El Llamado

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Pensé que me odiabas, pero me sorprendió recibir tu carta hoy. Me pides que te cuente mi historia para entender por qué nuestros caminos se separaron, por qué me negué a ayudarte y me alejé de ti.

Pues bien, por el amor que te tuve, aceptaré tu petición y te contaré lo más importante.

Cuando tenía unos quince años, tomé la decisión definitiva de abandonar el pueblo donde vivía y a mi familia.

Aquella tarde, luego de cenar con mis padres y mis dos hermanos menores, quise retomar las viejas conversaciones que teníamos con mi madre. Desde hacía varios años, nuestra relación había ido de mal en peor, pero desde que tengo memoria, solíamos conversar mucho, especialmente sobre insectos y animales salvajes. Mi curiosidad siempre fue insaciable en esos temas, y a ella le encantaba satisfacerla con cuentos e historias, tanto reales como inventadas. Así que quise tomar la iniciativa para limar las asperezas:

—¿Recuerdas el cuento de la niña y la luna que me contabas cuando era pequeña? —pregunté con una sonrisa amplia y cálida mientras lavaba los platos.

—Ya no eres una niña —respondió seca y llanamente, dándome la espalda mientras se alejaba.

Agaché la cabeza con una fuerte punzada en el alma, me mordí los labios hasta hacerlos sangrar y me aguanté el llanto. Luego de terminar con la loza me fui a mi habitación sin decir nada a nadie y me tendí en mi cama a llorar.

"No llores, mi niña, no llores por quien no lo merece. Ven conmigo", dijo la voz misteriosa con dulzura. Apreté los puños con fuerza, sequé mis lágrimas con el dorso de mi manga y me levanté decidida. Ya lo había planeado desde hacía años, sólo me faltaba llevarlo a cabo.

Llevaba alrededor de seis años escuchando aquella profunda, grave y compasiva voz. "Ven", me decía en un comienzo. Nada más ni nada menos. Y cada vez que eso ocurría mi vista se desviaba hacia el noroeste, hacia la cordillera de Carmerpentus, en especial hacia una de las montañas más cercanas al pueblo, la cual llamaban "El Terror".

Me sequé las lágrimas y me quedé dormida pensando en mi decisión. Una vez que mis padres y mis hermanos se quedaron dormidos, preparé el morral con las cosas que iba a necesitar. Saqué un poco de comida, unas cuantas vendas y algunos frascos con el ungüento medicinal que preparaba mi madre; tomé sus botas de cuero, la bufanda de lana de mi padre, un par de mantas y otro de abrigos; y esperé hasta un poco antes del amanecer para marcharme sin despedirme de nadie. Ni siquiera de mis dos hermanos menores, a quienes amaba tanto.

Viajé al noreste, hacia la cordillera.

Caminé con prisa, avanzando a grandes zancadas desde la casa hasta el camino principal, y luego tomé la ruta hacia la montaña

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Caminé con prisa, avanzando a grandes zancadas desde la casa hasta el camino principal, y luego tomé la ruta hacia la montaña. Cada casa que veía me recordaba a alguien que no quería volver a ver de nuevo.

Desde que escuché la voz por primera vez, me volví la niña que se la pasaba distraída mirando hacia las montañas, ensimismada en mis pensamientos. "¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué siento que tengo que ir ahí, hacia aquellas montañas?", eran las preguntas que yo hacía, pero la voz no me respondía. Y la gente, en vez de preguntarme qué me sucedía, comenzaron a rumorear que estaba maldita, que debía irme del pueblo para no atraer la desgracia hacia ellos.

La Madre de los OlvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora