Capítulo 7

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Puebla, 1855

La chamana permanecía en la casa de los López, cargando a Citlalli, quien finalmente se había dormido. Desde la sala, podía ver a Fernanda y a la suegra, esta última intentando calmarla. En comparación con antes, Fernanda parecía estar más relajada. La pelinegra no podía negar que le intrigaba saber qué tipo de destino final les provocó Mictlantecuhtli a los Flores por interrumpir el sueño de su hija y asustarla hasta hacerla llorar.

Al notar que la pequeña estaba profundamente dormida, decidió volver a colocarla en su cuna. Con cuidado la acostó en el trozo de madera y la arropó. Al notar que la niña se acomodaba por sí sola, decidió dejarla en paz, evitando ser regañada o enfrentarse a la ira de Mictlantecuhtli. Al levantar la mirada, un grito se le quedó atorado en la garganta por el susto.

"Hablando del rey de Roma y el burro que se asoma". Pensó al ver al rey del Mictlán frente a ella mirando dormir a Citlalli.

La pelinegra dio otro brinco al observar como la deidad levantaba la mirada y la miraba fijamente.

"¡Mierda! No me digan que puede leer mentes". Tembló en su lugar pues le había faltado al respeto al Dios de la Muerte.

-Ndiyú, por cuidar de mi pequeña- Aquel agradecimiento no lo vio venir y lo pudo notar la deidad al ver como los ojos de la hechicera eran como faros enormes.

-No... No hay que agradecer- Hablo pausado, pues no sabía cómo responder ante aquel gesto.

Notó cómo Mictlantecuhtli volvió su mirada hacia la bebé, que dormía. Guio uno de sus dedos huesudos hacia la pequeña manita de la niña y la colocó en su palma. Aunque dormida, la niña cerró su manita y sujetó el dedo de la divinidad, como si supiera quién era, y sonrió.

Prefirió dejar a los dos en la sala, sin querer interrumpir. Al menos, se sentía más tranquila al saber que no sería regañada por su imprudencia anterior.

Se dirigió hacia la cocina y notó que todo estaba tranquilo. Fernanda solo miraba una taza vacía. Miró a la suegra, que estaba en el patio trasero, y se acercó a ella. Al estar a su lado, la mujer mayor también dirigió su mirada hacia la mujer de cabello oscuro al sentir su presencia. Juntas, miraron al cielo soleado. Tras soltar un suspiro, finalmente decidió hablar.

-¿Cómo se encuentra?-

-Ya está más relajada- Reveló mientras descendía su mirada al suelo.

-¿Desde hace cuando estás en mi casa?- Levanto la mirada para poder ver a su invitada.

-Unos minutos antes de que llegaran los señores Flores, ¿Recuerda que su nuera me pidió ayudarla con su recuperación?- Era una mentira que las dos habían inventado para tener un pretexto para que la chamana fuera seguido a la casa sin que la vieran raro sus suegros.

-Es verdad, lo siento es solo que- Se interrumpió a sí misma antes de soltar un suspiro mientras se frotaba el rostro.

-Descuide, comprendo. Llegar y ver un escándalo afuera de su hogar sin saber que sucedió, está bien estar preocupado por los seres queridos-

-Lo sé, pero no es motivo para que me desquite contigo, tu no hiciste nada malo y no mereces recibir estas emociones negativas que provocaron los Flores- Confesó arrepentida.

-Digamos que estoy acostumbrada a eso- Hablo con desinterés.

La mujer mayor la miró con tristeza, recordando los comentarios del pueblo que variaban entre críticas y elogios hacia la chamana. Recordó a cuántas personas no se pudo salvar y cómo los familiares a menudo culpaban a aquellos que ofrecían ayuda, a pesar de haber advertido que no había solución. Es cierto, hay situaciones sin solución donde, en momentos de vulnerabilidad, las personas culpan al único ser que intentó ayudar, incluso cuando les advirtió que no había salvación posible.

La Hija de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora