𝚅𝙰𝙽 𝙶𝙾𝙶𝙷 | Cullen's

Capítulo V

El viaje a Italia había sido más rápido de lo que pensaba. Claro, teniendo en cuenta que me dormí seis horas seguidas, por lo que solamente estuve consciente las últimas dos horas de vuelo, donde Carlisle y yo nos hundimos en un silencio incómodo. Pero sin duda la mejor parte fue cuando salimos de esa lata con alas y robamos un Porche Panamera amarillo.

– Y después de esto... ¿Me podría quedar con el coche? – Hablé yo por primera vez.

– Ni lo pienses. – Ante la negativa suspiré.

– ¿Cómo se supone qué vamos a saber exactamente dónde estará tu hijo cuándo lleguemos?

– Le dije a Alice que lo mantuviese vigilado mediante sus visiones. – Ante esto fruncí el ceño.

– Me estas diciendo, que te he acompañado a una misión suicida de la que ni siquiera tú tienes idea de lo que va a suceder... Eres increíble.

– No es mi culpa que mi hijo sea un impulsivo sin remedio. – Me responde frunciendo el ceño.

– Ya, y yo tampoco, y aún así viniste a mí después de un año sabiendo el daño que causaste y encima me buscaste nada más que por tus propios intereses. ¿Pero adivina qué? La que sale perjudicada, la que se juega su vida en esta mierda, soy yo.

– Vale, disculpame por preocuparme por mi hijo, y disculpame también por recurrir a la última persona que recurriría por pura vergüenza dentro de mi desesperación, porque ¿Adivina qué? Yo soy padre, y lo que le suceda a mi hijo me duele a mi. Y no tan sólo a mi hijo, si no también a la gente que amo.

– ¿Me amabas?.

– Cómo a nadie más en el mundo. – Lo mire a los ojos y estos estaban brillosos a causa de las lágrimas que no podían caer de ellos.

– ¿Y por qué me dejaste? – Le pregunto con la voz rota.

– Porque te hacíamos daño.

– Eso no era así, no me hacían más daño del que me hicieron cuando me dejaron con el amor en las manos.

– Lo siento.

– Eso ya no sirve de nada.