La Promesa

10 4 12
                                    

No me critiques, se muy bien que te hubiese gustado conocer a tu dios en persona, pero yo no sabía que eso iba a ocurrir. Además que necesitaba hacer esto sola, era mi misión, no la tuya. Debías seguir tu camino. No podía permitir que me siguieras por toda la eternidad como mi mascota. Fuiste y aún eres mi amigo. Tendrás por siempre un lugar en mi corazón.

Caminamos con tu querido dios de regreso a la salida. Estaba admirada con el regalo, me fascinaba el brillo morado que parecía cambiar de intensidad según lo moviera o dependiendo de la presión que ejerciera sobre el mango. Lodrik no hubiese tenido oportunidad contra un arma como ésta. Yo misma le hubiese partida la cabeza en dos.

—Necesito hacer las paces con él —continuó Merpentilus, encabezando la caminata por el pasillo hacia la bóveda donde se encontraba su escultura—. El error que cometimos, mis hermanos y yo, ha tenido a estas criaturas encerradas en las cuevas durante miles de años. Los Reptaros son los legítimos habitantes de este mundo, merecen la oportunidad de convivir con nuestros hijos en la superficie.

—Eso no lo niego, me imagino que por eso no pueden salir y nadie del exterior puede entrar. A menos que los dioses lo permitan.

—Así es, querida.

—Pero, ¿por qué un dios que partió las tierras en cinco continentes con su ira querría hacer algo tan noble? ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones? —dije, desconfiada.

—Me duelen tus palabras, hija mía. Pensé que entre todos los seres mortales, tú serías quien me entendería —sentí en la energía que emitía su presencia el dolor que provocaron mis palabras, era como una piedra causando ondas en un estanque tranquilo.

—¿A qué te refieres? —pregunté un tanto molesta por el comentario.

—Reconozco las consecuencias de mis actos, no estoy orgulloso de haberlo hecho. Era un dios joven muy emocionado por mostrar lo que era capaz de crear, pero fui traicionado por mis propios hermanos. Me prejuzgaron, dijeron que sería la ruina de este mundo antes siquiera de haber cometido algún acto que lo mereciera y terminaron sin mi consentimiento la creación de una de las razas a las que tanto esfuerzo me costó dar forma. No intento justificarme, solo espero que entiendas que mis errores no me definen.

—Te lo concedo. No puedo negar que he cometido muchos errores que tampoco justifico. Todo me ha llevado a ser quien soy ahora, tanto lo bueno como lo malo. Pero no me pidas confiar en ti después de todo lo que ha pasado. Necesito actos, no palabras —me detuvo junto a la estatua y me giré hacia él.

—Haré todo lo que me pidas para que confíes en mi.

—Muy bien —dije con seriedad—. Dices que esta arma tan magnífica fue creada por un dios para detener a una criatura tan poderosa como para enfrentarse a ustedes. ¿Es capaz de matarte si se usa contra ti?

—En este momento, si me atacas con ella destruirás mi presencia en este mundo. Tendría que empezar de cero a preparar mi próxima venida —respondió sin rodeos, de pie frente a mí—. La Alabarda de Doble Destino no sólo es capaz de destruir. Amplifica tus emociones tanto positivas como negativas. En mis manos y con la furia que tuve en aquel momento me permitió dividir Neuridus en cinco continentes, crear el Gran Desierto y las islas de Trokelpentus con un solo movimiento. En las manos de un mortal y con la emoción correcta puede destruir a un dios, pero las consecuencias de su uso afectan al portador, aunque en menor medida. En mi caso, destruyó mi presencia en el mundo por unos cientos de años.

—Entiendo. Extiende el brazo —levanté el arma por sobre mi cabeza y rememoré el dolor de la decepción al saber que mi querida voz era un ser maligno y manipulador.

El dios Merpentilus no dudó en obedecer, mantuvo firme su mirada en mí. Lancé el tajo hacia la articulación de su codo, gritando con furia. El impacto produjo un destello morado que inundó la habitación como si el mismo sol hubiese entrado.

La Madre de los OlvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora