Estuviste ahí todo ese tiempo. Sentí tu presencia cuando discutíamos con Arly en el patio del templo, por eso no me sorprendió verte a mi lado sobre la cabeza del Rey Serpiente. Lo que sí me sorprendió fue verte herido, con tu ropa hecha jirones.
Te faltaba una mano, una de tus piernas estaba quebrada a la altura del muslo, tu cabello estaba revuelto, tenías un tajo en mitad del cráneo y varios más en el resto del cuerpo. Aunque no sangrabas, estabas cubierto de manchas de sangre.
—¿Qué te pasó? —te pregunté asombrada mientras dirigía al gran Viperion hacia una laguna mediana cerca de la entrada—. ¿Te dio pelea el Vigilante?
—Podríamos decir que sí —dijiste con una sonrisa—. Tu restricción me complicó un poco las cosas, pero fue un desafío entretenido.
—Pero te di permiso de acabar con él, ¿por qué te contuvo mi condición?
—Claro, me dejaste comerlo, pero me tomó bastante encontrarlo y no pude alimentarme en el camino —te acariciaste la panza con una mano—. Llegué muy débil al encuentro.
—Es que no me imaginé que sería tan escurridizo. Además, te fuiste tan rápido que tampoco se te ocurrió a ti decirme que podría pasar algo así —nos detuvimos en la orilla y nos bajamos.
—Sí, tengo que admitir que estaba impaciente —avanzaste cojeando hacia el agua.
Acaricié y abracé la cabezota de mi gran Rey. Aún me sentía furiosa por todo este asunto de los Ventormenta y su misión, y dolida por el rechazo de Arly. Necesitaba calmar mis nervios y estuve un buen rato pensativa.
Luego le di la orden de quedarse en aquel lugar para que vigile que nadie entrase a la cueva. Él se enrolló sobre sí mismo para descansar. Oí un ruido proveniente del agua y me giré alerta, pero me sorprendió ver tu espalda desnuda sumergiéndose con lentitud en la laguna. Tu piel estaba llena de cicatrices de todo tipo, manchones y cortes profundos recientes. A tu alrededor se formó una nube roja que se extendía por la superficie.
A pesar de tu apariencia juvenil, debo admitir que tenías un buen cuerpo. Solo mirarlo hizo que me ruborizara.
—Y no estaba solo —dijiste luego de sumergirte hasta el cuello—. Había regresado el acuático, lo que complicó aún más las cosas. No pude acabar con ese porque no tenía tu permiso.
—¿El acuático? —pregunté luego de despabilar.
—El anciano que conociste es el terrestre o "Señor de los Reptaros Terrestres", como se hace llamar. Hay uno acuático y otro volador —te zambulliste por unos segundos, sacaste el rostro de nuevo y empezaste a refregarte la sangre—. ¿Lo viste alguna vez convertirse en su forma real?
—¿Tiene una "forma real"? —pregunté aún más confundida y algo distraída. Noté que los cortes profundos en tu cuerpo parecían marcas de garras de una criatura de gran tamaño—. ¿Es un reptil gigante o algo así?
—¡Muy bien, Dinna! —saliste del agua y me señalaste las marcas en todo tu cuerpo. Vi tu sonrisa pícara—. Como puedes apreciar, es uno bastante grande, un poco más que un Ferrodraco —te ibas acercando a mí, sin tapujos, y me puse nerviosa—. Pero camina casi erguido, tiene la espalda llena de púas y puede hablar.
Ante mi sorpresa, tus heridas comenzaron a cerrar y saliste del agua con ambas manos. Acercaste tu rostro tanto al mío que podía oír los fuertes latidos de tu corazón, lo cual aceleró el mío.
—¿Cómo haces eso? —puse mi palma en tu pecho húmedo para apartarte mientras señalaba tu nueva mano—. Te creció una y se cerraron tus heridas en el acto, ¿también eres un reptil?
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La Madre de los Olvidados
FantasyUna joven pueblerina comienza a escuchar una voz misteriosa que la llama. ¿Qué pensará su familia al respecto? ¿Qué harán sus amigos al saber de su secreto? Acompaña a Dinna a enfrentar el desdén de la gente que la rodea y a desentrañar el misterio...