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—Entonces... ¿puedo ir?— luego de una semana, habían estado aún más pegados el uno al otro, por no decir que Germán prácticamente vivió con Santiago todos los días.

En ese momento, estaba pidiendo permiso para ir a lo que Rodríguez le había propuesto; un fin de semana largo en la ciudad del rubio, La Plata. La familia Rodríguez tenía una casa que nadie utilizaba, dentro de un country/barrio privado.

—Ger... estuviste toda la semana afuera— su madre dudaba en dejarlo ir. Amaba que esté haciendo nuevos amigos -si es que Santiago podía llamarse amigo-, pero tenerlo mucho tiempo fuera de casa comenzaba a angustiarla.

Suspiró, meditando sobre qué hacer. Sabía que podía confiarle prácticamente la vida de su hijo al de ojos azules, pero le preocupaba que a Rodríguez de repente le comenzara a molestar la presencia de Germán. Ingenua, no tenía idea de que eso jamás pasaría.

—¿En serio querés ir?— dijo resignada. Los ojos color miel mostraron felicidad. Asintió entusiasmado. —Está bien, pero cuando vuelvas te quiero haciendo todo lo de la casa eh— advirtió con una sonrisa. Germán se abalanzó para abrazarla.

—¡Gracias ma! te prometo que voy a limpiar toda la casa cuando vuelva, ¡te amo!— gritó antes de ir corriendo a su cuarto.
Debía organizar qué iba a llevar para pasar el fin de semana. Mudas de ropa, traje de baño por si las dudas, protector solar, lentes de sol, sus lentes de contacto y su termo junto al mate. Dejó listo el bolso con sus cosas.

Estaba realmente entusiasmado por conocer la ciudad donde Santiago creció, le pareció un lindo detalle de su parte invitarlo.

Llamó al ojiazul para avisarle que tenía todo listo.

—¿Entonces si te dejó?— preguntó desde el otro lado de la línea.

—Sí— afirmó entusiasmado— nos vemos mañana.

—Te paso a buscar a las ocho, hasta mañana chiquito— cortó luego de lanzarle un beso a la distancia.

Germán tenía mucha emoción encima, tanto que no sabía si podría dormir.

[...]

Dos horas de sueño fueron suficientes para el castaño. Saltó de su cama cuando la alarma sonó a las siete y media de la mañana.

Corrió a lavarse los dientes y pegarse una rápida ducha. Miel, su gata, observaba como Germán iba de un lado a otro, sintiendo como la iba a abandonar por unos días.

—¿Ya te vas, Ger?— apareció su madre en la puerta.

—A las ocho viene Santi a buscarme— contó mientras se ponía las zapatillas.

—Cuidate, no te drogues, volvé vivo, y cualquier cosa me llamás, ¿está bien?

—Sí— la abrazó— gracias.— Justo el sonido de la motocicleta se hizo escuchar fuera, y una notificación cayó en su teléfono.

—Llegó tu corcel— burló Cecilia— pasala lindo, hijo— besó su frente y Germán volvió a abrazarla. Estaba agradecido de tener una madre tan buena.

Una vez que se separó de su mamá, corrió con su bolso por las escaleras, casi tropezandose en el proceso.

—Hola bebé— lo abrazó por la cintura y lo besó.

—Hola Santi— sonrió.

—¿Vamos?— Germán asintió— agarrate bien fuerte porque es un viaje largo.

Arrancó a toda velocidad por la calle vacía. Usinger disfrutaba de la suave brisa que corría, no hacía tanto frío como de costumbre.

Usinger observaba las vistas desde la autopista con los ojos bien abiertos. Estaban recorriendo toda la ciudad encima de la ruta.

—Qué locura— dijo para sí mismo.

[...]

Luego de dos horas de viaje, llegaron a un hermoso barrio privado en las lejanias del centro de La Plata.

Santiago, mientras se sacaba el casco, habló;— dejemos las cosas y te llevo a conocer el centro— le robó un beso y sacó las llaves de la casa.

Si había algo que Rodríguez amaba era besar los pomposos y rosados labios de Germán.

—Wow— la casa era inmensa, todo parecía ser tan lujoso que al castaño le daba miedo tocar cualquier cosa y que se rompa. El piso era brillante y de una madera blanca, las decoraciones estaban preciosamente limpias. —Esto es increíble, amigo— dijo inconscientemente. Santiago lo miró confundido, pues eran algo más que amigos, pero ninguno había puesto un título oficialmente.

—¿Amigo?— rió y lo tomó por la cintura, pegando sus cuerpos— vos sos de todo menos mi amigo— lo besó apasionadamente en el medio de la sala. Luego de unos segundos, la falta de aire se hizo notar.

Usinger no se atrevió a preguntar -¿qué somos entonces?- pues no sabía si estaba listo para la respuesta, simplemente sonrió.

—Arriba está la habitación, vení— el ojiazul tomó de la mano a Germán y ambos subieron las escaleras. Se encontraron con varias puertas en un pasillo, y abrieron la última de todas.

El cuarto era prácticamente del tamaño de un monoambiente, la cama enorme, un baño privado, y una puerta que al abrirse descubrías el armario.

El castaño estaba sin palabras, jamás había visto algo así en su vida. —¿Acá vamos a dormir?— Santiago asintió.

—Dejá tu ropa en el armario y vamos— salió de la habitación para darle espacio al más bajo.

Usinger hizo lo que le ordenaron y dejó sus cosas dentro del guardarropas. Luego volvió a bajar, y ahí estaba Santiago esperándolo con una chaqueta nueva, al parecer se había comprado otra.

—Me gusta tu campera— halagó— ¿es nueva?

—¿Esto?— señaló —ah sí, me la regaló una amiga.— Contó y salió por la puerta. Germán se quedó un poco de tiempo recalculando su respuesta. -¿Amiga? qué amiga- pensó mientras seguía al de ojos azules. No quería parecer celoso así que no le dijo nada.

WTBA - santutu x unicornioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora