentir las pequeñas pataditas de su bebé. Con ternura, llevó su mano hacia su vientre y comenzó a acariciarlo, logrando calmar sus movimientos. Habían pasado 8 meses desde lo ocurrido, y no volvió a ver ni a la deidad ni a la chamana.
Continuaba acariciando su vientre mientras escuchaba el bullicio de la gente afuera, recordando cómo todos se movían de un lado a otro para decorar las calles, sus hogares y los puestos. Deseaba bajar a ayudar, pero sus suegros no le permitían hacer ningún esfuerzo. En ese momento, un antojo cruzó por su mente.
-¡Suegra!- Grito aun sentada en aquella cama, solo pasaron 5 minutos cuando la señora cruzo la puerta para posteriormente dirigirse a su nuera.
-¿Dime?- Pregunto con una voz alegre y curiosa.
-Se me antojo un esquite- Respondió con un poco de pena provocando una pequeña risa por parte de su suegra.
-Con que era eso, descuida, está bien, ya vengo con tu antojo, con todo ¿Cierto?-
-Sí, por favor- Confirmo con una pequeña sonrisa.
-Está bien, ya regreso mijita- Al decir aquellas palabras salió de la habitación dejando a la joven sola nuevamente.
Fernanda, mientras esperaba a su suegra, continuó con su bordado. Era un momento de paz y relajación, pero también de aburrimiento. Lo único que la mantenía entretenida eran los bordados, aunque con el tiempo este pasatiempo empezó a aburrirla.
Manejaba la aguja en las telas, cambiando el estambre de vez en cuando por otro color y combinando diferentes tipos de bordados para ocupar su tiempo con aquel tejido. Después de hacer lo mismo durante 8 meses seguidos, lo que antes le resultaba difícil ahora le resultaba fácil.
"La práctica hace al maestro", pensó para sí misma.
De repente, un dolor punzante invadió su vientre, seguido por el miedo al sentir un líquido escurrir por sus piernas. Había roto aguas. Aún no era el momento, faltaba mucho para cumplir los 9 meses, y no quería que fuera prematuro. En medio del miedo y el dolor por la incomodidad, divisó en las sombras de la habitación un destello dorado con el rabillo del ojo. Al enfocar mejor la mirada, lo vio: aquella piel rojiza con ojos negros como el abismo, la máscara de calavera dorada. En ese instante, las palabras de la chamana volvieron a resonar en su mente: "Él regresará cuando tu cría nazca, ni antes ni después, y no se irá de nuevo".
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En un bosque cercano al pequeño pueblo, una mujer de cabello negro recolectaba setas silvestres para su cena. Mientras recogía unas setas apetitosas, escuchó el ruido de hojas y ramas siendo pisoteadas por alguien más. Al levantar la mirada, esperaba encontrarse con un aldeano del pueblo, pero para su sorpresa, vio a una mujer hermosa vestida con un elegante vestido rojo y una diadema de Cempaxúchitl en su cabello. La piel de esta mujer parecía pintada de forma esquelética, pero sus glóbulos negros con pupilas doradas indicaban que no era un disfraz. Antes de que pudiera decir algo, una melodiosa voz salió de los labios de la misteriosa mujer.
-Ellos te esperan, ayúdala-
Una ráfaga de viento cruzó por el lugar, haciendo que el cabello negro de la chamana le obstruyera la vista. Cuando la ráfaga cesó, la mujer ya no estaba allí.
Siguiendo las indicaciones, dejó su canasta de setas y corrió hacia la casa de los López, esquivando todo lo que se interponía en su camino.
Al llegar, encontró la puerta cerrada con llave y buscó otra entrada hasta que logró abrir una ventana. Al entrar, escuchó un grito de dolor a lo lejos y corrió hacia la habitación de donde provenían los lamentos. Al abrir la puerta, vio a Fernanda retorciéndose de dolor, con una gran mancha de sangre en su entrepierna. La chamana se acercó rápidamente y la sujetó de los hombros.
