Probando Suerte

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Había comenzado el invierno y mi corazón estaba más helado que mi cuerpo. No sabes lo arrepentida que estaba de todo y las pocas ganas que tenía de continuar con la misión. Ni las palabras de aliento de la voz me ayudaban a levantarme.

Pasé varios días envuelta en las mantas sin salir del nido. La matriarca se comenzó a preocupar y estuvo conmigo en todo momento. Agradecí su compañía, su cariño calentó mi corazón roto y al cabo de tres días me levanté con muchísima hambre y una resolución: domar a aquellos reptiles astados, a los que llamé "Cornotauros".

Me dirigí a la habitación que había preparado dentro del nido. En la medida que fui consiguiendo ropa nueva y herramientas, habilité un espacio para mis cosas, en donde tenía una mesa, un taburete y unas cuantas cajas de madera que construí con los clavos y el martillo que había comprado. Además de un intento de closet y un horroroso mueble con repisas.

Saqué carne seca de uno de los envases de vidrio que tenía para almacenarla y me cambié de ropa. Me puse la tenida completa de cuero que Brodomir había hecho a mi medida, y tenía razón: me quedaba espectacular. Eran botas largas, un pantalón ajustado, una camisa de mangas largas de lino blanca con una chaquetita de cuero, un hermoso cinturón con hebilla de bronce y un par de guantes.

Sentí pena al acordarme de él. Era un poco pervertido, pero un hombre muy honesto y cariñoso, fue un gran amigo. Cada vez que se estropeaba mi ropa, la remendaba sin cobrarme.

Las notas de Sameribolda me dieron la idea de comenzar a escribir un bestiario. Había comprado un cuaderno grande, pluma y tinta en el pueblo de Kur para lograrlo. Hasta ese momento sólo tenía cuatro páginas con los siguientes nombres:

"Alarión", fue el que le puse a los planeadores; "Crocofango", eran aquellos reptiles con forma de cocodrilo; "Gallipluma", la raza de mi querido Lipi, los que eran del tamaño de una gallina y corrían en dos patas; y "Cornotauro", aquél gran reptil grande y fuerte, territorial y agresivo a pesar de ser herbívoro.

Observando su comportamiento, descubrí que estos últimos obtenían el respeto de sus pares imponiéndose a la fuerza, a veces sin necesidad de violencia. El líder era el más grande y fuerte, pero a pesar de parecer agresivo, sentí que era más actitud que acción. Otros más jóvenes habían intentado quitarle el título, pero él los ponía en su lugar con una potente embestida o, a veces, sólo con gestos. Claro, él fue quien casi me mata al intentar acercarme al grupo, así que mi teoría aún no estaba comprobada.

Me acerqué de nuevo a ellos con una actitud más segura y dominante, aunque no sirvió de mucho. El Cornotauro mayor intentó embestirme en seguida. Rodé hacia un costado y me incliné con la cabeza en el suelo, como si fuera una reverencia. Éste empezó a dar pisotadas y saltos con las patas delanteras en frente mío, pero luego de un rato se detuvo solo a observarme, con el pecho hinchado y postura altiva.

Había visto que esta actitud sumisa era una forma de rendirse sin violencia y, al corroborar que funcionaba, me retiré despacio, retrocediendo sin levantar el rostro del suelo.

Me alegró haber logrado un avance. Era la primera vez que pude alejarme de ellos sin recibir daño alguno.

En Kur, había comprado una montura pensando que podría servirme con los Alariones, pero la anatomía de estos seres era muy distinta a la de un caballo. Eran más anchos y la curvatura de la espalda era diferente. Para poder adaptarla, iba a necesitar nuevas piezas de metal y la ayuda de un herrero.

Y necesitaba armas de verdad.

En una ocasión, Mirta me contó que no había buenos herreros en Kur, que era preferible ir hacia el norte, pasando mi pueblo natal de Morkadur, al pueblo minero de Kadur o viajar al suroeste, a la gran ciudad de Landor.

La Madre de los OlvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora