Capítulo 11

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Meto un par de pijamas en la mochila y decido dejar el ce­pillo de dientes para tener espacio suficiente para

el manipulador de sonido. El proyecto está terminado, y ahora lo único que necesitamos es añadir el archivo de audio pregrabado. Echo un último vistazo para comprobar que llevo conmigo todo lo que necesito. Sí, no me falta nada.

Bajo las escaleras y me calzo las zapatillas. Mamá y papá me observan con atención.

—¿Estás nervioso? ¿Contento? ¡Te espera una gran aventura! —dice papá.

—Papá, por favor —murmullo, con una mueca.

—Oh, lo siento. Se me había olvidado que ya eres todo un adulto y que esta noche no va a ser tan distinta a las demás. Me apuesto el cuello a que no vais a pegar ojo en toda la noche.

—Para, por favor. Lo estás empeorando.

—Tan solo acuérdate de lavarte los dientes —dice mamá,

y juro por los Alienígenas que es capaz de ver a través de mi mochila y saber que no he metido ahí el dichoso cepillo de dientes.

—Ajá.

—Y da las gracias —añade. Todavía está un poco molesta porque los Peterson no se han dignado a pasarse por casa y presentarse como Dios manda pero, para ella, las palabras «por favor» y «gracias» son sagradas.

—Lo haré —prometo.

—Y resuelve los misterios del universo —dice papá, y mamá le lanza una mirada fulminante—. ¿Qué pasa?

—¿Estás insinuando que los buenos modales y la higiene personal son exigencias imposibles para nuestro hijo?

—Lu, tiene doce años. Creo que ni siquiera se le puede considerar un ser humano.

El ambiente se está enrareciendo, así que decido poner punto y final a la conversación antes de que sea demasiado tarde.

—Daré las gracias —le aseguro a mamá, y ella esboza una sonrisa orgullosa, como si hubiese ganado esa batalla—. Y reflexionaré sobre el significado de la vida —le aseguro a papá, que me guiña el ojo y levanta los pulgares.

Estoy a punto de cruzar la calle. Reflexiono, pero no sobre el significado de la vida. No sé cómo diablos voy a encontrar el momento propicio y las palabras apropiadas para preguntarle a Aaron sobre todo lo que he leído en los periódicos en relación al Parque de atracciones Manzana Dorada, a su padre y a Mya. Llevo varias horas dándole vueltas y todavía no sé cómo voy a hacerlo. Pero sé que lo haré porque la curiosidad me está matando.

* * *

La señora Peterson se arrastra hasta la habitación con un sigilo y una discreción impresionantes, como si llevara patines. No la oigo hasta que la tengo justo detrás. Casi me da un infarto cuando me giro y la veo ahí, con una pila de sábanas sobre los brazos. No pretendía dar un brinco, pero es que me ha pillado desprevenido y por sorpresa.

—Uau. Sé que he olvidado pintarme los labios hoy, pero ¿en serio doy tanto miedo?

—No, no, en absoluto. Es solo que...

—Nicky, era una broma, cielo. Es que apenas hago ruido cuando camino.

—Mamá es maestra, pero cuando iba a la universidad era una bailarina excepcional —dice Mya, que está tumbada en la cama de Aaron—. Incluso bailó en la inauguración de uno de los parques de papá.

—Nadie te ha invitado, paria —dice Aaron, y la empuja a patadas para echarla de la cama.

—Gracias, señora Peterson —murmuro, y le cojo las sábanas y mantas.

Hello Neighbor Colección 1-3Where stories live. Discover now