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A Martin Urrutia le encanta pasar tiempo en el bosque dormido. Es tranquilo, poco recurrido y, según él, no hay sitio que le de más paz. 

Y por supuesto que el bosque dormido es poco concurrido. Nadie se atreve a entrar, es demasiado peligroso. Si Martin está allí, paseándose como Pedro por su casa, es porque ni siquiera la bestia más feroz se atreve a confrontar a un Alfa puro, y él —junto a sus hermanos pequeños—, es el único Alfa puro que existe. ¿Hay más Alfas? Por supuesto que sí. Pero no son puros, no nacieron siéndolo.

Los árboles aquí son más grandes que en el resto de la Isla de Brujas, pero no más densos. De hecho, en este bosque pasa más luz que en cualquier otro bosque del mundo, creando un efecto visual que a Martin le parece mágico, cuando los rayos de sol se encuentran con las hojas de las ramas colgantes, como si fueran cortinas hechas de oro.

Todas las bestias se ponen nerviosas al escuchar el aullido. Martin solo se tensa un segundo, antes de respirar profundamente y salir del bosque dormido, dirigiéndose a la entrada de La ciudadela, en donde su padre le espera, con los brazos cruzados.

– Vamos, que ya llegamos tarde. – dice Rafa, mientras rodea los hombros de su hijo con un brazo.

– Culpa tuya. Hace horas que estoy aquí. – se ríe Martin.

La ciudadela es un pueblo enorme, de calles estrechas y casas de piedra. En el centro, hay una gran plaza, en donde se suelen hacer espectáculos de fuego de distintos colores por la noche y, durante el día —como es el caso de estos momentos—, hay una especie de mercado con tantas tiendas que casi no hay sitio para pasar a pie. A lo hondo del noreste de La ciudadela, hay un pequeño castillo, que es donde viven las brujas más ancianas y, por lo que parece, es donde se dirigen Martin y su padre.

Las puertas se abren sin siquiera tocar la campana y Rafa es seguido por su hijo, por los oscuros pasillos que se adentran hasta el salón principal: una gran sala de techo altísimo y columnas y ventanales de colores por todos lados, en donde las ancianas atienden las demandas de sus brujas o, como en este caso, de los forasteros.

Hay un total de quince ancianas, que están sentadas en el suelo —de piernas cruzadas y con la espalda más recta que el lomo grueso de un libro nuevo—, formando una “U”. En una esquina por detrás de ella, hay un chico que aparenta ser un poco mayor que Martin, acompañado de unos cuantos adolescentes y un par de críos.

– ¿Qué necesitáis, jóvenes Urrutia? – pregunta Agnes, una de las ancianas, la más veterana de todas, que está sentada en medio.

– Vengo a proponeros un trato. – Rafa da un paso en frente, para remarcar que será la voz hablante.

– Propón y luego ya veremos si aceptamos o no. – habla la misma anciana de antes.

– Estamos en guerra con los vampiros.

– No nos estás contando nada que no supiéramos ya. – dice Mar, otra anciana – Todo el mundo es conocedor de la inacabable guerra entre licántropos y vampiros.

– Y por eso estamos aquí. – vuelve a hablar Rafa – Queremos acabar con la guerra y para eso necesitamos vuestra ayuda.

– Nosotras no nos metemos en medio de nada. – habla Sara, una anciana distinta, mientras las demás empiezan a murmurar.

– Dejadle hablar. – ordena Agnes y el salón se llena de un silencio que podría ahogar a cualquiera, de lo tenso que es – Continua. – le dice al hombre lobo mayor.

– He pensado que podríamos unir fuerzas, para combatir a los vampiros. Con nuestra fuerza y vuestra magia, la guerra acabaría en dos días.

– ¿Y que nos asegura que no nos traicionareis luego, para conseguir el control de todo el mundo? – pregunta Agnes, con desconfianza.

– Para eso propongo una unión. Mi heredero y el tuyo. – dice Rafa, primero señalando a Martin y luego al chico que está detrás de las ancianas.

– ¡¿Qué!? – pregunta Martin, exaltado – No me habías dicho nada.

– Silencio. – ordena su padre – Qué me dices, Agnes, ¿hay trato?

– Como ha dicho antes Sara, nosotras no nos metemos en medio de nada. Y menos entre vuestras niñerías. No hay trato. – habla la mencionada – Tan solo quería escuchar las tonterias que tenias por decir, para reirme un poco. Salid de mi vista.

Mientras su padre intenta replicar, Martin sale casi corriendo del castillo, convirtiéndose en lobo nada más salir de La ciudadela, adentrándose de nuevo en el Bosque dormido, frenando de golpe cuando, justo delante suyo, aparece un chico. Y no cualquier chico, sino el que estaba detrás de las brujas.

– ¿Estás loco? ¿Qué haces en este bosque? ¿Quieres morir? – pregunta el brujo, con terror en su voz.

– ¿Y a ti qué más te da, Cris? – pregunta Martin, tras convertirse de nuevo en humano.

– ¿Sabes mi nombre? – pregunta el mencionado, con las mejillas rojas.

– Eres el nieto de Agnes. Todo el mundo sabe tu nombre. Si tanto miedo te da este bosque, ¿por qué has venido?

– Mi intención no era venir aquí, concretamente. Yo solo he hecho un viaje rápido hasta dónde tú estuvieras.

– ¿Por qué?

– Me has llamado la atención. Nunca había visto un Alfa puro. – Cris se encoge de hombros – Tu padre sigue intentando convencer a las ancianas, para que nos unamos.

– ¿Por eso me has venido a buscar? ¿Para traerme de nuevo allí?

– No he venido para eso. Simplemente… Bueno, si vamos a unirnos, estaría bien conocernos un poco, ¿no? – pregunta el brujo, sin esperar respuesta – Y aunque no lleguemos a unirnos, me gustaria conocerte igual. – dice, con una sonrisa encantadora – ¿Estás bien? ¿He dicho algo que te molestase? – se preocupa, al ver como Martin se tensa.

Y normal que se preocupe, Cris es el unico ser vivo del Bosque Dormido que no ha oído el enfadado aullido de Rafa.

– Mi padre me llama. – explica Martin – Ya seguiremos con la charla otro día, si eso. – dice, antes de volver a convertirse en lobo y dejar a Cris allí solo.

Al volver al campamento Alfa, Maria y Erik se tiran a los brazos de su hermano mayor, como cada vez que se separan durante tantas horas. Rebeca espera su turno para abrazar a su hijo primogénito, al ya haber saludado a su unión.

– ¿Has conseguido convencerlas? – pregunta Rebeca, tras separarse de Martin.

– No. Aún, no. Pero dudo que tarde en conseguirlo. Ellas también están cansadas de la guerra, aunque finjan que la situación les parezca divertida. – contesta Rafa – Por si acaso, tendrías que buscar a alguien con quien unirte. – le dice a Martin – Que no hayas encontrado unión en los 300 años que llevas vivo… Vergüenza me daría, siendo el hijo del Alfa superior.

Martin solo asiente, cabizbajo. No es que no haya buscado a alguien con quien unirse, que lo ha hecho, pero no ha encontrado a nadie con quien realmente haya conectado tanto como para pasar el resto de su vida unido a esa persona.

– Si no se puede con Cris, te juntaremos con Hugo.

– Ni muerto. – habla Martin – No hay nadie con quien sea menos compatible que con ese.

– Pues espabila a encontrar a alguien por tu cuenta.

De repente, la idea de encontrarse de nuevo con Cris, no le parece tan mala, a Martin. Y no porque haya sentido nada por él, sino porque ya está harto de las insistencias de su padre y porque, tras haber conocido a absolutamente todos los licántropos —incluso a los desterrados—, Martin ya ha perdido la fe de encontrar a su pareja de vida, así que, si va a unirse con alguien, al menos que sea útil para su raza.

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Y aquí tenéis el primer capítulo de “En guerra”!

Antes de que me preguntéis “¿Y Juanjo?”, tranquilxs, que saldrá en el próximo capítulo.

Espero que os haya gustado 💕

En guerra - Juantin AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora