Encuentros

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Entiendo tus dudas respecto a Sameribolda, yo también tuve las mías luego de conocerla. Pero ambos sabemos que las personas son complicadas, no todo es bueno o malo. Y para alguien que ha escuchado a la voz la vida se vuelve aún más compleja.

En el caso de Sam, la relación con su esposo se deterioró hasta que ella lo abandonó, dejando su hogar atrás, similar a lo que yo hice. Nunca tuvo hijos a pesar de haberlo intentado por años, quizás eso le permitió desapegarse con más facilidad del pasado, pero también le trajo problemas para el futuro.

Déjame decirte que no fue de gran ayuda en mi proyecto de construcción de un refugio. Tenía muchísimo conocimiento en reptiles, pero no sabía ni poner un clavo derecho. Se distraía demasiado, se acostaba muy tarde escribiendo y se levantaba a mediodía para continuar. Salía casi sin avisar y volvía un par de días después. No paraba de hablar, y cuando le pedía algún favor, casi siempre lo dejaba a medias. Fue complicado convivir con ella.

Aunque no le reclamé nada. Esa era su esencia. Ella es investigadora, parlanchina, una ilustrada creadora de conocimiento. Y aquello me sirvió muchísimo. Aprendí tanto de la cueva, de los reptiles y de la misión como nunca lo hubiese hecho sola.

Incluso comenzamos una nueva guía juntas. Le mostré mi bestiario y quedó asombrada por los bocetos que hice. También le gustaron los nombres que inventé para las criaturas con las que me había topado hasta el momento. Me dijo que podíamos mantener ambos y que cada entrada tuviese un dibujo mío.

En el tiempo que pasé con ella aprendí que cada persona tiene su propósito.

Además se notaba que Sam llevaba mucho tiempo sin conversar con personas. Desde el día en que la conocí, no paró de hablar ni un minuto. Me contó tantas cosas sobre su vida, la cueva, los reptiles, los demás domadores, la voz y sus pensamientos, que me mareaba con tanta información y debo confesar que muchas veces dejé de escuchar lo que decía. Sólo movía la cabeza y asentía.

Pero hubo un suceso en particular que me llamó mucho la atención: el observador misterioso.

—...y creo que era la voz —dijo Sam, a mediados de invierno, cuando faltaban pocos días para terminar la empalizada.

—¿Cómo? ¿Quién? ¿Dónde? —reaccioné sorprendida, con voz chillona. No había estado escuchando nada de lo que había dicho.

—¿Me estás oyendo, Dinna? —preguntó con el ceño fruncido, sabiendo la respuesta.

—No. Lo siento, Sam —respondí apenada—. Estaba demasiado concentrada en asegurar este tronco —mentí, a esas alturas del día estaba aburrida de su parloteo.

—Te estaba contando sobre el observador misterioso —vi su rostro, estaba molesta.

—Cuéntame otra vez, por favor. Ahora sí te escucharé atenta —dije con un gesto de súplica en mis manos.

—Te decía que desde hace unos quince años atrás, más o menos, me ha parecido ver a un hombre mayor, canoso, de barba rala y actitud seria. La primera vez yo iba viajando hacia una de las salidas ubicadas al norte de esta región, cerca del pueblo de Tahamuru, y lo encontré de pie con los brazos cruzados a la espalda, mirándome sin decir nada. Pero nunca estuve segura de que fuese real. Los reptiles a su alrededor no reaccionaban a su presencia y desaparecía luego de un rato o cuando intentaba acercarme. Lo he visto tres veces desde entonces.

—¡No te puedo creer! —dije con real asombro.

—La última fue hace un momento, estaba ahí —apuntó hacia un hongo gigante fuera de la empalizada.

—¡¿Qué?! ¡¿Por qué no me lo dijiste?! —se me erizó la piel y di un pequeño brinco de los nervios.

—Me tomó por sorpresa, llevaba varios años sin verlo. No quise alarmarte, por eso te pregunté: "¿Ese hongo de ahí será necesario tumbarlo? Puede que estorbe la visión si algo nos ataca desde ese lado". Pero tú me dijiste: "Sí, sí. Tienes razón.", sin detenerte a mirarlo siquiera.

La Madre de los OlvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora