Botín de guerra.

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Hace frío.
Es de madrugada.
La luna brilla en lo alto.
Ébano avanza lentamente. Es difícil distinguir algo en la inmensa oscuridad que nos rodea.
Estamos marchando a través del bosque.
Rumbo a la batalla. Los cascos de los caballos y el canto de las lechuzas son lo único que se oye.
El silencio es importante cuando buscas el factor sorpresa.
Gracias a los dioses el sendero está marcado. Los hombres de Tully lo han señalado con banderas rojas y azules, que a penas se ven.
Pocos soldados llevan antorchas, y solo es para que los demás los sigamos.
Estamos atravesando este inmenso bosque en plena madrugada para lograr sorprender a los Baratheon. Cómo el Rey lo sugirió.
El Rey.
Aún me duelen sus golpes. Ese hombre tiene puños de hierro.
Confío en haberle dejado buenos recuerdos también.
Nuestro duelo fue ayer por la mañana.
No lo olvidaré nunca.
Los soldados tampoco lo harán.
Sam no lo hará. No puedo evitar reírme al recordar su cara cuando supo que lo del duelo era enserio.
- ¡Debes estar jodiendo! - me perseguía por el campamento mientras yo buscaba al Rey.-
-No, hablo enserio. Y debo ganarle, o impresionarlo. Esto es muy importante.-
- Ben, por favor. Para esto, por favor. No sé qué pasó, qué dijiste o hiciste, ¡pero talvez tenga solución, una que no implique armas!.- dijo tomandome del brazo y parándose enfrente.
-Te lo explicaré después, lo prometo. Ahora debo partirle la cara al Rey. - dije mirando hacia donde se reúnen los hombres.
- ¡¿Por qué en los siete infiernos dices algo así tan tranquilo?! ¿Y porque sonríes?- Estaba pálido ahora.
- Porque estoy feliz. Demasiado feliz. - entonces altero un poco más sus nervios dándole un abrazo fuerte e incómodo por las armaduras. Es verdad. No puedo evitar sentirme así. El también me abraza, luego me suelta y me mira totalmente desconcertado. Gira hacia la multitud que se está formando alrededor de Daemon Targaryen y sus ojos vuelven a mi.
-Por favor, por los siete, Ben. No hagas que te maten. Si tienes algo planeado por más estúpido que sea dímelo ahora. Te seguiré, todos los haremos, lo sabes... ¡Pero debes decirmelo!- mi amigo es leal. Tengo suerte al tenerlo. Sé que dice la verdad. Coloco una mano en su hombro y me inclino hacia él.
- Tranquilo. Todo estará bien. No estamos en peligro. O eso creo...- iba a explicarle más pero comenzaron a oírse sus gritos.
- ¡Cuervoooo! ¿Dónde mierda estás? Maldición, ¡trae tu trasero aquí!- No iba a dejar de lado ese estúpido apodo.
Miré a mi amigo. Quisiera darle más tranquilidad, pero no hay tiempo. Le dedico una sonrisa y me alejo.
Me abro paso entre los soldados.
Al fin ha amanecido completamente.
Ingreso al circulo que se ha formado.
Daemon, nuestro Rey, me observa fijamente.
Su armadura es algo imponente.
También porto la mía, y aunque sé que es algo digno de un Lord, no es tan aparatosa como la suya. Prefiero tener más movilidad.
Los soldados arengan a los lados.
Evito mirarlos. No pienso distraerme.
Daemon, camina con una confianza férrea, sus ojos violetas fijos en su oponente. Yo.
Me paro frente a él, con una mirada igual de decidida.
Soy el Lord de la casa Blackwood, de Raventree Hall, el líder de un gran ejercito, desde los 13 años.
Soy el alfa de la Delicia del reino, el Principe Lucerys Velaryon.
Y este hombre no va a intimidarme.
Se necesita mucho más para eso.
Puede que las ganas de matarlo que tenía hace unas horas hayan desaparecido.
Pero un duelo es un duelo.
Y tengo que vencerlo. O impresionarlo.
Quiero mi recompensa.
No me he decidido por una de ellas todavía.
La capa de mi Principito, embebida en su precioso aroma.
El dibujo, donde el cachorro más bello del mundo plasmó con inocencia y dulzura nuestro vínculo.
El aroma de la capa, por embriagador que sea, con el tiempo desaparecerá.
El dibujo no lo hará. Podré observarlo durante años y seguirá igual.
Ya decidí. Bien. Increíble.
Peleare por un dibujo suyo.
Así de valioso es él para mí.
El lugar para el duelo ya estaba bordeado por soldados, todos ansiosos por ver el choque. La tensión era palpable, y cada latido del corazón resonaba como un tambor de guerra.
Daemon desenfundó a Hermana Oscura, la legendaria espada valyria, y la alzó en un saludo marcial. Yo, con mi espada forjada en el hierro del Tridente, respondí con un gesto similar. Sin más palabras, los dos nos lanzamos el uno contra el otro, nuestras espadas chocaban con una fuerza que hizo eco en todo el valle, en el borde del bosque.
El duelo fue una danza de muerte y destreza. Daemon atacaba con una ferocidad inigualable, su estilo rápido y mortal, buscando cualquier debilidad en mi defensa.
Pero mi padre no crio a un cobarde, ni tampoco a un debilucho.
Sé que soy un adversario formidable, bloqueo y contraataco con una precisión que sólo un verdadero maestro de la espada podía poseer. Los espectadores observaban, hipnotizados por el ritmo frenético y la habilidad mostrada por ambos. Puedo oir sus jadeos de sorpresa y gritos de euforia.
En un momento crítico, Daemon, el maldito Rey, logró desarmarme con un golpe astuto, pero antes de que pudiera aprovechar la ventaja, rode por el suelo y recuperé mi espada, y me levanté con una sonrisa desafiante en los labios. Esto era increíblemente divertido. Nuestro Rey era bueno. El mejor con el que he peleado. Ambos, respirando con dificultad, compartimos una mirada, hay algo allí, algo que yo interpreto se parece mucho al respeto, antes de continuar nuestro feroz combate.
La lucha se prolongó por más tiempo, estábamos empujando nuestros límites. Las espadas brillaban bajo el sol, y las chispas volaban con cada choque metálico.
Finalmente yo tropecé, y con un esfuerzo supremo, Daemon lo aprovecho y logró derribarme, su espada descansando peligrosamente cerca de mi cuello, de nuevo. Sus ojos ardían con un fuego intenso, pero noté que la mano que sostenía la espada temblaba ligeramente.
Estaba agotado, si no hubiera tropezado, pude haber ganado. Maldición.
-Ríndete Cuervo...- ordenó Daemon, su voz ronca por el esfuerzo.
Jadeando, lo miré fijamente antes de soltar mi espada. Eso fue malditamente genial. No me arrepiento de nada. Ganó aprovechando un error mio. Astuto. El ha sido mejor. Por ahora lo es.
- Me rindo.- dije. Los gritos y aplausos aumentan. Él sonríe, retira su espada y extiende una mano para ayudarme a levantarme. Al pararme, sorpresivamente me jala en un incómodo abrazo.
-Así defenderas a mi hijo, Cuervo. Más te vale. - susurra en mi oido, luego se aleja. - Y bien, ¿Ya elegiste?- lo logré. No gané, pero logré impresionarlo. Eso es algo. Aún sin aliento, respondo.
-El dibujo. Quiero su dibujo.- le susurro, él sonríe e inclina su cabeza hacia la derecha.
-Respuesta correcta. - dice lentamente. Lo veo meter la mano en su armadura. Saca el pequeño papel, lo abre y observa una última vez. Finalmente asiente, lo enrolla de nuevo y me lo entrega.
Alrededor nuestro los hombres siguen haciendo ruido. Algunos se han acercado para felicitarnos.
Todos dicen que fue un combate increíble. Él se aleja, levanta los brazos y se pierde entre la multitud recibiendo su clamor.
Y yo me quedo aquí, aún en el centro de la arena. Observando el pequeño papel en mis manos.
Es mi nuevo tesoro. El objeto material más valioso que tengo.
Alguien me rodea los hombros, ya se estaba tardando.
-¡Estás totalmente loco! ¿Lo sabías? ¡Eso fue increíble Ben! ¡Nunca había visto un combate así! ¡Aún si no ganaste, estamos orgullosos de ti!- Sam está eufórico como el resto. Yo estoy inmensamente feliz.- ¿Qué es eso que tienes ahí? Ví que el Rey te lo dió.- señala el papel en mis manos.
- Algo invaluable, secreto y muy muy personal.- comenzamos a caminar hacia mi tienda.
- ¿Puedo ver?- pregunta él.
-No.- le frunzo el ceño.
-¿Por qué?- dice haciendo lo mismo.
-¿Qué parte de secreto y personal no entiendes?- metiche.
- ¿Pero qué clase de amigos eres tú? Vamos dejame ver...- no, de ninguna manera.
- Claro que no.- me niego.
-Pero me dirás todo lo que hablaron. ¿Verdad?.- dice.
-Lo haré. Te lo prometí.- digo más tranquilo.
Al volver a mi tienda le cuento todo lo que hablamos con el Rey Consorte. No sé quién de los dos esté más sorprendido por los hechos, odia más a Thanya o está más feliz por la oportunidad otorgada. Manda unos cuantos hombres a conseguir los malditos duraznos. Supongo que son los favoritos del Rey. Es un capricho. Pero una orden debe cumplirse. Pensé lograr desviar su atención, pero no, él sigue molestando. Quiere ver el dibujo. Es irritante y desesperante cuando quiere algo. Y estando tan cansado y molesto por los golpes recibidos no lo soporto. Termine corriendolo. También lo mandé a buscar duraznos. Se fue muy ofendido y murmurando maldiciones.
Necesito descansar antes de comenzar a marchar por el bosque. Nuestros soldados ya están levantando el campamento, y alistando sus armas.
En unas horas saldré a organizarlos. Y a ultimar detalles.
Me siento en la cama, ya sin mi armadura. Tomo su dibujo y lo abro.
Es simplemente precioso. Ese duelo de casi una hora, donde su padre y yo nos molimos a golpes valió la pena.
Tengo una pequeña parte de él.
Varias horas después de eso, golpeo mi pechera suavemente. De nuevo estoy enfundado en la armadura. El dibujo está oculto entre mis ropas. Junto a mi corazón.
Dónde él pertenece.
El Rey abandonó el campamento pocas horas luego del duelo. No dijo una sola palabra, solo montó su enorme bestia y se fué.
Al pasar junto a mí me lanzó una mirada significativa. Recordé sus órdenes.
Vencer a los Baratheon.
Cortar la cabeza de Borros y llevarla conmigo.
Conseguir duraznos.
Marchar a Harrenhal.
Las cumpliré todas. Si eso me acerca a él.
Mis hombres tuvieron suerte y encontraron, luego de buscar por casi 5 horas bajo el imperante sol del medio dia, algunos árboles con duraznos. Repletos de fruta. Hemos conseguido bastantes. Están guardados en varios bolsos. Gracias a los dioses que los encontraron.
Seguimos marchando en la oscuridad. Tratamos de hacer el menor ruido posible.
- Creo que estamos llegando al punto señalado.- dice Kermit. Se refiere al límite que indica el lugar donde debemos separarnos y tomar posiciones. Como los demás grupos han hecho. Yo miro el cielo inmediatamente.
- Está muy oscuro, así que faltan pocas horas para el amanecer. Si, ya es momento de tomar nuestras posiciones.- le digo. El esta montando a mi lado. Sam y Oscar detrás de nosotros. Al frente, el soldado con la antorcha se detiene y señala algo. Es una bandera azul, clavada en un árbol en medio de la bifurcación del sendero. Llegó la hora.
- Bien amigo, aquí nos separamos. Te veré del otro lado. Si los dioses son buenos, acabaremos con ellos. - dice él.
- Así será. Nos vemos en la batalla.- El asiente con la cabeza, se voltea y hace señas al grupo de hombres que estan con él para que lo sigan.
Para cubrir más terreno hemos dividido a los soldados en varios grupos, y así podér encerrar al enemigo.
Los veo partir. Espero que todo salga bien.
Sam se coloca a mi lado al encarar el nuevo sendero.
- Sabes que pesará en tu conciencia ¿no?- dice.
- ¿De qué hablas?- digo.
- Si muero en unas horas...- yo suspiro.
-No te obligué a venir.- le recuerdo.
- sin ver ese papel.- termina.
- Siete infiernos Sam. Eres todo un chismoso. No dejas de sorprenderme.- digo.
- ¡Solo quiero saber! No quiero morir sin verlo.- pido paciencia a los siete.
- Tu no vas a morir. Ni el extraño te quiere.-
- Vamos a una batalla, bruto. Es una posibilidad. Y sí te pesará. Adem- él siempre me gana por cansancio.
- Maldición- lo tomo de su armadura y lo acerco a mí.- Es un dibujo de mi pareja, que hizo siendo un pequeño cachorro. Su padre me hizo ganarmelo, eso es todo.- quizá así comprenda lo personal que es.
- ¿De verdad? ¡Entonces ya muestramelo! quiero verlo, vamos...- insiste.
- Creí que entenderías que es algo personal.- hace un sonido gracioso con su boca.
-Pero por favor. Nos bañabamos desnudos en el río hasta hace unos años, te conozco mucho más allá de lo personal, la vergüenza quedó atrás hace mucho Ben.- cierro los ojos por lo humillado que me siento. Aunque tiene razon. Es un descarado. Ruego que los hombres que marchan detrás no lo hayan oído.
- No tienes vergüenza alguna... - suspiro con resignación.- Bien, te lo mostraré. Pero ¿Juras que no te burlaras? ¿Qué no le dirás a nadie? Hablo enserio, o tendré que golpearte.-
- La pregunta ofende, mi Lord.- dice él. Lentamente saco mi pequeño tesoro y se lo entrego. No lo miro. No quiero ver si reacción.
Luego de unos momentos me lo devuelve en silencio. Tarda en volver a abrir su gran boca.
-Es muy bonito. Parece que tú Principito es una dulzura. Y tú, mi amigo, eres un maldito afortunado.- solo asiento a sus palabras. Ya se ha calmado, obtuvo lo que quería. Así que al fin volvemos a marchar en silencio.
Hasta que llegamos al punto clave. Los bordes del bosque. Aquí toda la caballería desmonta y amarran los caballos.
Nosotros igual. Uno de los soldados con antorcha se acerca, mi rostro se ilumina.
No puedo gritar ordenes. Pero basta con unas señas para que los hombres que marchan conmigo entiendan.
Es hora de replegarse, de adoptar posiciones y esperar la señal.
Volteo y observo a Sam. Su cabello rubio brilla más por la luz de la antorcha.
El me sonríe y asiente.
Luego la antorcha es apagada.
Ya no veo a Sam.
No veía a nadie.
Solo el leve sonido de sus pasos me daba la seguridad de que me seguían.
Avanzamos en silencio por un cuarto de hora.
Cuando llegamos a las afueras del bosques, bajo la luz de la luna, al fin tuvimos algo de claridad. En el terreno que nos toco cubrir, la hierba es bastante alta. Cómo Kermit dijo.
Así que lentamente nos metimos en ella.
Su campamento estaba frente a nosotros.
Eran demasiadas tiendas. Miles de hombres. Durmiendo. Varios soldados estaban tumbados al aire libre alrededor de las fogatas.
El fuego nos dejaba ver ciertas cosas. Algunos de ellos montaban a caballo rodeando el perímetro, otros caminando entre las tiendas.
Son  guardias.
Nosotros los veíamos a ellos, pero ellos no nos veían. Estábamos a una hora del amanecer, eso calculo.
Era el momento perfecto.
Me prepare para lo que vendría. Ya tenía mi espada en la mano.
Todos avanzamos despacio por la hierba, agachados, camuflados por ella.
Al estar a unos metros emití un sonido corto y tranquilo. Podría confundirse con el de los animales nocturnos.
Era la señal para mis arqueros. Debía confiar en su buena visión.
Y así también les advertía a todos que estábamos en posición.
A lo lejos se oyó un sonido similar. Kermit. Estábamos listos. El ataque es ahora.
Lo siguiente que se escuchó fue el sonido característico de los arcos al lanzar flechas.
Los guardias Baratheon  cayeron.
Sus caballos comenzaron a relinchar.
Teníamos poco tiempo.
Entonces emití un silbido más largo y prolongado.
Era la señal para atacar. Todos comenzamos a replegarnos, a rodearlos, y a avanzar hacia el campamento.
Sin gritos.
Un maldito soldado asomo sus narices al escuchar el ruido de los caballos, luego comenzaron los gritos.
Nos lanzamos sobre ellos.
No recuerdo bien cuántos he matado. Pero ya estoy a mitad de su campamento.
Oigo gritos, maldiciones, espadas.
Oohh reconozco el sonido del metal al traspasar un cuerpo. El gorjeo que se emite al ahogarse con la sangre. Es de mis favoritos.
Las espadas chocan. La sangre baña el suelo. Hay bajas de un bando y del otro.
La mayoría de los que estaban en las inmediaciones del bosque, la zona que yo estoy cubriendo, ya han muerto.
Kermit debe estar atacando al frente. Aún estamos muy lejos el uno del otro. Pero avanzaremos. Así lo planeamos.
Debo reconocer que los Baratheon son rápidos. Algunos ya están peleando vestidos y con armaduras.
Termino el estúpido duelo con ese pecoso soldado atravesandole el cuello. Inútil. Su bloqueo era un asco.
Me volteo y sujeto a otro que está de espaldas a mí, rodeo su cuello con mi brazo izquierdo y hundo mi espada en su espalda baja. La saco rápidamente y arrojo el cuerpo a un lado.
Estoy bañado de sangre.
Observo alrededor, debo encontrar a Borros. Necesito su cabeza. Urgentemente. Solo su cabeza, el resto no me sirve.
Todo es un caos. Vuelan flechas por todos lados, así que tomo un escudo tirado junto a un soldado caído y me cubro.
Aprovecho para avanzar.
Ya está amaneciendo.
Se ve todo mucho mejor. Al frente, a casi doscientos metros de mí, un pequeño incendio se ha desatado.
Ellos son muchos, igual que nosotros.
Su campamento ahora es el campo de batalla.
Aprovecho el escudo para partirselo en la cabeza aún hombre realmente alto. Él parece aturdido. Es todo lo que necesito.
Le doy una patada en la entrepierna. Solo para hacer que caiga de rodillas y rebanarle el cuello como se debe.
Estoy disfrutando esto. Mucho de hecho.
Hasta que de repente algo en el ambiente cambia de golpe. El aire se agita. Se oyen rugidos fuertes. Maldita sea ...
Ésto no estaba en nuestros planes.
Maldición. Maldición. Maldición.
- ¡¡¡¡¡Draaaaaaaggggooooooonnnn!!!!! - grita un hombre. Y todos nos paralizamos.
En el cielo aparecen dos dragones. Ambos son enormes, pero no más que el del Rey.
Por un momento llegué a pensar que eran los verdes respaldando a sus aliados.
Pero ellos no bajan hacia nosotros.
Se están rodeando en el cielo.
Danzan alrededor del otro.
Mierda, ese es un duelo, una danza de dragones. Uno de ellos es un enemigo, el otro un aliado. Pero no sabemos cuál es cuál.
-¡¡¡Beeeeennn!!!- me volteo justo para ver a Sam correr hacia mi. Hasta su cabello está manchado de sangre. Mis hombres han acabado con casi todos los Baratheon en nuestro sector. Tenemos las espaldas cubiertas.
Solo faltan los del frente.
Pero ahora nadie puede moverse. Todos los ojos miran al cielo.
- ¿Qué mierda es esto? ¿El Rey te dijo algo de eso? - señala hacia arriba.
- No. Esto no estaba en los planes.- también estoy sorprendido.
-¿Crees que sean más aliados?- pregunta muy alterado. Se oyen rugidos ensordecedores.
- Creo que solo uno lo es. Los dioses sabrán cuál de ellos está con nosotros- digo.
Los observamos bien. Son casi del mismo tamaño.
Uno de ellos es de un azúl intenso, el otro es de un color crema, similar al de una perla. Las escamas de ambos brillan bajo los rayos del sol. Sus jinetes son pequeños puntos  sobre ellos. A penas podemos distinguirlos.
Ambos se han alejado, giran y se enfrentan uno frente al otro. Avanzan.
- Siete infiernos...- murmuró.
- Que los dioses nos protejan. La danza de dragones ha empezado.- dice él. Nos miramos un breve momento, entre sorprendidos y asustados.
Esto es lo más increíble que hemos visto. O veremos.
La lucha en el campo de batalla ha cesado, todos miramos la danza. No es algo que se vea todos los días.
Ambos dragones se lanzan uno contra el otro, en movimientos ágiles, y demasiado veloces.
Pero en el último instante, el dragón perlado gira hacia abajo en una maniobra arriesgada, y se sujeta con sus enormes patas a las del otro dragón, y entonces todo es fuego.
Giran en el cielo mientras caen. Envueltos en llamas. Es totalmente increíble.
- Fuego y sangre ...- recuerdo el lema de los Targaryen. Sí que tiene sentido.
La danza de dragones es algo magnífico.
Es terriblemente peligrosa, pero muy hermosa.
Entonces miro la zona en donde han de caer. De verdad que la estupidez no tiene límites.
-¡Todos! ¡Quitense de allí! ¡Maldición!- les grito a los estúpidos que se han quedado parados exactamente en el lugar hacia donde están cayendo. Mis hombres retroceden hacia nosotros. Los de Kermit aun están lejos. Las tropas Baratheon están en el centro, corren hacia donde pueden.
Los dragones giran y giran. El fuego nunca cesa. Creo que miden sus fuerzas para ver quién empujara a quién hacia el suelo.
No tengo idea de quienes son.
Pero deben ser muy valientes para hacer algo así.
Para pelear en el cielo así.
Es el dragón perlado quien empuja al azul hacia el suelo. Este cae de forma aparatosa e intenta levantarse de nuevo. Comienza a rugir de forma diferente, le cuesta mucho volver a erguirse, creo ver que una de sus patas está rota. Se oyen los gritos de su jinete, guiandola. Parece que le cuesta controlarla. Su bestia está lastimada. Aún así logra calmarla, lo suficiente  para que luego de un momento comience a mover sus alas y despega de nuevo.
El jinete está enfocado en el dragón blanco.
Comienzan a perseguirse de nuevo.
En esa zona todo es un caos. Ha aplastado a cientos de hombres.
Aliados y enemigos. Hago un gesto de asco al verlos. Parecen cucarachas aplastadas. Qué horrible manera de morir.
A lo lejos veo más hombres enemigos llegar. Esto les ha dado tiempo a los Baratheon de rearmarse. Nos hemos distraído.
Perdimos la sorpresa.
Así que tras un fuerte grito, volvemos al combate. Mientras los dragones rugen sobre nosotros, reanudamos la batalla.
Nuestra guerra es en el suelo.
La suya en el cielo.
Kermit tenía razón. Los Baratheon son muchos. Aprovecharon la sorpresa que causaron los dragones, ahora estamos cayendo.
Veo hombres con el emblema de los Brackens también. Ratas miserables...
Tardo un poco en sacar mi espada del ojo de un soldado. Pobre desgraciado.
Al hacerlo, distingo a lo lejos unos cuantos hombres huyendo a caballo. No todos parecen soldados.
Los soldados no tienen esa barriga.
Borros.
Debe ser él.
Al fin.
Está rodeado de soldados.
Comienzo a correr hacia él.
Mis hombres me siguen, pero yo llevo prisa. Necesito esa fea cabeza. Corriendo me escabullo entre los enemigos. Ellos no reaccionan.
Los escucho pelear con mis soldados detras de mí.
Tengo una misión que cumplir.
Al llegar a ellos, no hay palabras de por medio. Sus guardias son atravesados por la lluvia de flechas. Mis arqueros, siempre cuidando de mi espalda.
Solo uno de ellos queda vivo junto a Borros.
Aún está sobre el caballo, así que me inclino y tomo una lanza que estaba en la mano de un cadáver, me impulso y se la lanzo. Le atraviesa el pecho. Se inclina hacia atrás, pero no cae. Aun muerto sigue montando su caballo. Que linda imagen.
Borros está solo. Tiene una flecha en el hombro.
Los dragones rugen de nuevo, y tiene tan mala suerte que su caballo se asusta y lo tira al suelo.
Justo frente a mi.
Pero que regalo de los dioses...
El trata de levantarse, pero vé mis botas y mira hacia arriba. Nuestros ojos se encuentran y le sonrió ampliamente.
De verdad quisiera tomarme todo el tiempo del mundo para matarlo, pero no lo tengo. Mi espada atraviesa su pecho en un instante. Debió estar dormido. No llevaba armadura, y huele a vino. Qué patético.
La saco rápidamente y lo pateó. Su gordo cuerpo se extiende en el piso.
Hay sangre en su boca, escucho su gorjeo, que bello sonido, se ahoga en ella. Sus ojos están muy abiertos.
Creo que aun está vivo cuando corto su cabeza.
La sangre salpica, y me baña aún más.
Tomo mi premio, mi botín de guerra, lo sostengo de sus mugrosos cabellos.
Los rugidos siguen.
Cuando me doy vuelta, noto que he quedado lejos de mis hombres. Maldición. Los soldados de Borros me rodean, me miran totalmente atónitos.
Sus ojos puestos en la cabeza de su señor, la que sostengo en mi mano izquierda.
Se acercan lentamente. Están furiosos. Sujeto mi espada con fuerza. Si muero será peleando. Al menos tengo su dibujo conmigo.
Pero entonces hay un fuerte rugido, demasiado cerca. Miro hacia arriba y veo una enorme bestia acercarse.
Al grito del jinete el fuego envuelve a los soldados frente a mi.
A penas puedo tirarme al piso y cubrirme la cabeza  con los brazos. Aún sosteniendo mi botín. No pienso soltarlo.
Luego de un momento, respiro y me incorporo lentamente. Los hombres a mi alrededor, los que me rodearon, los que iban a matarme, ahora son cenizas.
Cenizas. Hay varios incendios.
Aún tengo la cabeza de Borros.
Es lo único que queda de él.
No puedo creer mi suerte.
El dragón perlado.
El dragón perlado y su jinete me han salvado la vida.
Lo observo volver al cielo y enfrentar de nuevo al dragón azul.
A lo lejos veo a mis hombres abriendose paso.
Sam está entre ellos.
Miro el cielo. La danza sigue. Los dragones lanzan fuego el uno al otro, y atraviesan las llamas como si nada.
Vuelven a enfrascarse en una lucha sangrienta y mortal. Es imnotica.
Hasta que en un momento dado, cuando han vuelto a unir sus patas y a girar  envueltos en llamas, uno de los jinetes, en una gran maniobra saca un arco y una flecha de su espalda. Apunta y dispara, demasiado rápido.
Mis ojos están muy abiertos.
Eso fue algo demasiado increíble.
¡No puedo creer lo que he visto! ¡Tener ese nivel de temple para apuntar, precisión para acertar, y el valor que se requiere para soltar su agarre montando un dragón a miles de metros del cielo, es algo increíble!
Él, sea quien sea, es malditamente genial. E inteligente, no apuntó al otro dragón.
Apuntó a su  jinete.
La flecha impacta directamente. Oigo gritos de admiración de mis hombres.
No se llega a ver en qué parte de su cuerpo, pero la flecha dió en el blanco.
Los dragones se separan.
El jinete del dragón azul está encorvado ahora, se lleva una de las manos al abdomen.
El vuelo de su dragón ahora es bastante inestable. Ya no emite rugidos. Sino chillidos. El jinete está herido, el dragón parece haberlo, y sentirlo. De alguna manera. Debe ser por la supuesta conexión que comparten.
Entonces, el jinete herido le hace una seña al otro, y su dragón comienza a alejarse.
Por un momento espero que el jinete del dragón perlado aproveche la oportunidad y acabe con él. Yo lo haría. Aprovechar las debilidades, como el Rey hizo conmigo.
Pero no lo hace. Y entonces recuerdo que no sé quién es nuestro aliado.
Pero el dragón blanco fue quien me salvó.
Debe ser nuestro aliado. Eso espero.
Si no es así, estamos jodidos.
La danza en el cielo ha terminado.
Hay un ganador y un perdedor.
El dragón blanco sigue dando vueltas en el cielo por bastante tiempo. Creo que controla que el otro dragón no vuelva. Hasta que comienza a descender.
Lanzando llamas a las tropas Baratheon que están en el centro del campamento.
El fuego de dragón es muy intenso.
Todo se consume en segundos.
Luego de quemar miles de hombres, vuelve al cielo.
Ya casi no quedan soldados. Nuestros hombres se encargan rápidamente de los que aún viven.
Oigo el grito de alegría de Kermit aún desde el otro lado del campo de batalla.
Hemos ganado. Los hombres comienzan a levantar sus espadas al cielo. Hay gritos de alegría. Los vencimos. Mis hombres se acercan, pasando entre las cenizas.
Pero mis ojos siguen observando a esa bestia. Le debemos mucho.
- ¡Mi Lord!! ¡¡Ganamos!! La victoria está asegurada. Ya matamos hasta el último traidor. - me informa un subordinado.
- Aún así revisen a todos los muertos, asegúrese de que lo estén.- el asiente y se aleja.
- Al fin acabó, ¡nos llevó casi dos horas!- Sam está junto a mi. - ¿Qué tienes ahí? - pregunta. No importa el momento o la situación, es un maldito metiche. Así que le enseño mi pequeño botín.
- ¡¡Mierdaaaa!!. ¡Alejala de mi! maldición. - no puedo evitar reír. Sam no tiene problemas en pelear, en matar. Pero no lo disfruta tanto como yo.
- Él me salvó.- le digo, señalando al cielo. El dragón perlado sigue ahí, dando vueltas.
-Lo sé, lo vimos. ¿En qué diablos estabas pensando al alejarte así? ¡Pudiste morir Ben! Tienes suerte de que los arqueros ya saben las estupideces que haces. Y que ese dragón sea nuestro aliado.- el dice.
- Tenia órdenes que cumplir. Si no lo hacía, se hubiera escapado. - sabe que es verdad.
Lo oigo suspirar con cansancio.
- Claramente es de los nuestros. ¿Quién piensas que sea? - ahora ese hermoso dragón está descendiendo.
En alguna zona despejada del bosque. Aún desde lejos se lo oye rugir.
- No lo sé. Pero voy a averiguarlo. Cuídame esto.- le ordeno, y pongo la cabeza en sus manos. Él grita como una niña, pero no la suelta.
Yo me alejo riendo.
De camino hacia el bosque, me topo con un caballo. Parece que pertenecía al enemigo.
Me cuesta un poco calmarlo, pero luego lo monto y cabalgó hacia donde está la bestia.
Creo que soy el único que desea dar las gracias, porque nadie más me sigue. Pero apuesto lo que sea a que Sam lo hará en unos momentos.
Mi pecho se vuelve pesado de repente.
Tengo que encontrarlo.
El jinete de ese dragón.
Me salvó.
Y ayudó a ganar la batalla mientras él también tenía la suya.
Fue algo muy noble, estúpido y arriesgado.
Quisiera saber quién es. Nosotros no sabemos mucho de dragones. Solo conocemos algunos nombres. Y leyendas. Nada más.
Luego de unos minutos cabalgando dentro de este maldito bosque, llego a un claro. Hay una gran colina. Llena de flores silvestres. Mis hombres y yo no pasamos por aquí. Debió estar en la ruta de Kermit.
El dragón está allí. Se nota que ha derribado algunos árboles al aterrizar.
Es muy... Hermoso. Sus escamas brillan mucho más de cerca. El calor y el olor a fuego que emite inunda el bosque.
Tiene algunos cortes en las patas y en el vientre, pero no parecen tan graves.
No veo quemaduras graves. ¿Qué diablos tienen los Targaryen y sus dragones en la sangre?
La bestia está mirándome fijamente, en guardia. A pesar de sus heridas, está lista para proteger a su jinete. Quién aún está montado sobre ella.
No parece llevar una armadura pesada como la del Rey, sino una mucho mas ligera, negra, con ribetes plateados, y tiene partes de cuero. Desde lejos puedo decir que su diseño es algo elaborado, se ve muy pero muy costosa. Hay un emblema plateado en su pechera que no llego a distinguir bien.
Su casco me impide ver su rostro.
Le ordena algo a la bestia, y ella parece relajarse un poco, pero aún permanece  en posición de ataque. Es claro que está agotada. Pero no baja la guardia.
El jinete me observa desde arriba, por mucho tiempo. Mientras se inclina y acaricia al dragón. Parece susurrarle algo. ¿Qué le estará diciendo?
Luego comienza a moverse en su lugar. Quita las cadenas y cintas de cuero que lo atan a la silla. También deja allí su arco y caraj con flechas.
Oigo el galope de un caballo acercarse detrás de mí. Sabía que me seguiría. Solo espero haya dejado la cabeza de Borros en un lugar seguro.
Me volteo y veo a Sam cabalgar lentamente. Sin quitar los ojos de la gran bestia. El dragón ruge de nuevo, y su jinete nos mira y vuelve a acariciarlo.
- Ben...- yo solo le hago señas para que guarde silencio. Él no está seguro de que estemos a salvo. Pero nos ha ayudado. Me ha salvado. Debe ser un aliado. ¿No?
Decido que es un momento perfecto para hablar.
- Soy Lord Blackwood, de Raventree Hall.
Sirvo a la reina Rhaenyra Targaryen.
¿Quién eres tú?- lo digo fuerte y claro.
Él no responde, solo se queda muy quieto, mirándome fijamente.
Esto me recuerda a mi encuentro con el Rey .
Espero que no termine igual.
Finalmente comienza a bajar.
Al hacerlo, se voltea y puedo ver una capa azúl. Muy similar a la que él Rey me mostró. Mierda...
Un Caballito de mar...
Me paralizo. No puede ser.
Mis ojos se abren ampliamente.
Mi pecho se oprime.
Inhalo rápidamente.
No puede ser él.
No debería estar aquí.
Debería estar seguro en Dragonstone.
No. Simplemente no puede ser él.
Como puedo desmontó del caballo. Mi amigo también. Estamos lado a lado. A menos de 10 metros de él y la bestia.
Ha tocado al suelo.
Lo veo quitarse el casco, aún dándonos las espaldas. No hay cabello plateado, sino castaño.
Gira, y levanta su rostro muy lentamente... Y mi corazón se sale de control.
El dragón aletea. Y el viento que genera hace que su aroma llega a mi. Me envuelve, estremece y desarma por completo.
Sam jadea a mi lado. También descubrió quien es el jinete de dragón que nos ayudó en la batalla, el que me salvó. Creo que mi relación delató su identidad.
Los rayos del sol lo iluminan, haciéndolo parecer más majestuoso, perfecto y precioso de lo que ya es.
Es él.
Mi Principito.
Mi pareja.
Mi omega.
Lo veo caminar lentamente hacia nosotros.
Él avanza, pasos firmes, decididos y yo estoy temblando.
La capa azúl se mueve a su alrededor.
Su casco está bajo su brazo izquierdo.
Sus rizos brillan y rebotan con sus pasos.
Su aroma... Es un deleite. Aún estando mezclado con el del fuego de dragón, aún así es un deleite.
Todo él lo es.
No puedo dejar de mirarlo.
Sam y yo no nos movemos.
Veo que su mirada, esa preciosa mirada verde enfocada en mí, se desvía un momento a algo detrás de nosotros, pero no puedo reaccionar.
No quiero desviar mis ojos de él.
He esperado más de 10 años para volver a verlo.
Sus pasos no se detienen, pero sus ojos bajan, y su mano derecha saca algo de su antebrazo izquierdo.
Algo que brilla mucho, reflejando la luz del sol.
Luego se frena de golpe, a pocos pasos de distancia.
