Capítulo 5

46 17 57
                                    

Puebla, 1855

Era de día y los López estaban desayunando. La pareja mayor disfrutaba de su desayuno felizmente al ver una mecedora en la sala donde descansaba su nieta. Mientras tanto, Fernanda permanecía de espaldas a la cuna de madera donde estaba su hija. Su mente seguía divagando sobre los sucesos del día anterior.

La chamana, al observar el estado de la castaña, se ofreció a ayudarla con su hija, no quiso entrar en detalles pero aquella bruja, sabía que ante aquel pacto, la niña iba a obtener uno o varios poderes relaciones a la deidad que se hace llamar su padre.

Fernanda apenas tocaba su comida, sin cabeza para nada. Su mirada parecía vacía, sus labios siempre fruncidos, y su aura emanaba una sensación incómoda para quienes estaban a su lado. Al ver el estado de su nuera, los suegros supusieron que se trataba de estrés posparto, o peor aún, que su nuera había enloquecido después de dar a luz.

-Nuera, ¿Te encuentras bien?- Pregunto preocupada la suegra.

-¿Eh? Ah, sí- Respondió con simpleza ante la pregunta de la mayor, se acomodó mejor en su asiento y finalmente le dio un bocado a su desayuno.

-Te notamos algo decaída, creímos que estarías feliz de tener el fruto de amor entre nuestro difunto hijo y tú- Comentó el suegro.

-No me malentiendan, por favor- Soltó un suspiro cansado.

-Es solo que... Creo que estoy recayendo por lo de ayer- Defendió con una sonrisa falsa la cual logró engañar a los mayores.

-Sí, fue un parto peligroso, pero sigo preguntándome ¿Cómo fue que la chamana sabía que ayer iría a nacer la bebé?- Expreso el mayor.

-Tal como el nombre lo dice, es una bruja, ellas saben muchas cosas, amor. Solo hay que estarles agradecidos con ella por estar en el momento adecuado, no sabemos que hubiera pasado si ella no estuviera a tiempo- Comentó la esposa para tratar de calmar a su compañero.

-Sí tienes razón- Respondió un poco apenado pero dándole al razón a su esposa.

-Bueno, dejemos de hablar y sigamos degustando del desayuno sino se nos enfría- Finalizo la conversación la esposa y los tres adultos volvieron a consumir de su platillo.

La bebé seguía durmiendo plácidamente, pero en la madrugada se despertó al sentir la presencia de alguien que le transmitía calma. Abrió sus ojitos para averiguar quiénes eran, y al ver la máscara dorada, no pudo contener su alegría al reconocerlo. Sin embargo, se sorprendió al ver a una mujer casi idéntica a él, suponiendo que si estaba junto a él, debía ser buena, así que también le mostró su felicidad. Lo que le divirtió fue cuando la pareja al bajar la mirada, la vieron asombrados, ya que su expresión era debido a que sus ojos habían cambiado de color y la pequeña ni enterada.

La mujer guio una de sus manos hacia el rostro de la niña y le acarició la mejilla derecha. Ese simple pero delicado tacto hizo que la criatura cayera rendida en los brazos del morfo, quedando profundamente dormida desde entonces.

-Duerme mucho- Menciono la abuela.

-Sí, creo que debería ser normal en los bebés- Opinó la mamá.

-Eso sí, mi hijo cuando era bebé dormía demasiado- Recordó con melancolía.

Fernanda estaba ayudando a recoger la mesa después de desayunar. Al recoger todos los cubiertos, se dirigió al lavaplatos para lavarlos, mientras la abuela se acercaba a su nieta que dormía profundamente. Cuando estaba a punto de llegar cerca de la esquina de la cuna, una brisa helada la envolvió, lo que la hizo retroceder unos pasos. Todas las ventanas en esa dirección estaban cerradas para silenciar el bullicio de la gente que seguía decorando las calles. Confundida, miró a su alrededor, sin encontrar ninguna fuente de esa brisa fría. Al acercarse de nuevo, sintió esa sensación helada alrededor de la cuna de la bebé. Al observar la carita de la pequeña, notó cómo una de las comisuras de sus labios se alzaba en una pequeña sonrisa.

La Hija de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora