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Juanjo Bona no puede creer lo que está viendo. O mejor dicho, no quiere creerlo.

A inicios de la noche, su cuerpo ha empezado a moverse por sí solo, y aunque ha intentado reprimir la necesidad, finalmente se ha dejado llevar por esta sensación que le atrae hacia ese lobo, como si de un imán se tratase. Así que ha salido del castillo sin avisar a nadie, porque siente que algo no va bien, siente la incomodidad de su unión y en un abrir y cerrar de ojos ha llegado a La ciudadela de las brujas, encontrándose con una imagen que no se esperaba para nada: a Cris, el nieto de Agnes agarrando a Martin por la cintura y acercándose más para besarlo.

Lo que más choca a Juanjo, no es eso, sino que el lobo le sigue el beso al brujo e incluso se abraza a su cuello. Pero también siente asco. Un asco que no viene de él, sino que siente a través del vínculo. Y eso le hace sentir aún peor y le cabrea más. Porque no solo siente el asco, también siente la impotència. La misma que está sintiendo Martin, porque cree que no tiene más opción que seguir ese beso.

Aún así, Juanjo no hace nada. Se queda quieto, observando desde la distancia. Porque sabe que no puede hacer nada. Que no debe. No si quiere seguir vivo. Este es Territorio de Brujas y Cris es el nieto de la Anciana suprema —o como quiera llamarse—. No saldrá muy bien parado, si sale de su escondite para arrancarle la cabeza, como está deseando hacer.

Tampoco se ve con el derecho de hacerlo. Martin y él no son nada. ¿Están unidos? Sí. Pero no por elección. Y tal y como acabó su última —y primera— conversación… Juanjo duda mucho que el Alfa puro quiera verlo. ¿Y lo peor de todo? Que lo entiende. Él tampoco querría hablar con alguien que lo haya rechazado abiertamente y que incluso haya intentado matarlo.

Tras diez segundos que a Juanjo le parecen eternos, Martin y Cris se separan, aunque este último coge al lobo de la mano, acompañándolo a la salida de La ciudadela. Desde una distancia prudente, el vampiro les sigue, oyendo su conversación, gracias a su ahora aumentado oído.

– Me lo he pasado muy bien. – afirma Martin, aunque Juanjo puede notar cierta tensión en su voz, es una mentira a medias.

– Cuando quieras, repetimos. – dice Cris, antes de despedirse del otro, dándole un beso en la mejilla.

Martin se adentra al bosque, mirando a todos lados, como si buscara algo. Algo no, a alguien. A él. A Juanjo.

Haciendo uso de su velocidad, el vampiro aparece justo delante del lobo, a pocos centímetros de distancia, pero sin llegarse a tocar.

– Juanjo. – a Martin le sale un hilo de voz, dando un paso hacia atrás por la sorpresa.

Pero Juanjo no quiere eso. No quiere que se aleje. O más bien dicho, el vínculo hace que no quiera alejarse. Pero su cerebro dice que debe salir de ahí huyendo, que no debe acercarse a los perros y debe volver al castillo, a la oscuridad en la que pertenece. Juanjo no se acerca más a Martin. Tampoco se aleja. Se queda quieto, con una guerra interna entre su conciencia y las necesidades provocadas por la unión.

– Juanjo, yo… Sé que lo has visto. – la voz del lobo sale débil, con miedo – Yo no quería… – sus ojos empiezan a cristalizarse y algo dentro del vampiro se rompe, aún así, su cara sigue mostrando dureza, como su fuera un muro de hielo irrompible.

– Lo sé. Lo he sentido.

Tras ver como Martin se relaja, Juanjo da media vuelta para irse, pero el lobo le coge de la muñeca, frenándolo.

– No te vay…

– No me toques. – musita Juanjo, haciendo un movimiento brusco con su brazo, soltándose de la mano del lobo.

– Lo siento. – Martin agacha la cabeza, para ocultar el dolor que siente ante el rechazo, pero Juanjo lo siente de todas formas.

Y le jode, le jode portarse así con él. Le jode causarle ese dolor y más sabiendo lo mal que se ha sentido, besando al brujo en contra de su voluntad. Pero no puede evitarlo, es un acto reflejo de su cuerpo.

– ¿Por qué has venido? – la pregunta pilla a Juanjo por sorpresa.

– Yo… Sentía que algo no iba bien… Que tú no estabas bien. – confiesa el vampiro – He sentido tu asco y tu impotència.

– Yo he sentido tu enfado, tu rabia. – Martin no puede evitar colocar una mano en el centro del pecho de Juanjo, temiendo que se aparte, pero esta vez, el vampiro se esfuerza para no moverse, pero sí que se tensa de pies a cabeza.

Juanjo respira profundamente —aunque sus pulmones no necesitan aire—, y cierra los ojos, para centrarse en lo que siente con ese gesto. Por primera vez, el vampiro no siente asco, ante el contacto físico, sino que siente un agradable calor que le hace latir el corazón con más fuerza, aún. Se siente como si, por primera vez en medio siglo que lleva vivo, estuviera en casa. Y eso le da miedo.

Juanjo da un paso atrás, antes de salir corriendo, dejando a Martin plantado en medio del bosque, rozando los límites de la velocidad vampirica, llegando a su recámara sin aliento, dejándose caer en la cama.

Y, sin saber muy bien por qué, empieza a llorar. Llora por la ausencia del lobo a su lado. Llora por el hormigueo que aún siente en el pecho, en donde Martin había dejado su mano. Llora por la sensación de hogar que ni sabia que era posible de sentir a esos niveles. Llora por el malestar que le ha hecho pasar a su vínculo. Llora por no saber cómo gestionar todo esto. Llora por sentirse un traidor a su raza, al estar sintiendo todo esto por un licántropo.

Pero sobre todo, llora en silencio, para que nadie lo escuche.

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Y como os he dicho, aquí tenéis un capítulo más!

Espero que os haya gustado 💕

En guerra - Juantin AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora