16

605 57 0
                                    

Juanjo llega al castillo cuando aún todos están en sus habitaciones —incluidos los sirvientes—. Sin llamar la atención de nadie, entra en la recámara de su hermano, que es parecida a la suya, pero un poco más pequeña. Juanjo se sienta en el sillón que está al lado de la cama, a esperar a que su hermano se percate de su presencia.

– ¿Juanjo? ¿Qué haces aquí? – pregunta Javier, frotándose los ojos.

– Tengo que contarte algo. Algo que no pueden saber nuestros padres.

Al oír la última frase, el más jóven se “despierta” de golpe, mirando al mayor atentamente.

– Soy todo oídos.

– Tengo un vínculo. – susurra Juanjo y Javier abre los ojos a más no poder, ante la sorpresa, pero no dice nada – Es un lobo. Un Alfa. Un Alfa puro, aunque sigo sin saber que significa eso.

– ¿Te has unido a un lobo? – Javier sigue procesando la información recién dada.

– No fue por elección. – dice Juanjo – El día que padre me mandó a matar al Alfa mayor, me crucé con unos lobos.

– Si, eso ya lo contaste, y por eso no cumpliste tu misión, porque escapaste.

– No escapé. – confiesa el mayor y la cara del menor se ve aún más confusa – Y tampoco eran quince lobos, como conté en su momento. Eran tres y me atacaron.

– Entonces… ¿Cómo sigues vivo? El veneno de los licántropos es mortal para nosotros. O al menos, eso dicen.

– Apareció él: Martin, mi vínculo. – Juanjo intenta camuflar su sonrisa, al recordar el rato que han pasado juntos hace menos de una hora – Él… me salvó. Me cogió en brazos y… lo siguiente qué recuerdo es que estábamos en la cueva de los lobos ancianos y estos le dijeron que la única forma que tenía de salvarme era… uniéndose a mí, para que yo también fuera inmune al veneno.

– Entonces… Ya hace casi un mes, de eso, ¿No?

– Sí. Y al principio la situación era horrible. Por mi culpa. – admite Juanjo – Porque me negaba a aceptarlo y ambos sufrimos.

– ¿Y ahora? ¿Ya lo has aceptado? – pregunta Javier, con una ceja alzada.

– Si. – Juanjo ya no oculta su sonrisa – Y es lo mejor que podría haberme pasado. Me siento vivo, a su lado.

– Me alegro mucho por ti. – sonríe también Javier – Tienes que presentármelo. – Juanjo se ríe.

******

Como le ha dicho a su hermano, Juanjo se siente vivo, cuando está con Martin. Como es costumbre en ellos, se han encontrado en el bosque del Territorio neutral y ya hace cosa de una hora que están paseando, cogidos de la mano y con los dedos entrelazados; acción que invade el cuerpo del vampiro con un agradable hormigueo.

– Cuando éramos pequeños, mis amigos y yo esperábamos a que fuera de noche, para convertirnos en lobo todos juntos y correr tras los conejos. No los matábamos ni nada por el estilo, para eso ya teníamos los días de caza. Simplemente los perseguíamos para pasar el rato. – cuenta Martin, con ilusión y Juanjo le escucha, atentamente – Cuando llegábamos a nuestros campamentos, nuestros padres nos echaban la bronca, por estar por ahí fuera a altas horas de la noche, sin ningún adulto vigilando. Pero nos daba igual. La diversión compensaba el castigo.

Sin siquiera saber de dónde le viene el impulso, Juanjo se lleva sus manos agarradas hacia sus labios, besando el dorso de la mano de Martin. Con las mejillas rojas y una sonrisa nerviosa, el lobo hace lo mismo, causando una corriente eléctrica que recorre todo el cuerpo del vampiro, poniéndole los pelos de punta.

– ¿Tú qué hacías, cuando eras pequeño? – pregunta Martin y Juanjo aparta la mirada, observando el suelo.

– Yo no… Siempre he sido educado para ser rey. – contesta el vampiro, con melancolía por una infancia que nunca tuvo.

Martin aprieta más el agarre, para reconfortarlo, siendo consciente de que a lo mejor Juanjo aún no está preparado para un abrazo o algo por el estilo.

– ¿Los vampiros podéis comer? – el lobo cambia de tema – Es decir, comer algo que no sea sangre.

– Técnicamente sí, pero no lo hacemos porque no nos es necesario. – Juanjo se encoge de hombros.

– Entonces… ¿Nunca has probado una cereza silvestre? – pregunta Martin, tirando del otro para acercarse a un árbol relativamente bajo, con unos frutos rojos, pequeños y rugosos, casi que parecen puntiagudos. Juanjo niega con la cabeza.

El lobo observa los frutos, como si intentase saber por el físico, cuál es el más rico y alarga el brazo libre para coger un par. El primero se lo ofrece a Juanjo, rozándole los labios con el fruto. El vampiro abre la boca, sin dejar de hacer contacto visual con su unión, antes de cerrar los ojos para deleitarse con el dulce, pero ácido sabor del fruto. Martin se come la otra cereza, con las mejillas enrojecidas.

Cuando Juanjo abre los ojos de nuevo, sus miradas vuelven a conectarse y se quedan así durante segundos, minutos o puede que incluso horas, mirándose el uno al otro, sin necesidad de decir nada.

– Se lo he dicho a mi hermano. – Juanjo rompe el silencio, al acordarse – Dice que quiere conocerte.

– Mi hermana también quiere conocerte. – dice Martin y ambos ríen, ante la coincidencia.

Ambos siguen andando un rato más, sin soltarse de su agarre, hasta que empieza a anochecer y se despiden, besándose otra vez las manos.

*****************************

Y aquí tenéis un capítulo más!!!

Espero que os haya gustado 💕

En guerra - Juantin AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora