10.La pelea y su ganador

9 3 0
                                    




Llegó el supuesto gran día, era sábado, el día de la pelea. Mis amigos y yo decidimos arreglarnos juntos, y como no me quería mover, propuse que fuera en mi casa. La idea de tener a todos en un mismo lugar me parecía perfecta, ya que siempre nos divertíamos mucho cuando estábamos juntos.

De igual manera, las únicas que nos íbamos a arreglar arreglar éramos las chicas, mientras que los chicos se quedarían mirando y haciendo comentarios. Así fue, lo único que hacían los chicos era molestar con chistes malos y agarrar todo lo que se les cruzaba por enfrente.

—¿Por qué se arreglan tanto? —preguntó Héctor, con una expresión de curiosidad y burla.

—Son tíos, no lo entenderían —le respondió Abi con una sonrisa. Su comentario nos causó risa a nosotras, pero a ellos no tanto.

Después de estar bastante tiempo arreglándonos, por fin salimos. El trayecto no era largo, así que fuimos caminando. Entre chistes y pavadas, me sentía muy bien. Me sentía viva con ellos y jamás me cansaría de decirlo. Era una sensación de camaradería y felicidad que apreciaba mucho.

Cuando por fin llegamos al lugar de la pelea, Facundo se puso a hablar con el señor de la puerta durante unos cuantos minutos. Les mentiría si no les digo que en algún momento pensamos que no íbamos a entrar. La conversación se veía tensa, y nosotros nos mirábamos entre nosotros con preocupación. Pero finalmente, el hombre nos hizo una seña con la cabeza para que fuéramos hasta donde él se encontraba, permitiéndonos la entrada.

Una vez dentro, el lugar estaba lleno de gente. Nosotros conseguimos un lugar enfrente del todo, casi pegados al ring. La emoción y la tensión en el aire eran palpables, todo el mundo esperaba con ansias el inicio de la pelea.

Cuando por fin empezaron a salir los boxeadores, se sentía un ambiente muy tenso. Primero entró el oponente de Oscar, un chico que se veía muy rudo y sobre todo fuerte. Parecía intimidante y el público lo recibía con una mezcla de respeto y temor. Después de este, entró Oscar. Llevaba una capa que le tapaba toda la cara, creando un aura de misterio alrededor de él. Cuando entró al ring, se la quitó y reveló su rostro.

Ahora se le veía la cara, tenía una expresión muy seria, y su mirada estaba centrada en su oponente. Sin embargo, su mirada se desvió hacia otro lado. Estaba mirando a su mamá. Esta le tiró un beso y él le devolvió una pequeña sonrisa. Fue un momento tierno en medio de la tensión.

Pero después su mirada se posó en mí. Me estaba mirando a los ojos. Me sentía pequeña en ese momento, como si todo se volviera oscuro y solo pudiera ver esos ojos verdes. Era como si sus ojos fueran el sol que iluminaba todo a su alrededor. Sentí una mezcla de nerviosismo y emoción que nunca había experimentado antes.

Pero todo eso se desvaneció cuando el árbitro llamó a Oscar para que pudiera empezar su combate. En ese momento, pude respirar con normalidad de nuevo. Familia, amigos y conocidos gritaban su nombre, animándolo con todas sus fuerzas.

Sonó una campana, que supuse era la que iniciaba la pelea. Y así fue, empezaron a pelear. Jamás había visto una pelea en vivo, y aunque no era algo que me disgustara, tampoco me apetecía especialmente verla. Ver cómo la gente se golpea sin ninguna razón aparente no era mi idea de entretenimiento.

Oscar y su oponente lanzaban puños por todos lados. Oscar tenía la situación muy controlada. Apenas recibió un golpe, mientras que él había conectado varios golpes contundentes en su oponente. Sin embargo, de un momento a otro, su oponente le pegó un golpe que lo dejó en el suelo.

No se levantaba. El árbitro ya estaba contando los diez segundos. Su mamá y su hermano le gritaban que se levantara, pero no parecía que fuera a hacerlo. Hasta que, en el conteo de tres, Oscar se levantó. Todos pudimos respirar con normalidad de nuevo, el alivio era palpable en el ambiente.

Después de eso, Oscar se veía lleno de furia. Su rostro reflejaba una determinación feroz. Y de un momento a otro, derrotó a su oponente. Había ganado. Todo el mundo gritaba y saltaba por la victoria de Oscar. Era una escena de júbilo y celebración.

El ganador salió del ring y fue a abrazar a su madre, la cual por pura casualidad estaba justo enfrente de mí. Cuando la abrazó, pude ver su cara perfectamente. Estaba sudado, con los ojos cerrados, disfrutando del momento de victoria.

Hasta que los abrió, y nos estábamos mirando a los ojos una vez más. En ese momento, le sonreí en señal de felicitación. Este, al parecer, entendió mi gesto y me guiñó el ojo. Sentí una mezcla de alegría y timidez, mi estomago se revolvió.

De un momento a otro, estaba en una ronda con mis amigos, Oscar y su mamá, saltando y gritando por su victoria. La verdad es que estaba muy contenta. La energía y la felicidad eran contagiosas. Estábamos todos celebrando, unidos por la emoción del momento. La noche se sentía mágica, y no podía estar más agradecida de tener amigos como ellos.


 La noche se sentía mágica, y no podía estar más agradecida de tener amigos como ellos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Entre la lluvia y los rayosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora