Verdes... y amenazas.

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La ciudad de King's Landing parecía respirar a través de la quietud de la noche. Desde la ventana de mi habitación en el Red Keep, podía ver cómo las sombras de la luna caían sobre las torres y tejados, como un manto de oscuridad que no lograba ocultar el latido vibrante de la ciudad. Sin embargo, mi mirada estaba fija en el horizonte, y mi mente, como siempre, giraba en torno a un único pensamiento: control.

-"Rhaenyra ha rechazado tu intento de negociación."

La voz de mi madre aún resonaba en mis oídos, pero no era la noticia lo que me inquietaba. Era la descarada arrogancia de mi media hermana, su rechazo deliberado, una vez más, lo que me consumía. Había planteado mis términos con precisión, casi como si le estuviera ofreciendo una rendición disfrazada de clemencia.

Dos cosas, solo dos cosas a cambio de devolverle su amado trono:
Garantizar la seguridad de mi familia.
Y la mano de su hijo.

Un intercambio razonable para terminar con el caos.
Pero no.
Rhaenyra había decidido jugar con fuego, subestimando lo que yo era capaz de hacer para conseguir lo que quería.

Mis pasos resonaron en el mármol mientras me alejaba de la ventana. El frío de la piedra bajo mis pies parecía subir por mi cuerpo, alimentando mi resolución. Mi madre estaba ahí, sentada junto a la mesa, con la misma expresión que siempre adoptaba cuando creía que podía controlarme: serena, casi resignada.

-¿Por qué? -pregunté con voz baja pero cargada de peligro. No era una verdadera pregunta, sino un desafío.

-Jamas aceptará esa condicion, Aemond. Lo sabías desde el principio. -Ella cruzó las manos en su regazo, su mirada evaluándome como si intentara descifrar qué parte de mí aún podía manipular.

Las comisuras de su boca se torcieron.
Sí. Lo sé. Tampoco está feliz con mis condiciones.
Pero el descontento de mi madre ya no me preocupa. Ya no soy el chiquillo ingenuo que manipula a su antojo.
Además, hace años, sino hubiera sido por ella quizá ya tendría lo que tanto quiero.
Una parte de mi, quizá la única que puede ser considerada inocente, siempre se pregunta qué hubiera pasado de ser las cosas diferentes.
Pero lo hecho hecho está.
No podemos cambiar el pasado, Pero si el futuro.

Y aquí y ahora la rabia que sentía no era una furia explosiva. Era algo más profundo, más letal. Un odio frío que alimentaba mi pensamiento calculador, una emoción que siempre había considerado un arma, nunca un obstáculo.

-Rahenyra no entiende la magnitud de lo que he ofrecido.-respondí, acercándome lentamente a la mesa y apoyando las manos sobre ella. Mis dedos trazaron un camino invisible sobre el mapa desplegado, como si ya estuviera moviendo las piezas en un tablero de ajedrez.

-Lo entiende perfectamente.-replicó mi madre con una calma que rozaba la condescendencia. -Es por eso que se niega. No quiere que tomes a Lucerys.

La mención de su nombre fue como un golpe sutil pero certero.

Lucerys Velaryon.

El pequeño bastardo que se había convertido en un Omega imposible de ignorar, uno cuya existencia parecía desafiar mi control.
Recordé el aroma infantil que me había fascinado de niño, los enfrentamientos, la pelea en Driftmark en la que me sacó un ojo y finalmente, su transformación en alguien tan deslumbrante como obstinado.

Mi madre siguió hablando, pero sus palabras eran irrelevantes. Mi mente ya estaba elaborando un nuevo plan, una estrategia que aseguraría mi victoria. Porque yo no me rendía. No era algo que estuviera en mi naturaleza.

-Aemond. -Su voz cortó mis pensamientos, esta vez con una severidad que exigía atención. -Esto no es solo una obsesión. Estás jugando con el destino de nuestra familia.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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