Capítulo 13

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Después de una semana encerrado en casa, sin televisión, sin juegos, sin postre y sin ningún contacto con el exterior, creo que me he convertido en una bestia salvaje. Hace varios días que no subo las persianas de mi habitación y, cuando se me permite salir de esa jaula para comer o cenar, la luz siempre me resulta cegadora. Me he duchado dos veces. Me he hartado de protestar y de quejarme por el castigo al que me tienen sometido y no me ha quedado más remedio que aceptar la situación. Creo que esa pasividad es lo que está desgastando a papá. Tiene que terminar un proyecto este fin de semana y verme de morros todo el día le pone de los nervios, así que ha optado por jugar la carta del padre majo, del padre colega.

Y eso me desquicia. Que tus padres intenten hacerse amigos tuyos ya es bochornoso de por sí, pero si encima tu padre lo llama «cita de juegos» ya es para morirse de vergüenza.

—Papá, respóndeme en serio. ¿Sabes cuántos años tengo?

—Ya sabes que no lo decía en sentido literal —se defiende mientras da un último repaso a la primera prueba de edición del periódico de mañana, con un lápiz rojo apoyado tras la oreja y otro guardado en el bolsillo de la camisa.

—Porque no me he quitado el resfriado de encima. Y acabo de despertarme de la siesta. Y ya sabes lo gruñón que me pongo después de una siesta.

—Vale, Narf. Ya lo pillo. Eres un erudito irascible y cascarrabias, un hombre hecho y derecho, un adulto culto con in­tereses adultos y cultos. Ya no «juegas» con tus amigos, sino que...

No sabe cómo acabar esa frase, lo cual le sorprende y le inquieta al mismo tiempo.

—¿Qué diantres hacéis los seres humanos de tu edad?

Me escudriña con la mirada en busca de respuestas, pero ninguna parece la correcta. Y papá también lo sabe. Está entre la espada y la pared: si sigue sometiéndome a ese interrogatorio de tercer grado, no conseguirá entregar la edición a tiempo.

—Hazme un favor —dice—. Llama al hijo de Miguel y queda con él. Si no te cae bien, te prometo que te daré un Twinkie.

Un Twinkie. Papá no se anda con chiquitas. Está sacando la artillería pesada.

Y precisamente por eso subo la apuesta.

—Dos Twinkies —propongo, y papá arquea las cejas—. Lo que oyes, vaquero.

Ahora papá sabe que yo también he sacado la artillería pesada. Quiero demostrarle que me muero de ganas de hacer algún amigo en esta ciudad.

—Tenemos un trato —sentencia papá.

* * *

Los Espósito viven a unas tres manzanas de distancia, en el vecindario más nuevo de la ciudad. Intento ignorar las punzadas de envidia que me asaltan siempre que veo esos jardines con arbustos perfectamente podados y parterres llenos de flores de colores y fachadas recién pintadas. Es bastante probable que los Espósito no vivan de alquiler, sino en su propia casa. Ya puestos, supongo que pueden pintarla del color que les venga en gana, o hacer agujeros en las paredes para colgar cuadros y fotografías. Y, por qué no, imagino que podrían montar una canasta de baloncesto o hacerse una piscina en el patio trasero.

Me pregunto si es demasiado tarde para odiar a Enzo. Fue muy majo conmigo el día que lo conocí, en la plaza, pero tal vez su padre le animó a que se apiadara de mí, el pobre niño nuevo que acababa de mudarse a la ciudad. Y entonces abre la puerta.

—Bonito sombrero —dice; acaba de arruinarlo todo porque se está portando bien conmigo. Otra vez.

Enzo me invita a pasar y me acompaña hasta la cocina. La casa es de nueva construcción y bastante grande, pero no tiene los muebles de diseño y las alfombras blancas que imaginaba. El sofá parece viejo y desgastado y el cuero está agrietado y deslucido. El suelo está forrado de baldosas de color rosa pálido que hacen que nuestras voces retumben cuando hablamos.

Hello Neighbor Colección 1-3Where stories live. Discover now