Su postura relajada cambia en un segundo.
Se coloca de perfil y lanza algo.
Algo que pasa a centímetros entre nuestras cabezas. Sam y yo nos congelamos.
Eso fue demasiado rápido.
Demasiado.
Hay un sonido que conozco muy  bien detrás nuestro.
Es suficiente para sacarnos del estupor.
Miramos hacia atrás, y vemos desplomarse a un soldado Bracken portando una espada, a tres metros de nosotros. Con una daga incrustada en la frente. Debió estar escondido. Cobarde.
Nos siguió hasta aqui, esperando una oportunidad. Y casi la tiene.
No podemos creerlo. Puedo escuchar los pensamientos de mi amigo.
Su sorpresa es la mía.
Pudo habernos matado.
Aún estamos mirando al cobarde cuando el Principito pasa entre nosotros.
Todo mi ser tiembla al sentirlo a menos de un metro de distancia.
Se acerca al cuerpo inerte, coloca un pie sobre la cabeza del hombre, mientras se inclina y con la mano derecha jala su daga. Siete infiernos... Qué imagen tan... Caliente.
Mi boca está abierta, y hago un esfuerzo por cerrarla.
Cuando obtiene la daga, la pasa varias veces por la misma ropa del soldado hasta que le quita la sangre.
Ha estado dándonos las espalda.
Ya no lo soporto.
Antes de que yo mismo me coloque frente a él solo para volver a ver su preciosa carita, él mismo comienza a girarse.
Vemos que vuelve a guardar la daga en su antebrazo con cuidado. Su costosa armadura parece estar adaptada para eso.
Me mira directamente.
Sé lo que va a decir aún antes de que él lo haga.
- Yo, Lord Blackwood. Soy el Principe Lucerys Velaryon, segundo hijo de la reina Rhaenyra Targaryen, y heredero al trono de Driftmark.- su voz es suave y tranquila al hablar. Combinan de forma armoniosa con su imagen. Una mezcla perfecta.
El parece tan etéreo...
¿Cómo puede alguien verse así luego de una batalla tan sangrienta entre dragones?
¡Cómo si no acabara de matar a un hombre en un despliegue increíble de habilidad y precisión!.
Yo mismo debo lucir peor que un mendigo.
Hay una energía vibrante rodeándolo.
No puedo dejar de mirarlo.
Temo que sea una vision.
Pero luego recuerdo que Sam está a mi lado, viéndolo también.
Es real.
Es él.
Y es algo demasiado precioso y valioso.
El cachorro más bello del mundo se ha convertido en el joven más bello del mundo.
La delicia del reino.
Ahora entiendo lo dicho por Oscar.
No puedo responder. Estoy paralizado.
Siento mi boca salibar.
Es solo una cabeza más bajo que yo.
Su figura claramente es esbelta, aunque la capa cubre mucho la vista. El emblema de los Velaryon es lo que veía en su pechera.
Es de color plateado, resaltando en lo negra de su armadura.
Su mano están enfundadas en guantes de cuero.
Su cabello le llega a los hombros, es rizado y de un castaño claro. Del tipo que se vuelve rubio bajo el sol. Cómo ahora.
Su rostro, siete jodidos infiernos. No he visto algo más sublime. Sus ojos son más hermosos aún de lo que yo recordaba. Más de lo que pude haber imaginado en mis más locas fantasías.
Su nariz es preciosa, sus labios son gorditos, rojos, y muy... Besables.
No podría ser más bello.
Todo en él lo es. Esa es la palabra. Es la cúspide de la belleza mortal. Los dioses han reunido los rasgos más bellos del mundo para crearlo a él. Estoy seguro de eso.
- ¿Pero eso ya lo sabe? ¿No?- agrega.
Sus ojos hacen un movimiento extraño, se entrecierran lentamente pero no llegan a parpadear antes de volver a abrirse. Parecen acariciar con la mirada. ¿Ésta creatura me esta embrujando? Como si le hiciera falta.
Ladea el rostro y sonríe.
Me equivoqué.
Si puede ser más bello.
Él será mi perdición.
Sus oyuelos...  Cuánto he soñado con ellos.
Iluminan aún más su hermoso rostro.
Nos muestra una sonrisa preciosa.
Esperé casi una década para volver a verla. ¿Cómo pude buscarlo a él en simples prostitutas? Hay una diferencia inmensa.
Con mi amigo solíamos clasificar a los omegas en categorías, según su atractivo.
Creo que el Principito tiene su propia categoría.
Su aroma comienza a marearme.
La armadura pesa.
Mis ojos pesan.
Mi pecho pesa.
Todo es demasiado.
Creo que estoy exhausto, sorprendido y abrumado.
El da un paso hacia mí, al mismo tiempo que yo trato de hacerlo.
Me siento caer, lo siento atraparme.
Genial, casi media vida esperando volver a verlo, solo para derrumbarme frente a él.
Pero no puedo evitarlo.
Lo único que mi mente procesa es que estoy en sus brazos. Nada más importa. Ni siquiera que todo a mí alrededor se vuelve negro.
Solo sé que él esta aquí. Que sus brazos me rodean.
Al fin ...
Al fin estoy donde pertenezco.
La cabeza de Borros pierde importancia.
Haberlo visto a él, ese es mi verdadero botín de guerra.

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