-¡Oye! ¿¡Hace cuánto rompiste fuente!?-
-No lo sé ¡AH!- Apenas y podía hablar con el inmenso dolor que sentía en su vientre.
-Bueno, escucha, abre las piernas, a la cuenta de 3 quiero que pujes con todas tus fuerzas, ¿Entendido?- Preguntó mientras se dirigía a la piecera de la cama y se acomodaba para poder recibir al bebé.
Fernanda al no poder hablar solo asintió con la cabeza mientras trataba de soltar unos sollozos. Con cada instrucción y aliento de la chamana, Fernanda empujaba con determinación, resistiendo el dolor.
-¡Veo la cabeza! ¡Puja una ultima vez!- Anuncio la chamana.
Fernanda, con todas sus fuerzas y un fuerte grito de dolor, dio un último empujón logrando finalmente escuchar el llanto de su bebé.
-Felicidades, es una niña- Felicito la mayor mientras trataba de sujetar bien a la bebé.
-¿Una niña?- Pregunto con cansancio y felicidad ante la hermosa noticia.
-Sí- Respondió la pelinegra.
La chamana envolvió al bebé en un trapo y, al hacerlo, vio un destello dorado en la oscuridad. La mujer entregó a la bebé a Fernanda para que la viera, notando sus pequeños y escasos cabellos castaños oscuros y sus ojos se encontraban cerrados. Mientras la ahora madre miraba a su hija enmarcando este momento en su mente, de repente la criaturita empezó a llorar, sus bracitos regordetes estaban extendidos hacía arriba en busca de alguien, Fernanda creyó que buscaba de su cariño y tomo una de sus pequeñas manos pero no esperaba ser rechazada por su propia hija. La chamana estaba asombrada y se le cruzo una idea por la cabeza, miró a Mictlantecuhtli y luego a la bebé.
-Fernanda, ¿Me permites a tu hija, por favor?- La madre aun en shock por lo ocurrido con su bebé, la miró confundida y con duda preguntó.
-¿Para qué la quieres?-
-Creo saber cómo cesar su llanto- Encabezó tratando de que la joven madre confiase en ella.
La castaña, no muy convencida, accedió a entregarle su bebé a la pelinegra, quien la cargó con sumo cuidado sosteniendo su cabeza y su cuerpecito. Una vez la tuvo bien sujeta, se dio la vuelta y se encaminó hacia Mictlantecuhtli.
Al llegar frente a él, Mictlantecuhtli salió de las sombras de aquella habitación, seguía con su imponente estatura el cual le permitía siempre estar en jorobado en aquella habitación, cuando la pelinegra se posó en frente de él, le mostró a la pequeña quien seguía llorando a mares.
-¿Deseas cargarla?- Preguntó mirando aquellos ojos oscuros.
Mictlantecuhtli, con dudas, se inclinó aún más hasta que sus huesudos brazos rodearon a la pequeña recién nacida. Aunque para muchos eran extremidades huesudas, para ella eran abrazos cálidos y reconfortantes. Un sentimiento de paz la invadió y dejó de llorar en los brazos del Señor del Mictlán, sorprendiendo mucho a las mujeres presentes.
Notaron cómo la bebé comenzaba a reír, una risa provocada por la deidad que le hacía cosquillas en su pequeña nariz con uno de sus huesudos dedos. La niña, con sus manitas regordetas, sujetó ese dedo de la deidad y finalmente abrió sus ojos. El color de sus ojos heló la sangre de quien la trajo al mundo, ya que esperaba que al menos tuviera el color de ojos de su padre, pero resultó que eran de un negro profundo como el abismo.
-Al parecer- Decidió hablar la chamana.
-Saco los ojos de su padre.
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La Hija de la Muerte
EspiritualLa historia se entorna a Citlalli Tonatiuh, una niña que crece abandonada por su madre debido al miedo que le tenía. A lo largo de su vida en el orfanato, Citlalli se siente sola y desamparada, sin saber que su padre, Mictlantecuhtli, la cuida es se...