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Martin Urrutia se ha imaginado muchas veces cómo sería tener un vínculo, tener su alma unida a la de otra persona —indiferentemente de su raza o género—. Ha soñado mil veces con el momento en el que encontrase a dicha persona, a tenerle entre sus brazos y acariciarle con todo ese amor que estaba seguro que sentiría por su unión, verse reflejado en los ojos del otro y sentirse como en casa, cada vez que le tuviera cerca. Pero ahora… Martin no entiende cómo se ha podido torcer tanto, la situación.

Por fin se ha unido a alguien y es lo peor que le podría haber pasado. Le odia. Su vínculo le odia. Martin sabe que Juanjo siente asco, por estar vinculado a él. Lo sabe porque con la unión no solo se comparten habilidades como la resistencia al sol o la velocidad, también se comparten sentimientos. No todos los sentimientos, solo los más fuertes, los que predominan por encima de todo. Y por eso Martin sabe que su unión le da asco a Juanjo, porque es lo que ha sentido durante la discusión y sabe que ese sentimiento no ha salido de él mismo.

Está totalmente seguro de que él no ha sentido ese asco, porqué lo único que Martin deseaba con todas sus fuerzas, es que ese encuentro saliera bien, que pasara lo que siempre se ha imaginado, que corrieran a los brazos del otro en busca de ese sentimiento de hogar. Y lo sigue deseando. De la misma forma que también desea que todo esto sea una pesadilla, que va a despertar y nada de esto habrá pasado, que va ha seguir los pasos que su padre le marque y…

Su padre. Martin deja de andar, tensandose de golpe. Su padre tiene un plan: unirlo con Cris, con el nieto de Agnes. Pero eso ya no va a ser posible, porque se ha unido al hijo del enemigo. Se ha convertido en un traidor. Martin niega con la cabeza, intentando ahuyentar el pánico que crece en el centro de su pecho, enfriando todo su cuerpo. Respira hondo, recordando las palabras de su amama, para intentar calmarse “Creo que has sido muy valiente, tomando la decisión correcta para tu manada, aunque eso suponga ponerte en riesgo a ti. Tus padres también se darán cuenta, en algún momento”.

Martin espera que eso sea cierto. No lo espera, no. Lo desea. Con todas sus fuerzas. Sumandolo a la lista de deseos interminables, que parecen imposible de ser cumplidos: que esto sea una pesadilla y despierte en algún momento, que su vínculo no le odie, ser aceptado por sus padres… Demasiados deseos y ninguna estrella fugaz visible, ahora que es de día.

El Alfa puro llega a su tienda, dejándose caer en el montón de hojas y musgo que tiene como cama, intentando evadirse de todo lo que pasa por su mente, dejando esta en blanco. Y cierra los ojos, sin resistirse a caer en un profundo sueño.

******

Cuando Martin despierta, aún es de día. O a lo mejor, vuelve a ser de día. No. Imposible. Ni sus padres ni sus hermanos le habrían dejado dormir tanto. Él llegó al campamento a eso del mediodía y, según la luz que percibe fuera de la tienda, aún faltan un par de horas para que empiece a oscurecer.

– Por fin despiertas. – Maria entra brincando a la tienda, sentándose al lado de su hermano – Creía que habías entrado en coma. – le revuelve el pelo al mayor, en todo de burla.

– Necesitaba descansar. – Martin se frota los ojos, acabándose de despertar.

– ¿Noche dura? – Martin se limita a asentir con la cabeza, porque no puede contarle su pesadilla, por mucho que desee hacerlo. O al menos, no aquí, donde cualquier información puede llegar a oídos de sus padres – Pues espero que hayas podido descansar bien. Tienes una cita.

– ¿Una cita? ¿Con quien? – pregunta Martin, confundido.

– Papá ha conseguido convencer a la vieja de Agnes, para que permita que tu y Cris empecéis a conoceros, para ver como avanza la cosa y eso. Para ver si queréis uniros o no.

A Martin se le cae el mundo a los pies —aunque consigue enmascararlo antes de que su hermana se de cuenta—, porque esas palabras, solo hacen que sienta asco y rechazo, ante la idea de unirse a otra persona. Confirmando que no ha sido ninguna pesadilla. Porque la única persona en la que puede pensar cuando oye la palabra “unión”, es en aquel vampiro de ojos marrón verdoso que le odia.

– ¿Dónde y cuándo? – pregunta él, fingiendo que no tiene problemas con esta situación.

– En La ciudadela, cuando empiece a anochecer.

******

Tal y cómo recordaba, las noches en La ciudadela son mucho más animadas que los días. Las brujas se mueven de arriba abajo por la plaza central, yendo de un espectáculo a otro, cada cual más colorido e impresionante.

– Hola. – la voz de Cris sorprende a Martin, pese a que el lobo ya lo ha oído acercarse – Al final has venido.

<<¿Tenía otra opción, acaso?>>

– Si. Aquí estoy.

El ambiente es tenso. Ambos están nerviosos y por motivos totalmente distintos. Cris realmente se siente atraído por el Alfa puro, es la primera cita que tienen y encima en su territorio —no quiere ser un mal anfitrión—. Para Martin esto es una farsa, él sabe que esto no va a llegar a nada —su alma ya le pertenece a otro—, y aunque casi no le conozca, se siente mal por el brujo, porque puede oír su corazón acelerado y puede oler su felicidad.

– ¿Damos una vuelta? – Cris rompe el hielo, ofreciéndole su brazo a Martin.

Para no ser descortés, el lobo ofrece su mejor sonrisa y se agarra al brazo del brujo, dejándose guiar por la plaza, escuchando atentamente todas sus explicaciones y disfrutando genuinamente del espectáculo de sus demostraciones. Ambos se alejan un momento del cúmulo de gente, para ir a uno de los restaurantes que hay abiertos y se sientan a cenar tranquilamente.

Y empiezan a hablar. Al inicio són conversaciones simples, tocando temas superficiales: ¿Como ha ido tu día?, ¿Qué te gusta de ser lobo/brujo?, ¿Que te gusta hacer en tu tiempo libre?... Pero poco a poco, las preguntas empiezan a ser más profundas, personales, incluso:

– ¿Alguna vez has pensado en cómo sería unirte a alguien? – pregunta Cris, cuando ya están fuera del restaurante y vuelven a la plaza.

– Nunca. – miente Martin – Tampoco es que haya encontrado a nadie que me haga pensar en ello.

Y eso último sí que es cierto. Siempre ha querido saber cómo sería tener un vínculo, pero nunca ha conocido a nadie que le haga pensar cómo sería unirse a esa persona en concreto. Ni siquiera Juanjo se lo hizo pensar. Simplemente se unió a él, por la situación en la que se encontraban.

– Ojalá yo me convierta en ese alguien. – dice el brujo, con tono soñador.

Martin sonríe, y aunque el otro no lo note —o no lo quiera ver—, es una sonrisa triste, porque el lobo sabe que eso no va a ser posible, por mucho que el brujo le haya caído bien. Incluso puede que lo hubiera considerado como opción, si no tuviera ya un vínculo.

– ¿Puedo hacer una cosa?

– Depende. – contesta Martin, descolocado.

Con una sonrisa nerviosa y las mejillas enrojecidas, Cris coloca sus manos en la cintura de Martin, con delicadeza, como si fuera a romperse.

– ¿Puedo besarte?

Martin se queda paralizado, sin saber cómo responder a eso. Al no tener una negativa, Cris acorta la distancia, juntando sus labios con los del otro. El lobo tarda unos segundos en reaccionar, pero finalmente se deja llevar, sintiendo como se está traicionando a sí mismo, porque esos no son los labios que tendría que estar besando.

Y siente asco. Un asco que esta vez si sale de él. Aún así, no se separa ni hace el intento de hacerlo, porqué en el fondo sabe que eso es lo que su padre quiere y lo que en estos momentos necesitan las manadas: que él esté bien con el brujo, para así tener la alianza entre las razas.

Así que Martín intenta ignorar el asco que siente, pese a que este aumenta cuando rodea el cuello de Cris con sus brazos. De la misma forma que ignora la intensa mirada que siente a unos metros de distancia.

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Y aquí tenéis el capítulo de la semana!!!

Se que dije que iba a publicar ayer, pero no me dio la vida 😅 Así que, como compensación, he hecho este capitulo un poco más largo e intentaré escribir y publicar otro antes de que acabe el día.

Espero que os haya gustado 💕

En guerra - Juantin AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora