Capítulo 9

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Supongo que me merecía esas palabras tan duras e hirientes que Maritza y Trinity me dedicaron en la nota, pero al día siguiente, cuando me abro paso entre la muchedumbre, arrastrando los pies y con la cabeza gacha, no me contengo y les lanzo una mirada asesina cargada de ira y de rencor.

—¿Quién en su sano juicio organiza una feria agrícola en pleno invierno? —refunfuño, y Maritza me ofrece un cuenco de material reciclado a rebosar de rodajas de plátano y con un buen chorro de chocolate fundido por encima. Es su forma de pedirme perdón.

—Mira, si a estas alturas todavía no te has dado cuenta de que Raven Brooks es un planeta de otra galaxia, entonces es que estás ciego —dice Trinity, y me pasa un tenedor.

Me como las rodajas de plátano porque, a quién pretendo engañar, están deliciosas. Poco a poco, el resentimiento va desapareciendo. Me alegra saber que, después de la tremenda discusión con Enzo, todavía me quedan dos amigas en el mundo. Necesito contarles lo que ocurrió en la fiesta del periódico de hace unas semanas, pero por lo visto Enzo ya se encargó de informarlas de nuestra acalorada y aparentemente irreconciliable controversia.

—Enzo no tardará en olvidar lo que pasó —dice Maritza. Es toda una experta en evitar tomar partido. No me lo creo, pero agradezco el comentario.

—Le regalaron el videojuego de Punch Club estas Navidades —apunta Trinity—. Como imaginaréis, soy una máquina de combate virtual y le doy unas palizas de muerte, así que está harto de jugar conmigo.

—Por cierto, ¿tuvisteis suerte con la señora Tillman? —pregunto, todavía con la boca llena.

Trinity y Maritza intercambian una mirada cómplice.

—«Suerte» no es la palabra que utilizaría, la verdad —responde Trinity entre dientes.

—No nos andemos con rodeos —intercede Maritza—. Aunque nunca le hayamos hecho nada a esa aspirante a hechicera espiritual, sabe que somos amigas del chaval que le destruyó la tienda y le provocó un colapso nervioso.

—¿Un colapso nervioso? —pregunta Trinity, y arquea una ceja.

—Es vox Trinity. La mujer pasó varias semanas en un retiro de meditación en silencio de Santa Fe para conseguir tranquilizarse —explica Maritza.

—A ver, dejemos las cosas claras. Primero, nadie la obligó a encerrarse en un convento. Prefirió pagarse unas vacaciones a comprarse un equipo de sonido nuevo. Y segundo, ¿quieres que te mandemos a un campamento de meditación? Cálmate, por favor.

Maritza pone los ojos en blanco.

—Le preguntamos a la señora Tillman sobre la misteriosa tía Lisa y, después de chillarnos y contarnos con pelos y señales todo lo que hicisteis ese día en su tienda, nos aseguró que el día del funeral solo pretendía mostrarse amable con Lisa y ofrecerle todo su apoyo y comprensión. «Quería seguir la voz de su corazón», dijo, ya sabes, palabrería barata.

—Pues ya está —digo. Se me ha quitado el hambre de sopetón y no quiero seguir comiendo plátano bañado en chocolate.

Maritza enarca una ceja pero, por lo que a mí respecta, no han hallado ninguna pista que nos ayude a seguir el rastro de la enigmática tía Lisa, o a impedir que EarthPro destruya el parque. En pocas palabras, estamos igual que hace un mes.

Salvo un pequeño detalle. Ahora Maritza parece estar un paso por delante de mí.

—Sé que piensas que estamos encallados —dice. Ojalá pudiera demostrarme lo contrario—, pero espera a escuchar la historia entera. Trinity consiguió amansar a la fiera y, tras ganársela a base de halagos, le preguntó quién más podría tener el número de la tía Lisa. La señora Tillman nos aseguró que la única persona que conocía que lo tuviera era la mismísima señora Peterson...

Trinity y Maritza se miran con complicidad y luego se inclinan para que nadie pueda escucharlas.

—¿Qué sabes sobre una agenda con tapa floreada?

Hurgo en mi memoria en busca de cualquier recuerdo que incluya un estampado de flores o una agenda.

Mi mente se detiene en la cocina de los Peterson; para ser más precisos, en la ventana donde la señora Peterson solía disfrutar de su té helado mientras tarareaba una canción triste y melancólica o avisaba a Mya de que la cena ya estaba servida. Recuerdo haberla visto en alguna ocasión frente a la ventana, hablando por teléfono, con aire desenfadado y un tono de vez alegre y dicharachero que nada tenía que ver con el tono comedido que siempre utilizaba cuando su marido estaba presente.

A veces apoyaba el teléfono en el hombro y se le derramaba el té sobre la agenda abierta que siempre guardaba junto al teléfono, una libreta con etiquetas que marcaban las letras del diccionario y que contenía todos los números de teléfono de sus contactos.

Me pongo de pie de un brinco. Casi vuelco ese cuenco desechable.

—¡Es su agenda! —grito. Después me siento, me zampo el resto de rodajas de plátano y chocolate en dos bocados y miro a Maritza y a Trinity—. Primero, dejadme deciros que sois brillantes —digo, y las dos asienten porque es una verdad como un templo—. Segundo, necesitamos encontrar la manera de colarnos en esa casa.

Las chicas intercambian otra miradita conspiradora y entonces caigo en la cuenta de algo. Durante el último mes, me he dedicado a buscar excusas para evitar la civilización y ellas... en fin, ellas han aprovechado el tiempo y han estado maquinando y tramando un plan para entrar en la casa de los Peterson. Un plan que, evidentemente, no incluye «deambular» dormido.

—Vamos a necesitar tus ganzúas, tu archivador y tu prismatiscopio —anuncia Maritza.

—Abróchate el cinturón, vaquero —añade Trinity—, porque se avecinan curvas. Va a ser un viaje bastante movidito.

Hello Neighbor Colección 1-3Where stories live. Discover now